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Señor Donald Trump, agradezco su pronta respuesta a la convocatoria que a través de una carta le hice para sostener una reunión. Es tradición diplomática mexicana invitar a los candidatos presidenciales estadounidenses a entablar un diálogo franco sobre una relación que México entiende que es vital para ambas naciones; dos naciones que por su interacción estratégica no se pueden separar ni dividir.
Compartimos miles de kilómetros de frontera, compartimos miles de millones de dólares de comercio, compartimos un flujo migratorio legal de millones de personas. Nuestros países están íntimamente conectados.
A México le iría muy mal sin Estados Unidos, y a Estados Unidos le iría muy mal sin México. Voy más allá. A Estados Unidos le iría muy mal sin los mexicanos, y a México le iría muy mal sin los estadounidenses. Expulsar a todos los mexicanos de Estados Unidos, que trabajan dignamente en la construcción de la economía más poderosa del planeta, es tan autodestructivo como pensar en expropiar todas las empresas de capital estadounidense en México con el pretexto de que lo que aquí hay es solamente nuestro.
Hoy nos marca la globalización. Hoy la era digital derriba las fronteras. Y no hay país ni líder, por poderoso que sea, que pueda detener ese avance.
México no construirá ningún muro que lo separe de su amigo, de su socio fundamental. Y tampoco va a financiar que nadie más lo construya.
Reconocemos la soberanía de cada nación para determinar su modo de protegerse. Y como a nosotros nos preocupa igualmente que una frontera tan próspera pueda contaminarse, proponemos cambiar las piedras por computadoras y cámaras, los ladrillos por inteligencia, las varillas por cooperación. Hagamos una frontera segura, pero una del siglo XXI, no una de la era medieval.
Señor candidato, usted ha podido estar en México sin ningún contratiempo. En esta, como en visitas anteriores que haya realizado de manera privada a nuestro país, usted ha podido constatar que el pueblo mexicano es trabajador, leal y lleno de valores. Lo sabe también porque emplea a muchos mexicanos en sus empresas. Los mexicanos no somos violadores ni delincuentes. Estoy seguro de que a esa expresión desafortunada seguirá una disculpa pública que sólo enaltecerá a quien la emite. Para nosotros, se trata de un punto de partida indispensable para una relación que reconocemos valiosa e inquebrantable con un pueblo que es socio, que es aliado pero que sobre todo es amigo. Muchas gracias.
Pero no. Nada de esto se escuchó ayer. En cambio, el gobierno federal de México se puso a las órdenes de un candidato estadounidense que no ha hecho otra cosa que insultar a los mexicanos. Antenoche, en Los Pinos aguardaban en vilo la decisión de Trump sobre si venía o no. Él hizo lo que quiso, a la hora que quiso. Le abrieron la puerta, le dieron trato de presidente, le suavizaron el tono ante sus bravuconadas, asumieron los insultos, le armaron un acto de campaña, le organizaron una conferencia de prensa y hasta le dejaron comandarla: cuando Trump, en Los Pinos, decidió en qué momento darle la palabra al presidente de México, la radiografía quedó completa: todo estaba perdido.
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