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Baguira y Chihuahuitas ya sabían lo que tenían que hacer: en el momento que les acercaran los alimentos, lanzarse sobre ellos sin preguntar. Para eso los habían entrenado. Ese era su trabajo como perros policía: probar la comida que se serviría a Joaquín El Chapo Guzmán Loera diez minutos antes de que le fuera llevada a su celda, en la estancia 2 del módulo IX, en el Centro Federal de Readaptación Social número 9 “Norte” en Ciudad Juárez, Chihuahua.
Si nada les pasaba a los dos perros, si no mostraban ninguna molestia a juzgar de los miembros de la Policía Federal que se encargaban de su cuidado, se procedía a la alimentación del reo más escurridizo de la historia de México.
A la hora del almuerzo del 19 de enero de este año, Baguira y Chihuahuitas verificaron que no hubiera nada malo en la comida del capo de Sinaloa: pollo con mole, frijoles refritos, arroz blanco, agua de mandarina, una barra de avena Stila, tortillas de maíz y una pepitoria.
Era cosa de todos los días: “Los alimentos fueron previamente verificados por los caninos ‘Baguira’ y ‘Chihuahuitas’, pero de un contenedor diferente, ya que los proporcionados al interno vienen emplayados”. Este párrafo se repetía tres veces —desayuno, almuerzo, cena— en los reportes que se elaboraban en la cárcel de Ciudad Juárez y llegaban al más alto nivel del gabinete de Seguridad del presidente Enrique Peña Nieto.
Pero ese almuerzo del 19 de enero —sólo unos cuantos lo sabían— sería la última vez que los dos perros probarían la comida de El Chapo Guzmán: de postre le prepararon una extradición. Y esa misma tarde voló a Nueva York.
Según el documento oficial que tengo en mi poder, así transcurrieron las últimas horas de El Chapo Guzmán en México:
El miércoles 18 de enero, “solicitó hablar con el ‘Comandante’, sin referir cuál ni especificar motivo”, reza el informe. El texto no abunda.
A las 18:43 horas, una empleada de la empresa La Cosmopolitana, proveedora de alimentos en la cárcel de máxima seguridad de Ciudad Juárez, le llevó la cena: queso panela a la mexicana, frijoles refritos, tortillas de maíz, un plátano, yogurt, cereal y leche deslactosada. Ya habían pasado por Baguira y Chihuahuitas. La trabajadora entregó los alimentos al integrante del Grupo Alfa que vigilaba al narcotraficante. El único con permiso para tener ese mínimo contacto con él: pasarle la comida.
Antes de que se fuera a dormir le pasaron lista dos veces frente a la cámara de circuito cerrado, supervisado por un elemento del Grupo de Operaciones Especiales. “En tres ocasiones se le percibió acostado sobre la cama, cubierto con una sábana, dos cobertores y un antifaz sobre los ojos”, es lo último que se reporta de ese día.
El capo se fue a dormir sin saber lo que vendría al día siguiente. En el más alto nivel del gobierno federal habían determinado que existía una ventana de unas cuantas horas en las que podría ser extraditado, esquivando los amparos de los abogados de Guzmán Loera. Pero tenían que hacerlo con sigilo. La mínima sospecha de algo raro podría tumbarles el intento. Definieron que al día siguiente, jueves 19 de enero de 2017, un día antes de la toma de posesión de Donald Trump, era el momento.
Mañana continúa el relato.
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