Como si se tratara del título de una película de la saga de La Guerra de las Galaxias, aquella amenaza brutal que parecía cernirse sobre México se desvanece paulatina pero consistentemente.
A un mes de las elecciones presidenciales en Estados Unidos, Donald Trump se está cayendo a pedazos.
Los problemas de salud de Hillary Clinton y la errática manera en que su campaña enfrentaba las críticas le condenaron a una bíblica cuaresma: durante 40 días y 40 noches vio desdibujarse la ventaja con la que había salido de la Convención del Partido Demócrata que la ungió como candidata.
Del 14 de agosto al 26 de septiembre, el sitio fivethirtyeight.com del acertado pronosticador Nate Silver desplomó las probabilidades de ganar de Hillary de 89 a 55 por ciento. De llevarle 80 puntos de ventaja a Trump se quedó con solo diez: 55 contra 45.
El punto de quiebre fue el 26 de septiembre. El del primer debate presidencial. Donald Trump no se preparó: confió soberbiamente en su capacidad histriónica, en su eficacia para conectar con la gente enojada, en su don para hablar con chispa y en la permeabilidad de su discurso antisistema. Y fracasó. Hillary Clinton lo arrumbó.
Le siguió una quincena de gloria a la aspirante demócrata: Trump no pudo levantarse. Incluso se hundió más: la víspera del segundo debate de anoche, cuando el republicano se alistaba para usar la ficha de la infidelidad acusando a Hillary de intimidar y silenciar a las mujeres que denunciaban a su marido, Bill, The Washington Post reveló un video en el que Trump se ufana de que una estrella como él puede besar a las mujeres y tocarles la vagina sin pedirles permiso, que al cabo que ellas se dejan.
Brutal. Desagradable. Asqueroso.
Hasta su esposa Melania y su compañero de fórmula, el candidato a la vicepresidencia Mike Pence, lo condenaron. Las disculpas ofrecidas por Trump no han convencido a nadie. Un nutrido grupo de líderes de su propio partido le han retirado su apoyo y empiezan a hablar de si es momento de que renuncie a la candidatura y deje en su lugar a Pence, quien hizo un gran papel frente al número dos de Hillary, Tim Kaine.
El asunto no es tan sencillo: las boletas electorales están impresas y repartidas hasta en las bases militares estadounidenses en otros continentes; hay mucha gente que ya votó aprovechando la facultad para adelantar el sufragio; para revertir un voto ya emitido un ciudadano tendría que recorrer un largo y engorroso camino legal; y un relevo así sólo podría darse con el consenso de Trump mismo. Él ya dijo que ni de chiste.
La predicción de Silver, basada en encuestas nacionales y estatales que se ponderan en función de su nivel de éxito e influencia, está hoy 81 por ciento a favor de Clinton, 19 por ciento de Trump.
¿Es momento de respirar tranquilos? No aún.
SACIAMORBOS. Entonces Donald Trump “confió soberbiamente en su capacidad histriónica, en su eficacia para conectar con la gente enojada, en su don para hablar con chispa y en la permeabilidad de su discurso antisistema. Y fracasó”.
Aprendizaje para políticos de todo el mundo, ¿no?
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