Desde que ganó las elecciones hace dos semanas, en México inició el rápidamente consolidado deporte de echarle la culpa a Donald Trump de todos los males del país.

Bastante conveniente excusa para el gobierno mexicano. Parecería que Trump les cayó de perlas y ya hay a quién hacer responsable de un futuro económico que luce francamente desolador.

es cierto que la sola victoria del republicano tumbó al peso, frenó inversiones, desató la incertidumbre, motivó que aumentaran las tasas de interés y ha contagiado entre los tomadores de decisiones la percepción de que con Trump a México le va a ir mal. Es un coctel bastante dañino.

Sin embargo, no todo es culpa de Trump. México ha hecho mal muchas cosas que de haberse hecho bien, habrían dejado mejor parado a México, con más solvencia para enfrentar el fenómeno del magnate que ha tomado por sorpresa la Casa Blanca.

En primera instancia se debe hablar de la enorme dependencia que existe hacia la economía estadounidense. Sucesivos gobiernos federales —encabezados por Zedillo, Fox, Calderón y Peña Nieto— se han confiado de las bondades del Tratado de Libre Comercio de América del Norte y desdeñaron otros acuerdos comerciales que pudieron haber pulverizado la dependencia de nuestra economía.

“No hay que poner todos los huevos en la misma canasta”, aconseja el dicho que México desatendió y ahorita esa canasta se está rompiendo.

Un punto fundamental ha sido la deuda del gobierno mexicano que ha crecido a niveles de alerta durante la presente administración federal. Se han pronunciado calificadoras, fondos de inversión relevantes, organismos internacionales. Y todos dicen que México tiene demasiada deuda. Que tiene que cuidarse, que más le valdría establecer un órgano autónomo que maneje los asuntos fiscales. El gobierno federal ha desoído estas recomendaciones y reclamos.

La situación vulnerable de Pemex constituye otra debilidad que se conjuga en contra. Es verdad que era incalculable el desplome en los precios del petróleo, pero los tropiezos gerenciales, los baches en la implementación de la reforma energética, su falta de vigor para atraer inversiones y la incapacidad de Petróleos Mexicanos para sacudirse la carísima corrupción han minado el estado de salud de una empresa paraestatal cuya evaluación está estrechamente relacionada con la evaluación de México.

Y no sólo Pemex: hay una sonada insatisfacción de los actores económicos sobre la corrupción que bate las marcas a todos los niveles de gobierno y manda una pésima señal dentro y fuera del país.

Y luego viene una retahíla de problemas que acarrea la nación desde hace años: los niveles insoportables de violencia y el miedo que generan a quienes desean invertir y crear empleos en México; el sistema de impartición de justicia que asombra con sus historias de corrupción, desaseo, falta de profesionalismo y modernidad; la impunidad, la carencia, pues, de un Estado de Derecho donde la ley se aplique y cumpla sin distingos.

Y hay más. La conclusión es obvia: no todo es culpa de Donald Trump.

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