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Cuando se va a dormir, Joaquín Guzmán Loera acostumbra taparse por completo: pasar la cobija por encima de la cabeza y cubrir todo su cuerpo.
Hasta ese hábito pone nerviosos a sus celadores.
Imagino de inmediato un acto del maestro de la magia David Copperfield cuando coloca una tela sobre una guapa modelo y al jalar vigorosamente el trapo ¡pum! ella ya no está. Han de pensar que así se les puede escapar ahora El Chapo.
Por eso, cuando el abogado del líder del Cártel de Sinaloa denunció que no lo dejan dormir en su celda, que lo despiertan cada dos horas y que lo quieren volver un zombi, la Comisión Nacional de Seguridad respondió que en realidad lo despiertan cada cuatro horas para realizarle la “prueba de vida”: cerciorarse que bajo ese bulto escondido en una cobija hay un ser humano, está vivo y se llama Joaquín Guzmán Loera.
Los dos policías federales con perro adiestrado que viven afuerita de la puerta de su celda, donde lo graban las 24 horas, tienen estrictamente prohibido hablar con él. Se ha dispuesto para su vigilancia, a través de video, nuevo personal de monitoreo que rota cada cuatro horas. Esa imagen llega en tiempo real hasta los teléfonos inteligentes de varios funcionarios de alto nivel, quienes me han confirmado esta información.
El Chapo permanece esposado de las manos por la espalda y le quitan las esposas casi sólo para comer e ir al baño. Su salida al patio es a solas, sin ningún otro interno con quien convivir, y ese recreo no es en la explanada general, sino en un pequeño jardín.
Se sabe que lo cambian de celda sin un patrón definido. En los primeros días tras su reaprehensión, era trasladado de una a otra en el pasillo de Tratamientos Especiales del penal del Altiplano. Eran veinte puertas de acero con seguridad reforzada en techos y pisos, según confirmó la autoridad y publicamos en estas Historias de Reportero en la entrega Lo cuidan con perros huele-Chapo, del 18 de enero de este año. Se ha duplicado el número de celdas reforzadas disponibles, pues se habilitó un segundo piso.
A las afueras, las torretas de vigilancia que antes estaban vacías ya tienen francontiradores del Ejército con rifles de largo alcance y cañones de ruido que disparan ondas sonoras capaces de romper el tímpano, además de provocar vértigo a aquellos a quienes apuntan y no se retiran de la zona.
Los cañones de ruido generan 153 decibeles, más que el sonido de un avión comercial a 50 metros de altura. Son de aluminio, en forma casi circular y se apuntan hacia el objetivo para aturdirlo e impedir su actuar. Su potencia alcanza hasta 3 kilómetros de distancia. Fueron diseñados en Estados Unidos tras el ataque en el año 2000 al destructor USS Cole en Yemen por parte de una célula de Al-Qaeda, que provocó la muerte de 17 infantes de Marina.
De esta manera, en el gobierno mexicano buscan protegerse ante la posibilidad de que los asociados del líder del Cártel de Sinaloa orquestaran un ataque armado por aire o tierra contra el penal del Altiplano. Según las fuentes de seguridad consultadas, este cañón podría incluso apuntarse hacia un helicóptero artillado e impedir que sus tripulantes disparen.
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