Los ríos y ríos de dinero que se le han invertido a los procesos electorales en México han sido recursos tirados a la basura. De haber tenido un sistema electoral ejemplar, con instituciones que gozaban de la confianza de los ciudadanos, hoy tenemos elefantes blancos —INE; TEPJF; Fepade— que cuestan mucho y aportan poco a la democracia.
Sé que hay quienes dicen que esta visión es una exageración. Que cuando menos hoy no sabemos quién va a resultar ganador desde meses antes, cuando siempre ganaba el PRI. Esto porque en México el dedazo ya no define al siguiente gobernante necesariamente, y porque vivimos en un país en donde la alternancia ha dejado de ser la excepción.
Ayer lo anotaba José Woldenberg en su columna: desde el 2015 a la fecha hemos tenido 21 elecciones para renovar gobernadores y en 13 de ellas ha habido alternancia. Eso implica que en 62% de las elecciones estatales los ciudadanos han decidido cambiar al partido gobernante.
También se habla del éxito de tener a ciudadanos participando en las elecciones como funcionarios de casilla y a que tenemos a individuos en las instituciones electorales que son independientes del poder.
Todo esto fue muy bueno y permitió la alternancia a nivel estatal a finales de los 80 y a nivel federal en 2000. Pero más de dos décadas después no podemos sentirnos satisfechos con lo mismo. Y menos cuando acabamos de vivir unas elecciones que siguen sacando a la luz un vocabulario que ya debiera de estar enterrado: compra de voto, acarreo; intervención de autoridades en las elecciones, etc.
¿Para qué meterle tanto dinero al sistema electoral si pasando las elecciones seguimos viendo a los actores hablar de negociar triunfos; de concertar resultados? ¿Para qué si vamos a ver que los resultados se quieren definir en los tribunales y no en las urnas? Mejor nos ahorramos los más de 4 mil millones de pesos que reportan costaron las elecciones del domingo 4 de junio.
O mejor aún. ¿Por qué no trabajamos para lograr reglas electorales adecuadas de tal forma que los actores involucrados las cumplan y no sean solo una reforma legal sin ser una reforma de conductas?
Absurdo es fijarles a los partidos topes de gastos de campaña ridículamente bajos. Lo único que se logra es que todos reporten que gastaron lo legal para no pasar el umbral de 5 por ciento que llevaría a la anulación de la elección, cuando todos saben que han gastado mucho más.
Absurdo es regalarles tiempo en los medios de comunicación y restringir la cobertura que podemos hacer quienes trabajamos en ellos, de tal forma que lo único que se puede reportar es en dónde estuvieron y qué dijeron los candidatos so pena de incurrir en multas del INE por coberturas consideradas inequitativas.
No se puede pedir democracia sin demócratas. Pero esta premisa parece un dilema al estilo del huevo y la gallina: ¿qué va primero, la democracia o los ciudadanos y funcionarios que la practican y la defienden? En México hemos querido pensar que con instituciones caras y reglas abultadas se logrará la confianza en ellas y la democracia anhelada. El domingo demostró cuan equivocados estamos.
Es momento de rectificar el rumbo. El sistema electoral mexicano es caro, no es confiable, no genera satisfacción ciudadana con la democracia. Estamos en el peor de los mundos. El que, de 4 elecciones, 2 sigan en el aire a casi una semana de los comicios y sin ser reconocidas por los actores involucrados es la mejor muestra de ello.
@AnaPOrdorica www.anapaulaordorica.com