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Los tres llegaron puntuales. Primero, Alejandra Barrales en una Jeep Liberty gris ya recorrida. Luego Ricardo Anaya en una Tahoe blanca nueva y finalmente Enrique Ochoa en un Nissan 100% eléctrico reluciente. Con dos colaboradores cada uno.
Las cámaras los siguieron desde que entraron al estacionamiento de Televisa: su caminata por los pasillos y su entrada al Centro de Noticias, para el debate al que los convocamos en Despierta.
Mientras Barrales estaba maquillándose, se le acercó Anaya y le tocó el hombro para saludarla: “Presidenta, buenos días”, “Presidente, buenos días”. Y se separaron. Ochoa también la buscó mientras ella terminaba de ser maquillada. Dos corteses saludos de beso.
El priísta se quedó revisando las gráficas que presentó en televisión. El panista tomó una llamada y texteó. La perredista también mandó mensajes y platicó con Fernando Rodríguez Doval, vocero del PAN que fue parte de la comitiva.
A un par de minutos de entrar al aire, a las 7:01 am, Ochoa buscó a Anaya para darle un abrazo de saludo. Y se preguntaron dónde estaba Alejandra. Ella se incorporó de inmediato. “¿Lista, compañera?”, le dijo cortésmente el panista. Platicaron informalmente unos instantes: que si ya iban a entrar, que si ya era hora, que si las cámaras no paraban de grabarlos. Cordialidad política.
Avanzaron hacia la mesa de debate de Despierta. Ochoa, que iba adelante, cedió el paso a Barrales y Anaya. Ambos agradecieron el gesto.
Pero empezó el debate. Y entonces esos saludos y esas sonrisas, como tenía que ser, se volvieron duras críticas, confrontación, acusaciones, reclamos. Un debate encendido, fuerte, de contraste. 49 minutos frente a las cámaras.
Al final, los tres se despidieron con educación, amabilidad y soltura. Sonrientes los tres. Hablaron lo que quisieron, dijeron lo que quisieron, confrontaron tanto como desearon y tuvieron espacio para defenderse. “Eres el primero que logra juntarnos”, remató ella.
Al final, cuando me despedí de ellos después de moderar su discusión, les pedí que consideraran hacer un acuerdo político de alto nivel para que en los debates presidenciales de 2018 prive un espíritu libre: sin acartonamientos, con tomas abiertas, sin un reloj que mande por encima de las audiencias, con las réplicas que merece un debate real, sin estar regateando los minutos para monólogos interminables sino apostando por la contundencia con que se emplea el tiempo-aire para proponer, señalar, responder.
Los debates presidenciales en México son aburridísimos. Pero formatos más abiertos pueden hacerlos atractivos y con ello despertar en el electorado un interés en la política que se ha ido perdiendo.
SACIAMORBOS. Andrés Manuel López Obrador, dirigente nacional de Morena, fue invitado al debate. En minutos respondió que no, gracias. En el 2006 su estrategia de no debatir fue el inicio de su caída. Veremos qué tal le funciona en 2018. Esta semana hablaremos de ello en estas Historias de Reportero.
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