Una semana antes de que se concretara la visita de Donald Trump a México el 31 de agosto de este año, el entonces secretario de Hacienda, Luis Videgaray, llevó la idea al presidente Enrique Peña Nieto: el candidato republicano es el factor de más inestabilidad para México, hay que buscar un acercamiento. Tras una plática inicial, acordaron establecer puentes con ambos candidatos, el republicano Trump y la demócrata Hillary Clinton. De él se encargaría Videgaray. De ella, la canciller Claudia Ruiz Massieu.

Varias fuentes de primer nivel coinciden en que hasta ahí supo la secretaria de Relaciones Exteriores: que era una idea en desarrollo. Con eso se fue de fin de semana y luego de gira a Milwaukee. Mientras tanto, en esos días, el secretario de Hacienda amarró todo con el equipo de campaña de Trump. Tan diligentemente que parecería que los lazos se habían establecido desde antes.

Del lado mexicano, este avance sustancial México-Trump sólo lo supieron Videgaray y su jefe, el presidente Peña. Y así lo mantuvieron unos días, hasta que, entrada la noche del lunes 29 de agosto, aproximadamente 40 horas antes de que el republicano pisara suelo nacional, decidieron compartir la información con una decena de colaboradores del primer mandatario.

Me revelan que en esa reunión hubo una doble unanimidad: todos se mostraron muy sorprendidos y todos estuvieron en contra (menos Videgaray y Peña Nieto, claro). No obstante, me dicen, nadie predijo el tamaño del tsunami de rechazo que les impactó después.

Todavía el mero miércoles 31 de la visita, horas antes de que aterrizara Trump en la Ciudad de México, cuando menos tres secretarios de Estado de la mayor relevancia insistieron directamente con el presidente Enrique Peña Nieto para intentar convencerlo de que cancelara la visita. Para ese momento, ya habían tenido un primer pulso de la profundidad del descontento ciudadano.

Me dicen varias fuentes muy confiables que es falso que por la visita de Donald Trump haya presentado su renuncia el secretario de Gobernación, Miguel Osorio Chong. En cualquier caso, Osorio y la canciller sí se opusieron. Pero pesó más Videgaray en el ánimo presidencial. No era la primera vez. Quién sabe si fue la última.

El desastre de la cumbre Trump-Peña exenta la recapitulación.

¿Qué vino después? El tsunami no anticipado por la administración federal. Arrasó con todo, incluso con un hombre al que me sigue costando trabajo disociar de Peña Nieto: Luis Videgaray ofreció su renuncia al presidente. Había recibido de él todas las señales de que si no la presentaba, se la iba a pedir.

Hoy la duda en muchos sectores de poder es qué pasaría si gana Donald Trump las elecciones. ¿Volverá Videgaray triunfante a escena como único puente confiable entre México y el líder de la nación más importante para nuestro país? ¿O se profundizara el descrédito del primer mandatario y su colaborador estrella, ante el posible argumento de que la visita de Trump a México habría sido el punto de inflexión en la campaña que lo habría llevado a la Casa Blanca?

La canciller sigue en su encomienda inicial: tender un puente con Hillary. Del lado de la candidata contestan que ese puente ya existía y el gobierno de México, en una tarde, lo voló con dinamita.

SACIAMORBOS. Y llegaron las disculpas. Pero no de Trump a México. Sino del gobierno de Peña Nieto a Hillary y Obama.

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