El ciclo político ha estado presente en la economía mexicana en los últimos 30 años. En general el ciclo tiene dos fases finales y una intermedia que afectan el rumbo de la economía. La primera es una fase expansiva al final de cada gobierno, la segunda es contractiva al inicio de cada nueva administración, y la tercera es de moderación en anticipación a las elecciones presidenciales. En 2018, la economía cumplirá puntualmente con el ritual del ciclo político-electoral por quinto sexenio consecutivo.

El ciclo político. El ciclo político ha jugado un papel importante en el desempeño de la economía en las últimas tres décadas. En particular, la economía sufre el impacto del cambio de gobierno cada seis años, pero también se beneficia del gasto expansivo durante el proceso electoral que tiene lugar al final de cada administración. Durante los últimos tres gobiernos la economía mexicana ha logrado evitar la maldición de las crisis de fin de sexenio, pero todavía no logra escapar de la tradicional desaceleración generada por la transición política.

El ciclo político de la economía mexicana tiene tres fases bien definidas: una de final, otra de inicio, y una intermedia. La primera es la fase expansiva, que cubre básicamente los primeros seis meses del último año del gobierno saliente. En esta fase, el gasto fiscal aumenta no sólo para financiar el proceso electoral y completar los programas de infraestructura de la administración en turno, sino también para impulsar a la economía y generar un sentimiento de bienestar, con la esperanza de ganar la preferencia de los electores para mantener al partido en el poder. Como resultado, la economía se beneficia del gasto expansivo y por lo tanto crece a una tasa mayor durante el último año de cada gobierno.

La segunda fase es de contracción y comienza cuando se elimina el estímulo fiscal después de las elecciones presidenciales y se extiende hasta la primera mitad del primer año del nuevo gobierno. Al inicio de cada gobierno siempre se presenta un retraso en la ejecución del presupuesto federal. Esta lentitud del gasto, algunas veces combinada con la incertidumbre generada por el cambio de equipo económico y político, siempre produce un retraso en las decisiones de inversión y consumo del sector privado. Esto al final se refleja en la tradicional desaceleración de la actividad económica al inicio de cada gobierno.

La fase intermedia se sitúa mayormente en el quinto año de gobierno. Es entonces cuando los motores del crecimiento tienden a enfriarse no sólo con el fin de corregir los desequilibrios incipientes o acumulados, sino también para dejar a la economía en mejor forma para el año electoral. Cada uno de los cuatro gobiernos anteriores produjo una desaceleración inducida durante su quinto año. Esta medida tenía el propósito implícito de preparar a la economía para un repunte sólido durante el sexto año, cuando se celebra la elección presidencial.

Esta vez no será diferente. La realidad económica en el presente sexenio inició con la segunda fase, al comenzar el primer año de la administración con la tradicional desaceleración causada por el cambio de gobierno. El retraso en el ejercicio del presupuesto ocasionado por el cambio de equipos y la novatez de una parte de ellos hizo que la economía sufriera el costo de la tradicional curva de aprendizaje.

La tercera fase ya se está materializando en el quinto año de gobierno: 2017. Aun descontando el efecto externo desfavorable en este año, la economía ya estaba destinada a desacelerarse ante el ajuste de política económica necesario para reducir los desequilibrios acumulados. De hecho, esta fase del ciclo es la responsable de ser el mecanismo desactivador de la crisis de fin de sexenio, ya que tiene el objetivo de reducir la vulnerabilidad de la economía en víspera de la elección presidencial.

Asimismo, en 2018 la economía se enfila a cumplir la primera fase: la expansiva. Una vez que se controle la aceleración del desequilibrio fiscal hacia finales del año, y consecuentemente del desequilibrio externo, la inflación tenderá a reducirse en 2018 aun solo por efecto aritmético. El financiamiento del proceso electoral comenzará desde inicios de 2018, y a ello le seguirá el periodo de campañas políticas, con un derrame de gasto importante y generación de empleos temporales. La demanda no sólo de camisetas, gorras, y matracas con el logotipo de cada candidato, sino también el gasto en viajes, comidas y alojamiento de todo un ejército de apoyo detrás de cada candidato, tendrá un impacto positivo sobre la economía.

Así, después de una moderación del crecimiento en 2017, la cual podría ser agravada por Trump, la economía mexicana está prácticamente destinada a cumplir con su ritual expansivo en 2018. De hecho, no es coincidencia que el mismo gobierno haya develado sus estimados de crecimiento que confirman una moderación en 2017 y un repunte en 2018. De esta forma, México ha estado condenado a repetir su historia de los últimos 30 años.

Gráfico: 

Director para América Latina en Moody’s Analytics.

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