Es evidente que el tema requiere una excavación profunda, sin garantías de encontrar algo. Pero para entendernos en los términos de Hollywood, reconozcamos que el lado oscuro de la fuerza ha despertado en esta coyuntura electoral por la Presidencia de Estados Unidos, mediante la candidatura de Donald Trump.
Con el personaje y su campaña se desataron las posiciones ideológicas más primarias de racismo, xenofobia, intolerancia religiosa, desigualdad de géneros, prepotencia imperialista y otras inaceptables en un mundo que aspira a la civilización.
Lo sorprendente es que su discurso ignorante haya predominado en el Partido Republicano, desplazando a sus actores tradicionales y a sus posiciones más conservadoras, que vistas desde el parámetro de Trump suenan hoy liberales. Lo sorprendente es que el ahora candidato sea alguien con una trayectoria empresarial plagada de señalamientos de fraude y que por lo visto ha consumado uno más.
Trump ha generado una ruptura profunda en el Partido Republicano y en el escenario nacional de Estados Unidos. Ha aglutinado al lado oscuro de la fuerza que hoy recorre territorios más extensos, despertando ideologías primarias que estaban contenidas y que encontraron con su candidatura un camino de expresión.
No por casualidad el debate electoral ha reivindicado la defensa de libertades que parecían conquistadas en la vida pública de Estados Unidos. Pero justo aquí encontramos el lado bueno de Trump, al reabrir un frente que no estaba maduro, relativo a derechos fundamentales.
Desde esta perspectiva, su derrota sería un poderoso paso adelante en la ruta civilizatoria, dentro y fuera de Estados Unidos. Su eventual triunfo, una catástrofe de proporciones globales, con México y los mexicanos incluidos. Para nosotros, lo de menos sería la inútil y agresiva barda fronteriza, que en parte ya está instalada. Lo peor ocurriría en Estados Unidos, con un racismo desbocado e inevitablemente conflictivo de muy graves dimensiones.
Pero nada ha transcurrido sin resistencias. El lado bueno de Trump es todo lo que ha levantado en su contra. En el terreno de la sociedad civil, lo integran multitud de voces que se oponen a su discurso, propio de una era de barbarie. Igual, a lo largo y ancho de la clase política —republicanos, demócratas y otros— toman distancia de sus posiciones que atentan contra libertades que han sido orgullo de la historia de Estados Unidos.
El lado bueno también lo representan una parte significativa del sector empresarial, incluso entre aquellos que tradicionalmente financian las campañas presidenciales de los republicanos y que hoy no ofrecen los mismos recursos. Redes empresariales habitualmente no involucradas en la política, han salido para oponerse a Trump, como sucedió con empresas tecnológicas globales o asociaciones de empresarios hispanos.
Pero lo más importante en la coyuntura y para el futuro es que Trump ha potenciado la actividad política de la comunidad latina. Las estadísticas de solicitudes de ciudadanía muestran particular crecimiento, al igual que los registros electorales. Lo más probable es que veamos a esa comunidad afirmando su verdadero peso en una sociedad multicultural y en transición como es Estados Unidos. Lo más probable es que su voto sea determinante del resultado, como sucedió en las elecciones presidenciales con Obama. Lo más probable es que consoliden nuevos espacios en la vida pública de ese país, como nunca antes.
Finalmente, no debe olvidarse que el éxito del discurso antimexicano de Trump —esencial para activar al lado oscuro de la fuerza— sólo puede explicarse por la presencia cada vez más relevante de la población latina y mexicana en la vida social, cultural, económica y política de Estados Unidos. Es una realidad demográfica de amplia escala y de un futuro aún más potente de cambio social. Ni modo Donald.
El Colegio de la Frontera Norte