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Texto: Jehieli Joana Hernández Castro
Fotografía: Ariel Ojeda
Diseño Web: Miguel Ángel Garnica
La elaboración de las marionetas tradicionales mexicanas, podría considerarse al borde de la extinción. No sólo porque los niños en la actualidad ya no se divierten con estos pequeños títeres que parecen cobrar vida con tan solo algunos movimientos a través de los hilos que tienen sujetos en los brazos y los pies, sino también porque la demanda de estas pequeñas figuras ha disminuido, aseguran quienes se dedican a la hechura de estas piezas.
EL UNIVERSAL entrevistó a cuatro de los escasos titiriteros que se encuentran en diversos puntos de la Ciudad de México. Todos los entrevistados aseguran que en México hay entre 6 y 10 titiriteros que se dedican a hacer y vender estas marionetas que se distribuyen en los mercados de artesanías como el de Coyoacán, el de Artesanías de San Juan, el Mercado de la Ciudadela y el Mercado de Sonora, entre otros, donde se pueden apreciar estas curiosas figuras.
La mayoría de los títeres son exportados a Estados Unidos y a otros países de Europa como Italia y Francia, donde son verdaderamente apreciados, según afirman los titiriteros. Los artesanos venden cada marioneta entre 15 y 30 pesos, dependiendo el grado de elaboración.
Un lugar donde se pueden encontrar las marionetas tradicionales, en todo su esplendor, es en el Museo Nacional del Títere (MUNATI). Ubicado en Tlaxcala, este recinto resguarda y exhibe más de 500 títeres elaborados con diversas técnicas y procedencia, también se imparten, talleres de teatro de títeres, conferencias, presentaciones editoriales y concursos de arte.
Estas marionetas representan por tradición a inditas, charros, viejitos, entre otros con una fuerte identidad mexicana.
Existen varias teorías de los orígenes de las marionetas pero, en realidad, no hay nada concreto. Se tiene registro que las antiguas culturas indígenas las utilizaban en demostraciones ceremoniales y con la llegada de Hernán Cortes se utilizaban con la intención de educar o evangelizar, según relata un artículo de la revista histórica de México “Títeres emblemáticos”.
El sitio de internet: “Baúl del teatro” menciona también que se han encontrado crónicas muy antiguas de los tiempos de la conquista de México, como la Fray Bernardino de Sahagun, en su libro Historia General de las cosas de la nueva España, quien observaba las presentaciones de títeres y las describió: “...se paraba, entonces sacudía su morral... luego van saliendo unos como niñitos; unos son mujeres, muy bueno es su adorno de mujer: su faldellín, su camisa. De igual manera, los varones están bien ataviados. Bailan, cantan, representan lo que determina su corazón de él. Cuando lo han hecho, entonces otra vez remece el morral, luego van entrando, se colocan dentro del morral... Por esto se gratificaba a aquel que hace salir, saltar o representar a los dioses”.
Así, de acuerdo con los titiriteros entrevistados uno de los íconos más representativos de la elaboración de títeres fue la fábrica Romero Rubio. Una pequeña empresa que se ubicaba en la calle de Romero Rubio en Ciudad de México, donde trabajaban cerca de 200 empleados. Ellos relatan que fue cerrada aproximadamente hace 40 años, es decir, en 1977 y que estuvo vigente por 60 años.
Isabel Rodríguez, mujer de 70 años, es una exempleada de este lugar, nos comenta que era una de las pocas industrias encargada de la elaboración de estos títeres en México y de exportarlos al extranjero. Cuando la fábrica cerró muchas personas quedaron desempleadas y buscaron otros trabajos para sustentarse.
La mujer que vivió su infancia con los títeres
La señora Isabel Rodríguez entró a trabajar a la fábrica de Romero Rubio a los 10 años de edad, ella ahora tiene 70. Así como muchos niños de ese tiempo, ingresó por necesidad económica. Trabajaba medio tiempo (de 3 a 9 de la noche). Recuerda que cada títere costaba 50 centavos y que le pagaban 12.50 pesos, esto en década de los 60.
De niña trenzaba el cabello de las muñecas, sostenía la cabeza de las marionetas entre sus piernas y con esmero y dedicación cepillaba sus cabellos, y hacía de una cabeza despeinada, un lindo y coqueto peinado de mujer; también planchaba la ropa de estas miniaturas.
A Isabel le encantaba peinar a las muñecas, sostener sus finas caras y darles una forma más estética. Como empezó trabajando apenas siendo una niña, también generó un estrecho lazo con algunos de sus compañeros de trabajo quienes también eran niños. Dice que de repente se distraían y jugaban con las marionetas.
Ella estuvo ocho años trabajando en aquella fábrica. Nos cuenta que había cerca de 20 modelos de figuras: brujas, los Beatles, viejitas, Cantinflas, etc. El caso del títere Cantinflas es muy peculiar, porque, refiere Isabel, que este actor fue personalmente a firmar y patentizar que se reprodujera su imagen en cada uno de los títeres y así legitimar su venta, sin problemas.
Isabel no se encontraba en el momento que en que llegó el actor, porque estudiaba por las mañanas, pero recuerda cómo sus compañeros con entusiasmo le relataron que lo habían visto, y aunque no tuvo la satisfacción de verlo, se sentía satisfecha de hacer estas marionetas.
El títere de Cantinflas sigue elaborándose y es vendido aún en mercados artesanales.
La mujer de 70 años también recuerda que en este trabajo una vez se atravesó el dedo índice de la mano derecha con una aguja de la máquina de coser con la que trabajaba y que hasta la fecha de repente llega a sentir dolor. “Antes se entregaban miles de títeres, era un buen negocio”, explica Isabel. Ahora con las nuevas tecnologías y la falta de interés en México su demanda ha bajado.
Dice que antes los niños jugaban a montar pequeños teatros y hacían representaciones con estas marionetas. Recuerda que hace 50 años en las vecindades se podían ver pequeñas representaciones, usaban las telas que había en sus casas, generaban todo un show entre niños, donde pasaban horas de felicidad; cada marioneta se podía adquirir fácilmente, se veían diversos vendedores en Reforma, Chapultepec, pues era muy común.
Isabel se casó y tuvo que irse de la fábrica, pero refiere que sin duda hubiera regresado a trabajar ahí, tiene la añoranza y el recuerdo dulce de aquellos títeres.
“Me gustaría hacer títeres otra vez”, sentencia con una sonrisa de oreja a oreja.
Isabel, sobre el sofá, donde hace un recuento histórico como hacedora de títeres.
El hombre enamorado de los títeres
Rubén Rivera, de 52 años, tiene 43 trabajando en el arte de hacer títeres en el lugar donde vive: Chimalhuacán, en la Ciudad de México, y 20 años de hacerlo de forma independiente. Menciona que por mucho hay seis titiriteros en México, pues, dice, que varios los hacen pero con piezas ya elaboradas, compradas, no con toda la precisión que conlleva crear el muñeco completo.
Recuerda que cuando era niño empezó a trabajar con sus tíos quienes también laboraban en la fábrica de títeres de Romero Rubio; hoy tienen 77 y 74 años y ya no trabajan. El dueño era un señor llamado Mario Castro y la mayoría de los que hacían las marionetas ya fallecieron.
La elaboración de cada títere requiere dedicación y empeño. En esta foto Rubén afina los últimos detalles de un payaso, con determinación une las piezas.
El negocio de los títeres también lo heredó de sus tíos. Explica que antes los hacían de pasta, no de plástico; se molía papel con agua en el lavadero, como si lavaran ropa, se vertía en tinas de fierro y se molía con aguacola para que se masificara. Luego se ponía en moldes para tallar y moldear, actualmente es un poco más práctico, pero aun así es muy laborioso.
Cabezas de títeres cuando eran elaboradas a base de yeso, hace 30 años.
Rubén maneja seis caracterizaciones en sus marionetas: indita, indio, charro, payaso, Cantinflas y viejito. Para hacer el rostro primero vierte un líquido de polietileno en moldes de fierro de los cuales tiene diferentes modelos de viejito, de Cantinflas, de charro, de indio, y se deja secar una noche.
Al día siguiente al destaparlos ya tienen la forma del rostro del muñeco. Después, cada contorno de las caras es pintado a mano con laca industrial. Los pies son de madera, se cortan en trozos pequeños y se clavan a la ropa. La vestimenta es cosida a mano y confeccionada al tamaño y estilo de la marioneta que se trate.
Rubén menciona que los retazos de tela que compra se escogen meticulosamente para economizar, los sombreros de palma los adquiere en Toluca, donde venden materiales de artesanía económica. Él viaja seguido para vender su producto terminado en Toluca, así que el gasto es menor.
Rubén sostiene dos de las marionetas que hace. Dice que disfruta la compañía de estos títeres.
Este experimentado creador de marionetas afirma que actualmente el negocio de los títeres ha bajado mucho. Algunos de los principales problemas que Rubén considera relevantes para la exportación de sus productos a Estados Unidos es el alza del dólar. Otro factor es que con las nuevas tecnologías se han ido sustituyendo a los juguetes y esto ha repercutido en el gusto de los niños mexicanos.
“La culpa también la tienen los padres porque no le dicen a sus hijos que jueguen con los títeres, trompos o juguetes artesanales”, menciona. Rubén, quien vende por mayoreo sus marionetas entre 200 y 300 por semana, cada una cuesta 15 pesos y los lleva a San Antonio la Isla, en Toluca, que es un pueblo de artesanos para que ellos los revendan o exporten a varios países como Estados Unidos, o Francia.
Dice que muchos compradores desisten porque les va mal en las ventas, han muerto por la edad o porque al llevar a vender las marionetas a la frontera: Oaxaca, Acapulco, Veracruz o el Sur mueren en accidentes de carretera o sufren asaltos.
Los títeres deben venderse en grandes cantidades para poder obtener ganancias.
Comenta que ha visto plasmada la labor de alguno de sus colegas en una película, de la que no recuerda el nombre, pero que en ese momento estaba saliendo en televisión, y esto lo sabe porque como ya conocen los rasgos distintivos del trabajo de cada uno de los escasos titiriteros, al reconocerlo se sorprendió y le dijo a quien estaba con él: “Mira ahí está una de las marionetas de mi amigo”.
Lo que le ha llevado a seguir en este taller es el amor al arte. Él mismo decora las cabezas de los títeres a mano, ruboriza los rostros y les da vida, trenza los cabellos de las inditas, lija la madera y la corta. Dice que ha trabajado en algunos otros oficios, pero que siempre regresa al taller de titiritero. Hace siete años Rubén pudo, por fin, construir su casa con el dinero que gana de los títeres.
Irma Zamora de 49 años, esposa de Rubén, dice con tristeza que sus hijos no quieren seguir haciendo marionetas y prefieren dedicarse a otras porque “no les interesa”.
Al preguntarle a Rubén si se frustra al hacer tantas marionetas y ganar tan poco dinero, responde muy alegre: “Al contrario, es mejor para mí hacer más y más títeres”, y añade: “solo les falta corazón para vivir”.
Sus esperanzas en los títeres que fabrica
Víctor Villeda tiene 65 años de edad, actualmente vive en Aragón, y cuenta que a los 10 años también entró a trabajar a la fábrica de Romero Rubio, donde el dueño, al ver que él y su hermano andaban en la colonia donde se hallaba la fábrica, convenció a su mamá para que entraran a trabajar. Dice que su madre accedió por la necesidad económica que atravesaba la familia. Fue así como aprendió a hacer las marionetas junto con su hermano.
“Antes los padres no se preocupaban tanto por la educación, entonces nos mandaron a la fábrica y me gustó ganar dinero”, explica Víctor. Dice que al morir el dueño, la fábrica cerró luego de 60 años de actividad.
Recuerda que trabajó 10 años ahí y que los hijos del dueño no le pagaron una indemnización; sin embargo, considera que esto lo obligó a independizarse y a poner su propio negocio.
Víctor pinta las marionetas, pero no le agrada que lo fotografíen, esta es una foto improvisada, en donde hace eso que tanto le gusta, los títeres.
Este hacedor de títeres ha persistido en el oficio a pesar de que antes la demanda de consumo era de 2 mil piezas a la semana y ahora sólo es de 400 máximo. La calidad de vida de un titiritero era muy buena, pero con el tiempo se demeritó.
“El mexicano no le pone mucha atención a la artesanía, dice que es un pedazo de trapo sin saber la labor que lleva, sólo el extranjero es el que lo compra”, nos platica.
Víctor ha entrado y salido de varias empresas, pero jamás dejó de lado la artesanía. También afirma que “la tradición ya se perdió, los niños prefieren las tabletas”.
Las marionetas juegan, interactúan y Víctor les da vida.
El vestuario lo manda a hacer con una de sus hermanas y compra sombreritos más elaborados con lentejuelas en Toluca. Cada títere lo vende en 30 pesos. Hace cinco años apenas juntó el dinero para hacer su casa, el precio monetario es bajo, les va mal, pero es muy satisfactorio ver a uno que otro foráneo o niño que se llega a interesar por los títeres en el mercado de San Ángel; por ejemplo; donde los revendedores de marionetas ofrecen estas creatividades.
Cada marioneta se revende en 60 pesos, “en los mercados llegan algunos gringos, y al preguntar el precio, los revendedores dicen que cuestan 60 pesos, y como los extranjeros no comprenden, les pagan en dólares la cantidad que se les demanda”, dice y ríe con sarcasmo.
En esta foto se pueden apreciar las marionetas con su elaborado vestuario, todo el cuerpo de las figuras es hecha a mano.
Jonathan, uno de los más jóvenes titiriteros
Jonathan Villeda es otro de los casi extintos precursores de titiriteros. Vive cerca del metro Aragón, en Ciudad de México. A la edad de 34 años ha visto a su padre ejercer este oficio con mucha dedicación desde que nació y desde entonces ha seguido con esta labor artesanal aunque tiene la carrera en Sistemas Computacionales.
Comenta que cuando veía a su papá haciendo títeres, le daban ganas de jugar con las marionetas, se sentía orgulloso de que su papá hiciera juguetes. Jonathan lleva tres años haciendo marionetas y aunque tiene una carrera dice que no ha encontrado trabajo, así que continúa la tradición familiar de crear estos muñecos.
Jonathan Villeda, junto a las patitas de cada títere, la madera de los pies es pulida a mano.
En un día hace hasta 50 títeres, le gusta hacerlos y ahora no le cuesta tanto trabajo como antes porque ya lleva mucha práctica. Dice que siente bonito hacer cada figura, le gustaría que se vendieran más y que los mexicanos no lo vieran como una “cosa común”, sino como algo artesanal, hecho a mano.
Menciona que hoy sólo “uno que otro niño sí le pone atención”, pero él no desvanece la sonrisa de su rostro, porque mantiene aún viva la esperanza de que los títeres volverán a ser de interés para los niños, quienes volverán a interesarse en estas manualidades que en décadas pasadas fueron tradicionales dentro de los juguetes mexicanos.
Fotos antiguas: Archivo fotográfico de EL UNIVERSAL
Fuentes: Entrevistas con tiriteros.