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Desde que se fugó del penal de “máxima seguridad” del Altiplano, Joaquín El Chapo Guzmán ha logrado tensar las relaciones entre México y Estados Unidos.
La migración, desde luego, no se ve afectada, tampoco los miles de millones de dólares de comercio binacional cotidiano. Eso corre por otra vía.
Pero las juntas de funcionarios de ambas naciones han estado marcadas por un tono más ríspido que de costumbre. Asomos de sospecha y desconfianza, recriminaciones mutuas, aparecen en medio de rondas de conversaciones de las que públicamente se informa sólo la cara más noble: dos países cooperando en labores de inteligencia para capturar al capo más poderoso del mundo.
Fuentes de alto nivel me han confiado de cuando menos dos encontronazos entre México y Estados Unidos.
El primero habría sucedido en la visita que realizaron Tomás Zerón De Lucio, director de la Agencia de Investigación Criminal, y Gilberto Higuera Bernal, subprocurador de Control Regional de la Procuraduría General de la República, a los representantes de los organismos de inteligencia del gobierno estadounidense. Sucedió en Texas la última semana de julio.
La sospecha se tendió sobre la reunión. Me relatan que la parte mexicana cuestionó que era poco creíble que con los niveles de espionaje e infiltración que logra la inteligencia estadounidense sobre los cárteles mexicanos, no hayan sabido que El Chapo se iba a fugar. La implicación es más grave: que Estados Unidos supo y no advirtió de nada, porque quería al Chapo en extradición y como México se lo negaba, qué mejor manera de lograrlo que exhibir la incapacidad de las prisiones mexicanas para retenerlo (en el supuesto de que sea recapturado, su extradición al vecino norteño es casi un automático político).
Estados Unidos, me dicen otras fuentes, rechazó la suspicacia y reviró con el argumento de los altísimos niveles de corrupción que invaden a México y el hecho de que reiteradamente, el gobierno mexicano les aseguró que el penal del Altiplano era de clase mundial.
El segundo encontronazo se habría registrado en la “gira del adiós” del embajador de Estados Unidos en México, Anthony Wayne. Concretamente en una visita a la Secretaría de Gobernación, que comanda Miguel Ángel Osorio Chong. Coincidió con una declaración de un funcionario de la agencia antidrogas estadounidense (DEA) diciendo que habían alertado dos veces a las autoridades mexicanas sobre planes de fuga del Chapo.
México exigió que se retractaran o que exhibieran las pruebas de que habían compartido tal información porque el Cisen, que es su ventanilla de contacto, nunca la recibió. Estados Unidos contestó, según personas bien enteradas, que les pasaron el dato a través de otros canales de comunicación de menor jerarquía burocrática, y terminó medio matizando públicamente esa polémica declaración.
Así las tensiones, la renovación de embajadores tiene una clara tarea por delante.
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