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Desde que fue recapturado el 8 de enero, el gabinete de Seguridad federal determinó que, en lo que era extraditado a Estados Unidos, a Joaquín El Chapo Guzmán lo moverían de penal una o más veces.
No habían definido cuándo. Pero una falla en el servicio de energía eléctrica en el penal del Altiplano aceleró los tiempos: se “botó” la pastilla de luz de la Sala 5 donde el capo realiza sus audiencias judiciales y ésta se quedó unos instantes a oscuras, sin registro de audio y video. La planta de emergencia entró casi de inmediato y todo regresó a la normalidad.
Según me revelan fuentes de primer nivel, en las que baso esta columna, Guzmán Loera no estaba en la sala al momento del “apagón”. Se encontraba en su celda. Sin embargo, el suceso inusual preocupó a los altos mandos de la Comisión Nacional de Seguridad (CNS).
Así que el lunes 2 de mayo tomaron la decisión de cambiarlo de penal. Había tres opciones: Ocampo en Guanajuato, Ciudad Juárez en Chihuahua o San Bartolo Coyotepec en Oaxaca.
Optaron por Juárez: es el más moderno de los tres, el más aislado —kilómetros de desierto en derredor— y su subsuelo es tan firme que es imposible cavar un túnel. Y claro, porque la ciudad no es territorio amistoso para el narco de Sinaloa: sus abogados y familiares van a tener que andar con cuidados en una plaza que, aunque pacificada, fue objeto hace algunos años de la sangrienta disputa entre el cártel local y el de El Chapo, que intentó apoderarse de ella.
El presidente Peña Nieto y el secretario de Gobernación Osorio Chong dieron “luz verde” al plan y a las nueve de la noche del viernes 6 de mayo se inició el operativo de traslado: un comando recogió a El Chapo en su celda, él sólo preguntó a dónde lo llevaban y nadie le respondió. En el helipuerto del Altiplano había tres Black Hawks, uno abordó el narcotraficante rumbo al aeropuerto de la Ciudad de México y los otros dos despegaron en direcciones distintas para distraer por si intentaban rescatarlo.
En el hangar de la Policía Federal del aeropuerto Benito Juárez lo esperaban los mandos más altos de la CNS. Renato Sales, Eduardo Guerrero, Enrique Galindo y Alfonso Bagur estaban irreconocibles: portaban el uniforme táctico de la corporación, que incluye un pasamontañas que les cubre el rostro.
Abordaron el avión que siempre usa el comisionado Sales. 14 plazas. Los cuatro altos funcionarios, el capo y nueve elementos de élite. Dos pilotos en cabina, sin tripulación. El trayecto a Ciudad Juárez fue en silencio. El capo sólo habló con voz carrasposa para pedir agua. Los mandos de la CNS se comunicaban entre ellos por escrito, pasándose tarjetas.
Antes había despegado un Boeing con unos cien elementos de tres áreas de la CNS: Policía Federal, Seguridad Penitenciaria y Protección Federal. Apoyados por soldados, esperaron a la nave en la que venían sus jefes con el narcotraficante y se encargaron de transbordarlo a un helicóptero, volarlo al penal de Juárez e ingresarlo con un vehículo blindado “rinoceronte”.
Sin contratiempos, el traslado del reo más delicado del sexenio concluyó con éxito al iniciar el sábado 7.
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