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Texto y fotos actuales: Enrique Vega, Magalli Delgadillo y Cristian Kemchs
Diseño web: Miguel Ángel Garnica
Así lo narra Claudio Javier, quien tiene nueve años vendiendo en el Mercado Jamaica. Trabaja en un puesto estrecho, donde caben cerca de 25 tipos de flores, traídas del Estado de México (Tenancingo, Villa Guerrero), Puebla y Veracruz. Los miércoles en la noche o jueves temprano acude a los carros —instalados en las inmediaciones de este lugar— para adquirir su mercancía. Pide 30 paquetes de rosas de distintos colores, 150 alcatraces… el pedido depende de la demanda.
Ahí, todos los días crea distintos tipos de arreglos con variedad de colores. En cada uno, tarda cerca de 20 minutos. Puede agregar las flores más comunes como las rosas o encaje (la más barata), hasta tulipanes (las más caras), orquídeas y lisianthus (consideradas como exóticas). Los precios de estas decoraciones son distintos: desde 35 pesos y el más caro, dice, no tiene límites, pues depende de la elección de flores de los clientes. El más costoso que ha vendido, por mayoreo, fue de 350 pesos.
Para él, las épocas de “éxito” son el 10 de mayo y 2 de noviembre. Su horario deja de ser de nueve horas y se convierte 24 horas seguidas de trabajo, debido a la demanda. El resto del año es variable: “La economía está baja. Nos hay mucha clientela desde hace siete años, aproximadamente”.
Este emblemático lugar, comenta, “podrá tener competencia de flores, pero en arreglos no”.
A Claudio Javier le gusta ser “florista”, pues “convive más con la naturaleza. Es algo agradable hacer trabajos que a las personas les guste”.
Así lo corrobora, Nancy, quien tiene 35 años de conocer e ir a comprar en este sitio. En esta ocasión asistió a buscar 25 centros para decorar mesas de una boda. La razón por la cual prefiere ir a este sitio es “porque hay variedad de flores. Es un surtido muy diferente (al de otros lugares), donde puedes encontrar todo tipo de cosas, arreglos. Respecto a precios, son los más bajos que puedes encontrar. Jamaica no deja de dar un costo muy bueno”, dice.
—¿Hay competencia para Jamaica? —le preguntamos a Javier
—Sí lo hay, pero fuera de la Ciudad de México. Para quienes vivimos en la capital, aquí es el centro para venir a conseguir flores para todo tipo de eventos.
Por su parte, el señor Benito, quien tiene 25 años trabajando en un local lleno de gladiolas y rosas traídas de Morelos, dice que su familia se dedicaba a esta actividad y él la continuó. Todos los días abre de 10 de la mañana y cierra a las cinco de la tarde.
Benito dice que ahora la concurrencia no es mucha. En época de invierno, los pedidos no son muchos y puede vender sólo 20 manojos al día. Por el contrario, en temporadas de calor, los costos comienzan a bajar y hay más compradores.
Como un campo florido
Con casi 60 años de vida, el Mercado de Jamaica cuenta con más de mil 100 locales a lo largo de sus 36 mil metros cuadrados. Donde, a decir de sus locatarios, la situación no es la misma que la de hace 60 años, pues entre “altos impuestos hasta por tener báscula” y “el crecimiento de tiendas de autoservicio”, han hecho que la vida al interior haya cambiado.
Este mercado pareciera interminable, pues conforme se recorre, se van observando más y más puestos fijos mientras lo ofertado va cambiando hasta llegar a la zona donde se venden canastas. Ahí se encuentra el establecimiento de doña Isabel Chavarría de Méndez, mujer de 80 años de edad, quien tiene seis décadas vendiendo en el mercado (una de las locatarias que vivió la transición del mercado antiguo al actual) y que, en entrevista con EL UNIVERSAL, recuerda que la mayor parte de su vida la ha pasado en este mercado.
“Tengo todos los años de la vida vendiendo aquí, llegué muy chica en compañía de mi mamá, vendíamos flores naturales: gladiola, nardo, azucenas, que venían directamente de Xochimilco. En ese entonces vinimos a formarnos para que el señor presidente nos diera un lugar”, platica. Doña “Chabelita” recuerda que se abastecía de flores a través de la Góndola. “Traía mercancía para todos, llegaba aquí y la estábamos esperando para empezar la venta”.
Así también lo recuerda Emilia Velazco, una vendedora de flores, quien comenta que ella llegó cuando el gobierno movió a los locatarios de La Viga para instalarlos en el mercado. La señora que atiende desde una silla de plástico, y que en pocas veces se para, cuenta con un local amplio, vende claveles, codorniz, polar y pompones, su producción proviene de Cholula y Cuautepec.
De acuerdo con Juan Carlos Briones, un vecino de la zona y estudioso de la vida antigua en la Ciudad de México, “en lo que hoy conocemos como la Calzada de La Viga, antes había un canal que conectaba a Xochimilco con el centro de la ciudad. A esta vía se le conocía como Canal de La Viga, que iba de centro a Sur; era particularmente conocido por ser un medio en el que los comerciantes xochimilcas transportaban su mercancía desde las chinampas hasta lo que hoy es el Zócalo capitalino, corazón del México contemporáneo. Las Góndolas, que venían cargadas con productos lacustres de Xochimilco, tenían que pagar peaje para entrar al centro de la ciudad; el punto donde desembolsaban la cuota se le conocía como la Garita (actual cruce de Calzada de La Viga y Chabacano) que era una especie de aduana por la que tenían que pasar las embarcaciones con dirección al centro de la metrópoli”.
Por eso, como relata Ángel de Jesús Silva —quien llegó al mercado 15 años después de su fundación, en 1972— de aquel lugar de sus recuerdos queda poco, pues el mercado “ha cambiado bastante, el giro estaba más enfocado a la venta de verduras (col, lechuga, alfalfa, acelga, espinacas), con el tiempo todos fuimos cambiando a la oferta de flores”.
“Inicié como cargador, chalán de locales de frutas, después comerciante, para dar el salto en el año 75 vendiendo por mi propia cuenta”, recuerda Ángel, quien al salir de su casa por problemas convirtió al mercado en su refugio.
Las flores que vende Ángel provienen del Estado de México. Las que más pide la gente son las lilis y las rosas, y dice que "la mejor época de venta, por el tiempo, es la de Navidad ya que dura 40 días; pero si hablamos de fechas conmemorativas, el Día de Muertos y el 10 de mayo son muy intensas, siguiéndole la del 14 de febrero. En estos días se llega hasta vender el triple de lo que se vende normalmente”.
Dos cosas muy importantes que tiene este mercado, dice Ángel, son: que los productores venden directamente al público; es decir, lo producen, se queda su familia en el campo y algunos vienen a vender, y la otra es que está abierto 24 horas todos los días del año.
¿Cómo nace el Mercado de Jamaica?
Era el siglo XVI, según crónicas y mapas, cuando algunos vendedores exponían su mercancía en los alrededores de la Garita, pues, a decir de Juan Carlos Briones, de esta forma podían dar precios más accesibles.
La gente sabía que en ese punto productos como flores, frutas, legumbres, ranas, chichicuilotes, pescados, patos y ahuautles, solían ser más frescos y económicos. Fue así que la venta a la orilla del canal tomó fuerza y, de a poco, se convirtió en un importante punto de comercio que a la postre le llevó a configurarse como un mercado (en lo que hoy el gobierno de la Ciudad de México ha nombrado Parque Lineal La Viga).
Juan Carlos Briones asegura que ahí se encontraba el puente de Jamaica (Avenida del Taller y Calzada de La Viga) correspondiente al pueblo del mismo nombre, esto es lo que habría dado el nombre al actual mercado. Puestos a penas construidos con palos, mantas y cualquier cantidad de elementos exhibían precariedad comercial, pero ya con una fuerte tendencia a la organización y agrupación de vendedores. Ahí sucedió el nacimiento de este mercado.
La inauguración del actual Mercado de Jamaica ocurrió el 23 de septiembre de 1957 con el impulso de Ernesto P. Uruchurtu, el “regente de hierro”, con el que se consiguió una revolución de los mercados en la década de los cincuenta. En aquel entonces Adolfo Ruiz Cortines era el presidente de México.
Doña Aurora Rosas, locataria en el Mercado de Jamaica, recuerda que aquel septiembre acompañó al presidente de la República Mexicana a inaugurar el nuevo mercado de la ciudad, mismo que brindó un espacio de trabajo a al menos 500 comerciantes que pusieron a la venta productos de diversos giros. “Yo tenía 17 años, fui con mis tijeras y toda vestida de blanco para cortar el listón. Estaba en la puerta esperando al presidente. Tengo el retrato de esa ocasión, se los muestro a mis hijos y les digo ‘mira mijo, de cuando se inauguró el mercado, aquí estoy’”, rememora.
Un día después, esta casa editorial publicó parte del discurso del presidente durante el evento: “Declaro solemnemente inaugurado el moderno Mercado de Jamaica que tan directamente es del servicio público para la colectividad y que se ocupará preferentemente de suministrarnos artículos indispensables como lo son los comestibles. Este organismo se conceptúa como una demostración del progreso social de la Patria nueva por la que pugna la Revolución Mexicana”.
Como muchos otros proyectos, el inicio siempre es complicado y para el Mercado de Jamaica, pese a ser un proyecto ambicioso en el ámbito mercantil, tuvo que esperar para lograr el flujo de clientes que le dieran el estatus con el que ahora cuenta.
“Cuando empezó este mercado estaba muerto, no valían nada los puestos. Para acreditarse pasó un buen rato, en lo que los puestos se iban llenando, se iba ofreciendo más mercancía. Pasaron años, ya después empezamos a vender bien”, rememora don Augusto –quien no quiso dar su nombre real– y vende abarrotes desde aquel 1957.
Sin titubear, don Augusto, de 85 años de edad, cuenta que la mejor época de este mercado fue antes del gobierno de Luis Echeverría, porque “él llegó a poner muchos impuestos; antes de 1970, aquí se vendía muy bien”.
Así también lo dice Lucía Espinoza quien, con 40 años trabajando en el Mercado de Jamaica —llegó a los 15 años con su mamá —, nos comenta que antes sólo vendían “flor chica” y arreglos, cambiando en la actualidad a la venta de gladiola, nardo y nube, flores que provienen de Tulancingo y Puebla y que sólo vende por docena o rollo. Lucía apunta que antes ella podía comprar rollos de nardo entre 50 y 120 pesos, ahora dice que los precios rondan de 120 a 400 pesos dependiendo la demanda y la temporada, ella extraña los años 60, época donde vendía mucho.
Algunos locatarios comentaron a El Gran Diario de México que hoy en día su demanda es que el gobierno mejore las instalaciones de este punto mercantil. Otros incluso indicaron que la organización al interior del mercado es complicada, pues son tres administraciones las que llevan las riendas de este gigante en la Ciudad de México, situación que impide tener cohesión en acuerdos.
De incendios y arte
Como muchas zonas de la Ciudad de México, el Mercado de Flores sucumbió ante el terremoto de 1985, el techo se vino abajo y las autoridades lo cerraron durante algunas semanas. En ese tiempo, “la gente se fue para la Merced, se fue para la Central de Abastos; al irse los mayoristas se vino abajo la clientela de Jamaica”, recuerda don Augusto.
Ángel de Jesús también tiene clavado, en su mente y corazón, ese recuerdo: la semana que fueron trasladados al Zócalo. “Cuando nos desalojaron por lo del sismo del 85, porque se cayó una nave y estaba en riesgo caerse donde nosotros nos encontrábamos, todos nos fuimos al Zócalo para recuperar el espacio, ahí estábamos día y noche, fue una sensación de hermandad, algo hermoso, porque no nos conocíamos, pero estábamos ahí todos”.
Los incendios también forman parte de la historia de este punto de la capital mexicana, pues se tiene memoria de que las llamas han afectado a Jamaica en distintas ocasiones, la primera ocurrió en abril de 2003. En ese incendio, el primero desde su inauguración, resultaron afectados 35 locales y no hubo pérdidas humanas y tras el siniestro la actividad comercial regresó.
Porque este espacio, además de tradición, también ha servido de lienzo para el arte, pues en una de sus grandes paredes (ubicada en el estacionamiento de la calle Torno) se extiende el mural denominado “Jamaica vive”, obra del artista plástico Luis Enrique Gómez Guzmán, “Mibe”, quien en mil 380 metros cuadrados retrató en el año 2013 la historia de este tradicional mercado.
Muchos no lo saben, pero en este punto mercantil se grabó la película Bajo el cielo de México (1958), obra del actor, productor y director mexicano Rafael Baledón.
Las verbenas
Día de Muertos y las fiestas decembrinas son épocas tradicionales para los mexicanos, pero en el Mercado de Jamaica estas festividades tienen un sabor distinto, pues en noviembre, las calaveras de azúcar y chocolate, así como el cempasúchil y los productos que componen los altares brindan un olor característico a quienes lo visitan. De hecho, como todo mercado, hay puestos que se instalan a las afueras del mercado especialmente para las ventas de esta temporada.
Si de color se trata, en diciembre los cientos de piñatas, las frutas y los dulces dan un colorido único al Mercado de las Flores que exhibe en su interior los matices de las tradicionales posadas y las festividades por la Virgen de Guadalupe.
Cuando usted entra a este lugar, le gritan por todos lados; a la izquierda, enfrente y al fondo: “¡Pásele güerita, ¿qué va a llevar, marchanta?!”. Ya sea que usted busque carne, abarrotes, dulces, comida o flores, ahí va a estar el Mercado de Jamaica ofreciéndole, en voz de sus comerciantes, el regalo de la ocasión, “pregunte, mire nomás”.
Desde su tradicional venta de flores, carne, pasando por peluquerías, puestos de comida, y hasta locales de santería, el Mercado de Jamaica ofrece en su interior un frenético recorrido por el tiempo y tradiciones.
Fotos antiguas: Colección Villasana-Torres.
Fuentes: Entrevistas con locatarios del mercado de Jamaica.