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Llegó con anticipación. Lo acompañaba sólo su vocero César Yáñez. Caminó por los pasillos con un vaso de café en la mano y accedió a tomarse selfies y a grabar saludos en video con quien se lo pedía. Abrazos no, se disculpó, “porque traigo un problema en el pescuezo”.
Cuando llegó al área de maquillaje, sacó su peine de bolsillo, se dio dos pasadas y entonces aceptó una rociada de fijador. Estaba listo para entrar al aire y sólo preguntó cuánto iba a durar la entrevista.
Hace ocho años que Andrés Manuel López Obrador no me aceptaba una entrevista en Televisa. Lo había invitado un sinnúmero de veces. Me había contestado en radio, pero no en televisión.
Hasta ayer, que estuvo en el estudio de
Despierta.
Está, como casi siempre, en campaña por la Presidencia. Y, como siempre, dio nota.
Cuando más baja está la popularidad del presidente Peña Nieto, uno de sus villanos favoritos desde 2012, Andrés Manuel se desmarcó de la ola en su contra de manera contundente: lo describió como un chivo expiatorio del sistema y lamentó que se haya vuelto “deporte nacional” pegarle al mandatario.
Hace un par de años habría sido impensable, pero ayer lo dijo con toda tranquilidad: trabajaría al lado de Peña Nieto para hacerle frente a Donald Trump ante una eventual amenaza al país o sus migrantes. Ni siquiera lo dudó.
Ya no insistió en que Peña Nieto podría tener cáncer, como lo dijo más de una vez. Ahora considera que “está mal” pero que a lo mejor es un “asunto depresivo”.
Abundó en su propuesta de una “amnistía” a los corruptos del régimen actual y en una frase atajó la pregunta sobre si metería a la cárcel a su antecesor en caso de llegar al poder. Ofreció: “Olvido, no. Perdón, sí”.
En cambio, con el villano favorito de 2006, Felipe Calderón, fue duro. Quizá porque la posición de Margarita Zavala en las encuestas los pone de nuevo como rivales electorales. Dijo que convirtió al país en un cementerio, que debería ofrecer una disculpa al pueblo de México por haber golpeado el avispero sin una estrategia clara y admitir que no ganó la elección. Hasta le reprochó su ingratitud porque “después de que le ayudó a hacer el fraude electoral” no ha ido a visitar a Elba Esther Gordillo a la cárcel.
Y sobre su villano favorito, el único, de toda la vida, Carlos Salinas de Gortari, no varió su postura: ahora lo describió como “el padre de la desigualdad moderna en México” y sugirió investigar cuánto dinero tiene, “¿qué tal que resulta que es el hombre más rico del mundo?”. No sé si fue un chanfle. Quiere debatir con él, no con los dirigentes del PRI y el PAN. Con esos quizá después.
Respondió con calma a todas las preguntas que le hicimos Ana Francisca Vega, Enrique Campos y un servidor. Menos crítico de lo esperado, menos confrontador, más sonriente. Está de vuelta el Andrés Manuel de las campañas.
Le preguntamos de Fidel Castro. No le hizo una sola crítica. Le recordamos cómo reprimió opositores, cómo silenció periodistas, cómo restringió libertades, cómo tuvo y dejo a su pueblo en crisis económica. Nada. Ni una sola crítica. Ni un deslinde. Lo justificó con un “son circunstancias distintas” y lo llamó “comandante” y “grande de la Historia”.
Ya no habló de “cercos informativos” y se dijo dispuesto a regresar. Lo volveré a invitar cuantas veces sea necesario, cuantas veces sea periodísticamente relevante. López Obrador es y seguirá siendo noticia. Ojalá acepte.
historiasreportero@gmail.com