Ronda los setenta años pero conecta con los más jóvenes. Es de izquierda, pero funciona dentro del sistema político. Es liberal, pero no rupturista. Empuja a favor del partido en el poder, pero le gusta hablar de pobreza y desigualdad. Puede pasar por antiestablishment aunque cobre en el establishment.

Comparten estas características dos personajes, un estadounidense y un mexicano.

Uno es Bernie Sanders, senador. Fue precandidato presidencial y casi le roba la nominación a Hillary Clinton. Tras la derrota ante Donald Trump, lo más seguro es que el Partido Demócrata quede bajo control de Sanders y sus afines.

El otro es José Narro Robles, secretario de Salud del gobierno federal de Enrique Peña Nieto, a quien el propio Presidente de México ha tratado de incluir en la baraja de la sucesión en 2018, inspirado sin duda en la revolución política que desató Sanders en Estados Unidos.

No es que tengan caminos idénticos. Sanders, licenciado en Artes, se formó en la izquierda socialista y los movimientos por libertades civiles, fue representante independiente en la Cámara, senador independiente de Estados Unidos y senador independiente de Vermont. Apenas en 2015 se volvió demócrata.

Narro es un médico formado en la estructura de la UNAM y en diferentes cargos de administración pública, siempre con gobiernos priístas. No ha defendido como Sanders posiciones radicales de izquierda.

Pero son figuras que estaban al margen de los reflectores. Y el camino reciente de Sanders fue modelo para meter a Narro en la carrera mexicana.

Y a quién le dan pan que llore. Narro ya está en el reflector: baila sabrosamente en los spots oficiales para prevenir el cáncer de mama, monta en bicicleta con licras de la UNAM para promover el cuidado del ambiente y eleva al más alto rango de la seguridad sanitaria a la obesidad, el sobrepeso y la diabetes, que golpean a 70% de las familias mexicanas, causándoles temor de muerte y quiebra financiera. De ese tamaño es el impacto popular.

Narro fue rector de la UNAM y aprueba con honores el aplausómetro si visita el estadio de CU durante un partido de los Pumas. Eso lo mantiene vigente en un público que naturalmente no se inclina por el PRI.

El año pasado se habló de que el presidente Peña Nieto alentaba la posibilidad de que Narro fuera candidato independiente a sucederlo o aspirante a la jefatura de Gobierno de la Ciudad de México por el PRI. Ahora, cada vez se le menciona más como el posible caballo negro del tricolor.

A sus 67 años de edad, Narro se mueve cómodo entre millennials. No se le conocen escándalos de corrupción y si su corazón político late a la izquierda, se cuadra con el presidente Peña Nieto, el PRI, el sistema. Tiene la flexibilidad para parecer antiestablishment pero dar las garantías a los poderes establecidos. Y si atendemos a sus declaraciones cuando encabezaba la UNAM, es liberal en los temas morales, pero tiende al estatismo cuando se trata de economía, educación, pobreza.

No es una castañuela mediática, quizá le falte contundencia en sus posiciones públicas y tal vez podría explorar dejar el tono tan académico, su edad sería un tema y no pinta en las encuestas.

Tiene, pues, pros y contras, pero la pura audacia de incluirlo en la baraja merece tenerlo bajo la lupa.

historiasreportero@gmail.com

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