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Texto: Fernando Molina
Foto actual: Verónica Alba
Diseño web: Miguel Ángel Garnica
Hoy en día es raro ver pintados los cristales de las panaderías con los nombres del santoral del mes en curso o con motivos alusivos a las festividades de temporada; también resulta extraño observar los marcos de sus puertas pintados y más aún ver a un rotulista hacerlo.
Incluso puede que estos personajes sean ya desconocidos para las generaciones actuales, pues actualmente es raro encontrarlos. Hasta hace 15 años ver a un rotulista y sus botes de pintura era lo más normal. Hoy el oficio se difumina en la modernidad y lentamente sucumbe al embate de la tecnología pues la computadora y las máquinas de impresión digital han cambiado los procesos de elaboración y el tiempo en los que se llevan a cabo, pero a la vez se aferra y se transforma para seguir manteniendo esta costumbre.
Hace décadas el oficio de rotulista se lograba a través de la práctica, pues entonces no se hacía a través de estudios artísticos. Se tenía que aprender la técnica, y como en todo, practicar todo el tiempo para ser bueno y lograr los diseños con la calidad que solicitaba se solicitaba.
El rotulista podía trabajar en cualquier lugar y en cualquier superficie; un vidrio o un muro eran los lienzos en los que podía extenderse cuanto quisiera y eso supondría la primera impresión que tendría la gente; puede hacer desde una letra para la fachada de una carnicería, una estética, refaccionaria, rosticería, pollería, e incluso sitios de taxis y microbuses o cualquier negocio que necesite reflejar y promocionar sus servicios.
En décadas pasadas encontrar a un rotulista era cosa sencilla. La calle de República de Perú, en el Centro, era conocida como la calle de los pintores ya que ahí se concentraron muchos talleres de rotulación y además de eso era conocida porque el pavimento lucía siempre salpicado de pintura; múltiples manchas multicolores coloreaban el asfalto al momento de que los autos pasaban por encima de las latas de pintura que los rotulistas ponían en la calle de forma intencional para que las llantas las hicieran reventar, así lo recuerda Rodolfo Huerta de Rótulos Huerta. Hoy en esta calle quedan tres talleres: Rótulos abo, Rótulos Huerta y Rótulos Velasco, los cuales siguen ejerciendo el oficio.
Javier Reyes tiene su taller de rótulos en Avenida de los Maestros en Tlalnepantla, Estado de México, es el único rotulista manual que queda ahí y desde hace 35 años está en el mismo lugar. Dice que antes abundaban rotulistas pero él no cree que cualquiera podía serlo. “Se debe tener facilidad para el dibujo, con base en eso se facilita el rótulo”, comenta para EL UNIVERSAL acerca del oficio en el que empezó a los 18 años. Sobre la misma avenida hay otros tres talleres de rótulos, pero ya son de corte en vinil e impresión digital. Para ellos el rótulo manual es cosa del pasado.
Ahora Javier tiene 56 años y luego de 38 de conservar su oficio, narra cómo su trabajo ha tenido que cambiar y adecuarse a las nuevas técnicas y costumbres, entre ellas que algunos negocios opten por un pálido vinil, y ya no el dibujo hecho a mano de antes. Cuando empezó en este oficio, su labor era relativamente fácil pues la inspiración estaba a la mano al trabajar directamente en el lugar, rodeado de todos los elementos necesarios. Bastaba con dibujar en una hoja de papel el boceto y marcar puntos en el contorno del mismo; luego, con el dibujo sobre la superficie a trabajar, pasaba un carboncillo sobre los puntos y al quitar el papel dejaba un fino y claro contorno sobre la pared que al final sólo necesitaba pintarse; dice que esa misma técnica se usa para hacer letras o dibujos de gran tamaño.
Los dibujos normalmente eran iguales: para las carnicerías solía pintar un cazo con un cerdito cocinándose o una vaca; el auto y algunas refacciones eran típicos para los talleres mecánicos y para las panaderías era costumbre pintar el santoral del mes, panes y algunos motivos de las efemérides de temporada.
“Antes era tradicional pintar los vidrios de las panaderías; se pintaban por dentro los anaqueles y se pintaba el precio del pan”, comenta Joel Reyes, otro rotulista y hermano de Javier, respecto a una costumbre que por muchos años marcó a las panaderías mexicanas. Dice que no había panadería que no los tuviera ni lugar que no luciera rótulos hechos a mano.
Mientras se compraba el pan ya se sabía de quién era santo y dónde se iba partir el pastel, además daba colorido a las panaderías.
“En el caso del Día de Muertos, es una forma de rememorar a los seres queridos”, comenta Isidro Álvarez, sociólogo y profesor UNAM respecto a los adornos que se ponen en los aparadores de las panaderías.
Joel Reyes, al igual que su hermano, ha tenido que adaptarse a los cambios que ha traído. “Antes lo veías normal y ahora ves a una persona rotulando a mano y lo ven raro porque las nuevas generaciones ya no vieron todo eso, para ellos ya es artesanal”. Luego de 29 años en la familia de Joel ya no hay quien quiera seguir con el negocio pues dice que no les interesa.
Con el paso del tiempo, Javier y Joel han tenido que cambiar la brocha y la pintura vinílica por un plotter y una computadora; en el caso de Javier tiene la ayuda de su nieto para hacer los diseños en digital.
“Aquí (en el local) llegué a tener 23 trabajadores y los mandaba a todos lados a hacer y a entregar trabajos y así no me daba abasto”, recuerda Javier de aquellos tiempos en los que el rotulista era requerido todo el tiempo. Hoy en su taller sólo está un ayudante, su hijo y su nieto, quien a pesar de tener interés en hacer corte en vinil, ya no piensa hacer rótulo a mano.
En cambio Joel ha tenido que aprender a usar herramientas nuevas y a adaptarse a los programas de diseño, los cuales no existían cuando su trabajo era completamente manual; recuerda que había días en los que simplemente con su brocha y sus botes de pintura podía hacer hasta tres trabajos pequeños en un día, lo que significaba dinero rápido para llevar a casa. Hacer dibujos a mano lo que verdaderamente le gusta, aunque se cobra más, le permite extenderse y hacer los diseños que quiere.
El costo de los rótulos variaba mucho, desde 30 pesos por una letra para una fachada o hasta 20 mil, pero este costo era para trabajos mucho más grandes, dibujos de gran tamaño o un diseño grande que atrajera la mirada de todos los transeúntes.
Pero ser rotulista también tiene sus riesgos y sus complicaciones. Javier y Joel recuerdan una ocasión en la que estaban trabajando juntos pintando una manta que se colocaría a una altura considerable del suelo y mientras Joel iba a comprar una bebida para aguantar la jornada, Javier cayó de las escaleras y perdió el conocimiento y en otra ocasión que también cayó de las escaleras se fracturó el pie, lesión que hasta hoy lo aqueja. A Joel, por otra parte, el bote de pintura de un ayudante lo salpicó al caer al suelo y manchó su ropa, también en un día de trabajo como cualquier otro.
Además de la tecnología enfrentan el desinterés de la gente
Aunque la tecnología vino a cambiar los procesos del rótulo, también significa un nuevo frente para seguir en este negocio, ya que el trabajo manual, aunque es artístico, lleva más tiempo y representa un costo más alto por el material que se utiliza; en cambio, el rótulo digital puede quedar listo en pocas horas y tiene un costo accesible, y motivo por el cual la gente se inclina más por el vinil, el cual puede costar 70 pesos el metro cuadrado, además de que el proceso de elaboración e impresión implica pocas horas.
Probablemente el mayor problema que tiene el oficio de rotulista es el desinterés de las nuevas generaciones y que la gente que entró en el negocio en tiempos recientes ya no cree importante aprender a hacer los trabajos manuales.
“Todo surgió porque nuestro fuerte, la facturación en papel, bajó”, comenta Leonardo Hernández, quien comenzó a hacer rótulos digitales después de que la facturación en papel dejó de usarse desde el 2011.
“Para eso es necesario tener preciso el trazo y nunca me interesó”, sentencia Leonardo, uno de los rotulistas digitales que lo más cercano que hace al rótulo de antes es la impresión digital en lona.
Hay talleres de corte en vinil que recurren a la experiencia de los rotulistas, como es el caso de Miguel Ángel Pérez, quien ya comenzó en la impresión digital con el fin de modificar la estética de los autos aunque también trabaja sobre vinil, el mismo que ahora usan las panaderías y en su taller el rotulista es importante ya que su jefe y el primo del mismo iniciaron este lugar y siguen haciendo rótulo manual, aunque tiene una opinión dividida en cuanto a la supervivencia del oficio.
“No creo que el rotulista manual desaparezca porque mucha gente todavía lo pide, por ejemplo, las carnicerías y tortillerías lo utilizan porque el vinil no les sirve y el presupuesto de esos lugares no alcanza para algo más ostentoso, aunque ya es mucho menos la gente que lo hace y normalmente ya es gente mayor y por lo mismo ya no lo hacen”, asegura Miguel.
A pesar del avance de la tecnología, el rótulo manual seguirá existiendo sin importar la presencia del vinil, pues es un reflejo de la forma en la que el mexicano encuentra en sus tradiciones la manera de reinventarse en tiempos modernos, debido a eso el rótulo y el rotulista tienen la oportunidad de mantener el estatus que por años han ganado con pinceladas y dibujos; ejercer un oficio que colorea la ciudad y la vuelve arte y del arte una forma de vivir.
Fotos antiguas: Archivo de EL UNIVERSAL
Fuentes: Entrevistas a Javier Reyes, Joel Reyes, Leonardo Hernández y Miguel Ángel Pérez; Sensacional de diseño mexicano: Rótulos a domicilio (Canal Once/ marzo 2012)