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Las autoridades que monitorean a Joaquín El Chapo Guzmán en su celda notaron que estaba inusualmente nervioso. Se movía de un lado a otro. Se tocaba la boca, se frotaba la cara, se apretaba los labios. Miraba a un lado y a otro.
¿Por qué luce tan intranquilo? ¿Estaría tramando otra fuga? ¿Un ataque? ¿Un golpe de esos que lo han llevado a ser leyenda internacional?
Acostumbrados a observarlo las 24 horas a través de las tomas de las cámaras inteligentes instaladas en el penal de máxima seguridad de Ciudad Juárez, Chihuahua, reportaron a sus superiores el comportamiento extraño del narcotraficante. No fuera a ser.
Al poco tiempo se dilucidó el motivo: sus hijos Iván Archivaldo y Alfredo Guzmán Salazar habían sido secuestrados mientras cenaban en el restaurante La Leche de Puerto Vallarta, Jalisco, celebrando el cumpleaños del primero. Me lo relatan fuentes de alto nivel del gabinete de Seguridad.
La noticia del “levantón” de sus hijos, abundan esas fuentes, fue llevada al capo por su pareja Emma Coronel, en una de sus visitas. Joaquín Guzmán Loera no reaccionó iracundo, no golpeó las rejas ni vociferó. Contenido en sus emociones hasta donde pudo, incomunicado y aislado, trató de procesar la noticia y lidiar con la incertidumbre. Pero se le veían los nervios.
Cuando las autoridades penitenciarias supieron la razón de su inusual comportamiento, se acercaron al líder del cártel de Sinaloa con una propuesta. Un enviado desde el alto nivel de la administración federal conversó con él para ofrecerle que presentara una denuncia ante el ministerio público. Que le podían llevar hasta el penal a quien le recogiera su declaración. Que les dijera de quién sospechaba, dónde creía que podían estar sus hijos, cualquier pista que contribuyera a dar con el paradero de los jóvenes.
Pero El Chapo se negó, agradeció y no dijo una palabra más sobre el asunto, me cuentan fuentes confiables.
Pasaron unos días más y se supo de la liberación de Alfredo e Iván Archivaldo Guzmán Salazar. A su padre volvió la tranquilidad, la calma extraviada durante una semana.
SACIAMORBOS. La noticia del secuestro de los hijos de El Chapo Guzmán “calentó” las prisiones de máxima seguridad del Altiplano y Puente Grande, donde están recluidos algunos de los capos más poderosos de México, líderes de los cárteles con más presencia en el país.
Al conocer del asunto, estos personajes del mundo del crimen mandaron mensajes a Guzmán Loera deslindándose del rapto de sus hijos.
Me cuentan los que lo atestiguaron que aquello fue un hervidero. “Que le digan al señor Guzmán que nosotros no tuvimos nada que ver”, soltaba uno frente a los funcionarios del penal. “Nosotros no fuimos”, gritaba otro jefe de cártel cuando pasaba un custodio. Mensajes a través de sus abogados y sus visitas, incluso en gritos de celda a celda a otros miembros de la organización criminal de Sinaloa.
¿Quién lanzó ese desafío? ¿Quién cometió ese delito? El asunto está aún por dilucidarse.
historiasreportero@gmail.com