No era invitación a la fiesta, pero podía derivar en eso. Ya había pasado hace justo un año, cuando se reunieron en Los Pinos para seguir la elección de mitad de sexenio y lo que empezó como preocupación terminó en brindis: el PRI había mantenido su mayoría en el Congreso.

Así que este domingo 5 de junio, el Presidente convocó a sus más cercanos a eso del mediodía a la residencia oficial para lo mismo: estar juntos en la jornada donde se renovaban doce gubernaturas. Videgaray, Nuño, Guzmán, Gamboa, Sánchez, Ruiz Masseiu.

¿Cómo estuvo el Presidente?, le pregunto a algunos testigos. Sereno, coinciden en contestar. Durante la jornada, acudía constantemente a su teléfono para chatear y revisar internet. Describen a un espectador más que un protagonista. Un Presidente que optó por esperar el resultado y no andar operando políticamente a la “hora de la hora” con gobernadores y candidatos. De eso se encargaron, desde sus respectivas oficinas, Miguel Osorio Chong y Manlio Fabio Beltrones.

Osorio, me dicen fuentes, instaló una especie de búnker para mantener el pulso minuto a minuto. Con sus colaboradores más cercanos se mantuvo en Gobernación durante el día. Beltrones diseñó un sistema piramidal que permitía rastrear la apertura de casillas, la movilización de sus militantes, las encuestas de salida, las irregularidades hasta los conteos rápidos y los resultados oficiales.

Todo colapsó: las encuestas, los operadores, los gobernadores. Asombró a los funcionarios federales la falta de control, pero sobre todo de información fidedigna. Hubo algunas perlas:

Al atardecer, el veracruzano Javier Duarte reportaba que el PRI iba arriba por 3 puntos y ya por la noche solamente aceptaba que el resultado “se había cerrado”. En realidad la perdió por 4 puntos porcentuales.

A las siete de la noche, César Duarte, de Chihuahua, todavía decía que el PRI llevaba ventaja de ¡5 puntos! Le habían ganado por 8.

En Durango decían que iban adelante. También en Aguascalientes. En Quintana Roo, lo mismo: estaba confiado Borge. Puras mentiras.

Fue un domingo en el que conforme anocheció, al PRI “se le vino la noche”. Porque después de la comida, sus cálculos era que se llevaban cuando menos ocho gubernaturas. Pero conforme avanzaron las horas, las supuestas ventajas se desvanecieron y las elecciones cerradas se volvieron cómodos triunfos para el PAN. Y así fueron cayendo Veracruz, Chihuahua, Tamaulipas, Quintana Roo, Durango, Aguascalientes.

Cuando Beltrones y Osorio dejaron sus oficinas y se sumaron al grupo en Los Pinos, llevaban los resultados y los rostros de luto. Me dicen que el presidente los recibió cariñosamente y se mantuvo tranquilo mientras recogió opiniones sobre qué hacer en adelante. Hablaron del Estado de México, la elección clave del próximo año. Pero el primer mandatario no mencionó nombres, cabezas, cambios, estrategias rupturistas. Ni golpes de timón ni manotazos. Si llegó a conclusiones, se las guardó. A eso de las tres de la mañana se despidieron. Vapuleado el ánimo ante una derrota que no vieron venir y de la que nadie les advirtió… ni siquiera horas antes.

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