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Texto y fotos actuales: Magalli Delgadillo
Fotografías actuales: Archivo EL UNIVERSAL
Diseño web: Miguel Ángel Garnica
De pronto, aparecieron algunas figuras humanas con túnicas y una lámpara en la mano. Avanzaban, intercalaban sus lugares. Los coros desaparecieron y se escuchó la voz del monje de hábito café y manta blanca: “Sean bienvenidos al santo Desierto de Nuestra Señora del Carmen de los Montes de Santa Fe —nombre original—”, dijo el personaje con voz fuerte. Esto fue parte de una representación en un recorrido de leyendas nocturnas, organizada por la delegación Cuajimalpa (realizadas los viernes y domingos).
Quizá este tipo de visitas no hubieran sido posible si el 15 de noviembre de 1917, el presidente Venustiano Carranza no lo hubiera decretado como el primer Parque Nacional de México. Actualmente, es el Parque Recreativo y Cultural Desierto de los Leones —ubicado en la carretera México-Toluca, colonia La Venta, Cuajimalpa de Morelos—.
El nombre de “Desierto” es por tratarse de un sitio apartado, debido a la estricta vida contemplativa de los frailes. Por su parte, la frase “de los Leones”, se dice, surgió cuando hubo un conflicto entre los pobladores y los carmelitas, pues estos últimos ocupaban más de mil 529 hectáreas —actual extensión— y los nativos se vieron limitados respecto al abastecimiento de agua y madera.
Ante esto, hubo un conflicto de propiedad entre la orden del Carmen —la cual llegó a México en 1585— y los habitantes, por lo cual, buscaron la ayuda de algunos abogados. Entre ellos, los hermanos apellidados “de León”. El más mencionado fue José I. Manuel de León, platica Román González. Mencionada familia fue administradora y las personas comenzaron a relacionar el apellido con el lugar. Así surgió (la segunda parte) del nombre: “de los leones”.
Existe una segunda versión menos creíble. Al encontrarse en un ambiente templado y zona boscosa, “había muchos animales salvajes, entre ellos el gato montés. En algunas crónicas se menciona (había sonidos) como el rugido de fieras, pero hace 400 años, todo animal salvaje era nombrado como un león”, comenta el señor Román González.
En 1920, EL UNIVERSAL ILUSTRADO describía a este territorio como un recinto de “muros verdinegros que se desmoronaban de abandono y vejez, (y donde) ya no resonaba el eco de los Salmos que borraban las humanas iniquidades, ni las suaves pisadas de los frailes repasando con las manos (...) las cuentas de un rosario”.
Este predio fue vendido durante el gobierno del general Mariano Arista. Burnand, un empresario extranjero, estableció una fábrica de vidrio. Había una razón muy importante: en esta zona se encontraba todo lo necesario para obtener combustible necesario, es decir, árboles, de acuerdo con el texto el texto “El Desierto de los Leones: sus aguas y la adjudicación de su monasterio en el siglo XIX” de la investigadora Ma. del Carmen Reyna.
Don Román González, guía turístico los fines de semana, también dice haber leído sobre la existencia de una industria de vidrio y platica: “Un extranjero llegó a explotar y puso un horno para fábrica de vidrio en 1845, pero otras versiones dicen, era un lugar para falsificar monedas”.
Sin embargo, “la administración del general Santa Anna desconoció el arrendamiento de Burnand y, aunque había solicitado la adjudicación, fue desalojado por una fuerza armada del cuerpo de artillería”, de acuerdo con el texto de la investigadora Ma. del Carmen Reyna.
Pero retrocedamos en el tiempo y recordemos los primeros años, cuando un grupo de humanos decidió habitar en las entrañas de la naturaleza para estar más cerca de Dios. ¿Cómo? Gracias a una visita guiada realizada por EL UNIVERSAL en un fin de semana, donde Román Gonzáles narró los acontecimientos históricos más importantes y a un recorrido de leyendas nocturnas, organizado por la delegación Cuajimalpa, donde algunos hombres vestidos de monjes interpretan la vida de los frailes (en silencio y castidad).
El hermano de manta blanca, quien guio toda la visita, habló de la importancia de la purificación, la oración y sacrificio —actividades que acostumbraban realizar—.Todo alrededor estaba en obscuridad, para ellos esto significaba una oportunidad para orar.
Además, el lugar tranquilo propiciaba esas horas de meditación. Este sitio (el Desierto de los Leones) continúa siendo “un ambiente de inmensa calma, de religiosidad, de paz infinita, se respira dentro del bosque silencioso escogido sabiamente por los hombres que cruzando el Atlántico vinieron a la Nueva España para huir de las tentaciones mundanas”, como mencionó EL UNIVERSAL ILUSTRADO en su publicación “Paisaje nacionales” de 1920.
Luchas espirituales
Cuenta la leyenda que, en el espacio llamado Desierto de los Leones, parte de la orden de los Carmelitas Descalzos —donde instalaron el séptimo convento edificado en la capital mexicana— se establecieron en un lugar alejado de la “civilización” para meditar, ser purificados y, así, tener una comunión más cercana con Dios. También, en ese lugar los frailes vivieron luchas espirituales.
Dentro podían vivir 26 personas (cuatro de ellas habitaban de manera permanente y el resto ocupaba el lugar durante un año). Aquí, los hermanos experimentaron obstáculos. El religioso, guía del recorrido nocturno, platica cuando en una ocasión un carmelita se encontraba en el jardín, ubicado frente a la “nave mayor”, y percibió el rechinido provocado por el movimiento de las puertas de madera de ese lugar.
Pensó se trataba de alguno de sus hermanos; sin embargo, el ruido se hizo cada vez más fuerte y acudió a ver qué sucedía. Al acercarse a la entrada, se dio cuenta de una presencia maligna, a la cual reprendió con oraciones.
Por fin, el ser obscuro en forma de lobo huyó, dejando detrás de sí, las plantas y flores secas. El enfrentamiento dejó cansado y tambaleante al creyente y a quienes lo auxiliaron en la batalla espiritual.
El carmelita guía, encargado de contar las leyendas, explicó se trataba de un practicante nuevo y no sabía una regla: “No se debe atender al llamado de una puerta donde no se nos han solicitado nuestros servicios”. No sabemos qué hay detrás de ella.
Para enfrentar las pruebas, los carmelitas debían estar preparados, por lo cual, su rutina se basaba en oración. Su vida cotidiana estaba normada por el oficio divino: los rezos y memorización de apartados bíblicos (Salmos), los cuales repetían cada tres horas. El tañedor —en este caso, quien tocaba el carillón— subía por el campanario y hacía sonar de forma diferente para cada tipo de plegaria.
Iniciaban a las 12 de la noche con maitines (rezos), antes de esto, acudían a una habitación, donde cantaban el Salmo de profundis (Salmo 130); seguían a las tres de la mañana; después, “primas” a las seis; “tercia” a las nueve; “sexta” a medio día; “nona” a las tres de la tarde; “vísperas” a las seis y “completas” a las nueve.
Nunca hablaban entre ellos. Sólo cada 15 días les era permitido susurrar algunas frases en la Capilla de los Secretos bajo dos condiciones: no se debían ver y estaban distantes entre sí. “Este era el único lugar, donde podían platicar. Si necesitaban algo de la despensa o botica, lo pedían a través de señas”, comenta Román González.
La capilla tiene una especie de bóveda en la parte de arriba, con una curvatura que permite comunicarse con la persona en la esquina contraria sin ser escuchados por los demás.
Respecto a la parte de su alimentación, ésta era escasa. Comían dos veces por día. Su dieta se basaba en fruta fresca o seca, pescado deshidratado. En Navidad les daban algunos dulces, alimentos condimentados como jitomate.
Al tratarse de personas dedicadas a las actividades consagradas a Dios, delegaban tareas domésticas a personas externas y para no tener contacto con ellos, entre la cocina y comedor existía un tronco giratorio, a través del cual los frailes tomaban los alimentos sin tener contacto humano.
El espíritu de San Cosme
Ahí, donde el viento duerme entre el follaje de árboles elevados para recibir la caricia del sol, las tentaciones los perseguían y ellos trataban de alejarlas. Para ellos, el diablo, desde que le fue permitido entrar en el mundo, se apoderó de todas las criaturas vivientes sobre la tierra y las utilizaban para ganar almas.
Sin embargo, los creyentes estaban conscientes que seguían siendo pecadores y necesitaban un castigo. Por ello, tenían su reglamento, donde se especificaba que los lunes, miércoles y viernes, después del último rezo, flagelarían su cuerpo, relata el guía turístico, Román González.
Uno de esos hermanos entregados a la oración era el fraile Cosme. A él se le conocía por su fidelidad: pasaba grandes periodos en plegaria frente a una cruz de madera. Sin embargo, una ocasión se encontró el cuerpo del religioso. Se desconoce la causa extraña de su muerte, pero quienes vivían ahí le adjudican el asesinato a algún ente diabólico.
Hasta ahora, el ferviente creyente, Cosme, se sigue manifestado de diferentes maneras en las instalaciones del convento. Por lo cual, el hombre vestido de monje, guía de la noche de leyendas, advirtió a los visitantes que no se asustaran si veían a un hombre o escuchaban ruidos del católico. Quizá, sólo siguen realizando sus actividades cotidianas en este recinto, pero los vivientes no lo entienden y se asustan.
El túnel: la otra atracción de miedo
El convento —construido en 1600—, como se ha mencionado, se encontraba en un espacio natural, donde abundaba el agua, animales como los venados y los árboles. Esta construcción no sólo era especial por ser una sede de los Carmelitas Descalzos, sino por su arquitectura.
Bajo la vivienda de los monjes, existen cuatro túneles unidos en las esquinas. Este sistema, planificado por Fray Andrés de San Miguel, sirvió como recolector de aguas de la iglesia y las 12 ermitas. En esta zona con lluvias recurrentes durante todo el año, era importante que el agua no se estancara en espacios del edificio, por lo cual se implementó la mencionada técnica y así el líquido caería en las canaletas. Actualmente, los invitados pasean por todo el perímetro.
Al preguntarle sobre si había túneles que salieran a diferentes partes de la ciudad o conectaran con otros conventos, el guía respondió:
—Son mitos que existen salidas a otros lugares. Siempre está el comentario de las personas que han visitado también el convento de San Ángel, pero hemos buscado y no.
La salida de los monjes y entrada de visitantes
Desde el abandono de los religiosos —en 1801, después de dos siglos de vida contemplativa en ese lugar— y huida a Tenancingo, Estado de México, el lugar estuvo en total descuido: “El monte fue cedido a los pueblos circundantes para que continuaran explotando los bosques, respetando las reglas establecidas por los Carmelitas que protegían el lugar”, de acuerdo con el texto “El Desierto de los Leones: sus aguas y la adjudicación de su monasterio en el siglo XIX” de la investigadora Ma. del Carmen Reyna.
Sin embargo, las disputas por el lugar y sus recursos naturales siguieron. En 1776, la capital del país sufría escasez de agua y las autoridades ordenaron el cuidado de manantiales, ríos y ojos de agua dentro de este terreno; además, estos debían incorporarse al abasto de la ciudad.
En 1880, la tala de árboles en varios puntos del Desierto provocó la disminución del caudal de los manantiales. Diecinueve años después, se incendió el monte entre la Magdalena y Tacubaya, lo cual afectó de nueva cuenta las fuentes de agua abastecedores en la Ciudad de México.
Ahora, el “Desierto” continua siendo un pulmón de la ciudad, donde se pueden apreciar las flores como decoración en casi todos los jardines limpios; grandes árboles y plantas productoras de aire puro; las estrellas por las noches.
Aquí, aún viven varias especies vegetales y animales: 100 aves, 30 mamíferos (conejos tlacuaches, coyotes, venados de cola blanca), siete especies de anfibios y nueve de reptiles.
Además, ahí, donde se respira un ambiente de misterio, también es lugar de diversión en los fines de semanas y los vendedores reciben con un “¡Pásele, pásele! ¡Tenemos quesadillas, pambazos, gorditas, sopa de médula! ¡Café y atole para el frío!” a los visitantes de uno de los más famosos parques de la Ciudad de México.
Este recinto representa distintas cosas para las personas: para algunos, la oportunidad de realizar talleres de joyería, dibujos, arte; para otros, una ocasión para demostrar sus marcas deportivas en bicicleta, atletismo, caminata u otro deporte; para otros es una oportunidad de conocer la historia de una orden religiosa de los Carmelitas Descalzos.
“Apiñados, rectos, inmóviles, los oyameles y los pinos vieron el desfile de los siglos (y los creyentes) mientras su savia se renovaba cada año con más vigor”, menciona el UNIVERSAL ILUSTRADO en una publicación de 1920. Ellos siguen siendo testigos de cada una de las historias, de la serie de tragedias en este lugar. Son los únicos que conocen las verdaderas historias, pero callarán y recibirán con un sutil movimiento a los visitantes.
Fuentes: Museo Bicentenario en el Desierto de los Leones. Visita guiada con Román González, guía turístico. Información en el recorrido de noche de leyendas en el Desierto de los Leones. Publicaciones: Los Parques Nacionales de México (publicado por Secretaría de Agricultura y Ganadería); “El Desierto de los Leones: sus aguas y la adjudicación de su monasterio en el siglo XIX” de la investigadora, Ma. del Carmen Reyna.