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Cuando lo descubrieron en la tribuna central del Gran Premio de México, en noviembre de 2015, al ya ex presidente de México, Felipe Calderón Hinojosa, le aplaudieron y fuerte. Es cierto que hubo por ahí algunos gritos de “¡asesino!”, pero se impuso la ovación.
Calderón está en campaña desde hace meses: acude frecuentemente a restaurantes donde lo reciben con palmas y hay fila para invitarle la cuenta, va al supermercado a comprar para que lo apapachen cajeras y amas de casa, y camina frecuentemente por algunas calles de la Ciudad de México y otras del país que va visitando donde se le acercan para tomarse una selfie con el celular.
La vida de Felipe Calderón en 2015 y 2016 ha sido dramáticamente distinta a su inmediata salida del poder: en diciembre de 2012 tuvo que salir a prisa del país y refugiarse en la Universidad de Harvard. En México se le reclamaba su ineficacia para gobernar y su incapacidad para controlar la violencia. Las decenas de miles de muertos que se registraron durante su administración lo mantenían en la mira de las organizaciones internacionales de derechos humanos y hasta en Harvard un grupo de estudiantes se manifestó contra su contratación.
Era el descrédito. El exilio indeseado.
La cosa se puso peor cuando en el primer año de su mandato Enrique Peña Nieto sorprendió con la sagacidad política que le permitió sentarse a la mesa con su oposición y aprobar una docena de reformas llamadas estructurales que en los tres sexenios anteriores los presidentes habían fracasado en negociar. Y no sólo eso, al arranque de 2014, el gobierno federal capturó a Joaquín El Chapo Guzmán Loera, despertando todas las sospechas y acusaciones sobre por qué los panistas Vicente Fox y Felipe Calderón no lo habían conseguido en doce años, y Peña sí en quince meses.
Calderón Hinojosa estaba vapuleado. Por su historia y por la comparación.
La realidad le dejó de ser amarga demasiado pronto. La tragedia de la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa y el escándalo de la casa del presidente Peña Nieto no sólo rompieron la racha de la actual administración, sino que la estancaron en un bache del que aún no sale (la fuga de El Chapo primero y la CNTE después contribuyeron a que de un gobierno ofensivo y propositivo se pasara a uno dedicado a defenderse y resistir) y pusieron el tema de la corrupción como el más importante para la ciudadanía.
La imagen que Calderón y su esposa Margarita Zavala han proyectado es la de una familia de nivel socioeconómico medio alto que pasó por el gobierno sin enriquecerse y salió de Los Pinos para vivir en su casa de siempre, a la que le abrieron las puertas no sólo para dejar el escondite, sino para lucirse en público.
Si contabilizamos lo transcurrido en este sexenio, durante dos años la desgracia de Calderón permitió el éxito de Peña y durante dos años ha sido al revés.
Hoy, en la cresta de la ola, Calderón acuerpa la aspiración presidencial de su esposa, que aparece competitiva. Faltan dos años para 2018. A ver cómo se mueve el mar.
historiasreportero@gmail.com