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Un mes más, una nueva marca de violencia homicida.
Ahora fue junio: 86 víctimas de asesinato por día en promedio, 2 mil 566 en total. El número más alto de averiguaciones previas por homicidio doloso para un mes desde que empezó un registro centralizado en 1997. Casi 40% de incremento con respecto a junio del año pasado.
Como todos los meses, les podría decir que esto es nacional y que 27 de 32 entidades federativas vieron crecer el número de víctimas. Les podría añadir que la situación en algunos estados es de terror y que en Baja California o en Chihuahua, los homicidios más que se duplicaron en comparación con el año pasado. Les podría contar sobre el incendio en Colima o el infierno en Guerrero o la matazón en Veracruz.
También podría decirles que esta oleada de violencia tiene algo que ver con capos detenidos y cárteles fragmentados, disputas sucesorias y pleitos entre sinaloenses, tráfico de heroína y flujos de armas. Y podría rematar con una discusión sobre la implementación del nuevo sistema de justicia penal.
Podría hacer todo eso, pero no lo voy a hacer. Porque todo eso acaba siendo un mero distractor.
La causa de causas de la violencia acaba siendo una: la impunidad. La gente mata y la gente muere porque nada sucede y nadie reacciona cuando alguien mata o alguien muere. Y nada sucede porque a nadie en una posición de poder le importa. Al fin y al cabo, es “entre ellos”.
Hace no muchos meses, el entonces gobernador de Sinaloa, Mario López Valdez, soltó la siguiente joya: “Tenemos dos delitos que nos hacen aparecer con mucho temor que es el de los homicidios dolosos, pero eso se circunscribe a gente que anda en actividades ilícitas, el 90 por ciento de los casos se da con la gente que anda en malos pasos… Cuando ocurre que hay gente víctima que no está metida, pues hay la investigación por parte de nosotros”.
En mismo sentido, a finales de 2016, el delegado de la Secretaría de Gobernación en Baja California, José Luis Hernández Ibarra, se aventó esta perla: “Los homicidios que vemos es gente que no anda bien, son delincuentes… Se matan entre ellos y eso no lo puede evitar la autoridad porque no puedes poner un policía en cada esquina”.
Y, como cereza del pastel, no está de más recordar esta bella frase del secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, pronunciada hace año y medio en referencia a Guerrero: “Hasta hace poco más de tres años, en estos enfrentamientos caían personas de la sociedad civil. Hoy prácticamente es entre ellos”.
La lógica es sencilla: cuando la violencia se asume como asunto “entre ellos”, los homicidios no se investigan (salvo excepciones). Y lo que no se investiga, no se sanciona (por definición). Y lo que no se sanciona, se reproduce y crece. Así de fácil.
Entonces, como primer paso para detener la matanza sin fin, tenemos que empezar a ver de otro modo a las víctimas. Una vida es una vida. Un asesinato es un asesinato. Amerita siempre una investigación a fondo y un castigo a los responsables, sin importar si la víctima era de “ellos” o de “nosotros”.
Eso tiene una implicación metodológica: tenemos que contar no sólo los homicidios que se cometen, sino también y sobre todo, los homicidios que se resuelven. Los homicidios donde se siguen los protocolos, donde se resguarda la evidencia, donde los servicios periciales hacen su trabajo, y donde la policía, de la mano del ministerio público, lleva profesionalmente la investigación.
Cuando esos homicidios —los atendidos como mandan los cánones— sean mayoría, el número de cadáveres va a disminuir de manera sostenida. Mientras no lo sean, vamos a seguir reportando marca tras marca y récord tras récord.
alejandrohope@outlook.com.
@ahope71