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Texto y fotografía actual: Carlos Villasana y Ruth Gómez
Diseño web: Miguel Ángel Garnica
Del edificio Gore, mejor conocido por el mote de "Hoja de Lata", se sabe muy poco ya que su reinado sobre el paisaje del centro de la ciudad terminó en la década de los años treinta, cuando fue demolido por la ampliación de San Juan de Letrán, ahora Eje Central, e inició la construcción del edificio de la aseguradora “La Nacional”.
El “Hoja de Lata” era un inmueble de siete pisos que contaba con servicios de lujo —como agua caliente o helada, además de un elevador— y con la innovadora técnica de construcción por "bloques" de hierro fundido, permitía ahorrar presupuesto en materiales como cantera, lo que también beneficiaba al edificio al hacerlo ver más amplio y con numerosas entradas de luz natural. Los únicos dos inmuebles que contaron con esta peculiar forma de construcción —en su totalidad— fueron el "Hoja de Lata" y "El Palacio de Hierro".
Sin embargo, lo más famoso del "Hoja de Lata" estaba en su último piso: un anuncio en sus cuatro caras donde se podía leer "Fotografía, fotografía, fotografía Marst", del fotógrafo y empresario mexicano "H. J. Gutiérrez", Heliodoro Juan Gutiérrez.
Los estudios en las alturas
A pesar de que H.J. Gutiérrez nació en Jalisco en 1878, antes de los 18 años se fue a Estados Unidos, donde se formó como fotógrafo. A inicios del siglo XX volvió al país, contrajo nupcias con una de las hijas de Félix Vélez Galván —antiguo compañero de Porfirio Díaz— y llegó a la Ciudad de México alrededor de 1905.
"Por su capacidad empresarial, fundó diversos negocios vinculados con la fotografía, eligiendo la calle de Nuevo México para localizarlos. El primero de ellos fue la “Casa amplificadora de Retratos”, donde se podían encontrar diversos productos fotográficos como papel para envolver, cromos, retratos al crayón, tinta china o acuarela, además de lunas biseladas o marcos. Ya que antes la entrega de fotografías era muy formal, no como ahora que te las dan en un sobrecito y ya", cuenta para EL UNIVERSAL, Arturo Guevara Escobar, familiar del famoso fotógrafo.
Su matrimonio con María Luisa Vélez consolidó su posición en la aristocracia porfiriana, siendo tal su éxito que empezó a abrir estudios fotográficos en los alrededores de su primera tienda. Como H. J. Gutiérrez necesitaba apoyo para poder atender sus negocios, le solicitó ayuda a familiares de Jalisco; a pesar de que eran más jóvenes que él, sus tíos vinieron a la capital para trabajar para su sobrino. Tal fue el caso de Aurelio Escobar Castellanos, abuelo de nuestro entrevistado.
Ya con la fama y el reconocimiento como fotógrafo de la clase alta y política de inicios del siglo XX, Gutiérrez se atrevió a negociar con el ingeniero Gore la última planta de su próximo edificio para que fuese su nuevo estudio fotográfico. Para ese entonces era muy común que los estudios de fotografía estuvieran en las azoteas, ya que la luz permitía trabajar la imagen de mejor manera; sin embargo, el espacio que ocuparía la Fotografía Marst sería el primer estudio construido con tales fines.
De acuerdo con Guevara Escobar, al estudio fotográfico del “Hoja de Lata” sólo entraban las personalidades más adineradas de la época. La fotografía podía valer cientos o miles de pesos plata, además te que te ganabas el acceso al edificio más sofisticado de la capital.
Mientras tanto, en los otros estudios fotográficos los familiares de H. J. Gutiérrez atendían a todo aquel que pudiera pagar por el servicio y como se hizo un estudio de tradición, conocían a todos los que iban haciendo pininos en la vida política del país y que, eventualmente, se convirtieron en grandes personalidades.
Con la llegada de los años treinta, la perspectiva de la ciudad cambió. Se inició el proyecto para ampliar San Juan de Letrán y para logarlo, fue necesaria la demolición de ciertos edificios, entre ellos el “Hoja de Lata”. Mientras tanto, a unos metros de distancia de la actual Artículo 123, se empezó a construir el Edificio de la aseguradora “La Nacional”, que llegaría a tener 10 pisos de altura, adquiriendo el título oficial del primer rascacielos de la Ciudad de México, permaneciendo en nuestra cotidianidad.
El legado de Aurelio Escobar Castellanos
Arturo conoció a su abuelo a través de una fotografía del centro que estaba colgada en el comedor familiar. Se enamoró del personaje al que todos llamaban “el abuelo”, quien era protagonista de un sin fin de aventuras, su nombre Aurelio Escobar Castellanos.
Entre pláticas, Arturo se enteró que su abuelo cubría eventos políticos y sociales de la agencia de fotógrafos que tenía uno de sus sobrinos, H. J. Gutiérrez. Trabajando para él Aurelio conoció el Norte del país, presenció batallas revolucionarias y también de la Decena Trágica, de hecho, en algunos de sus negativos se podía observar a los hermanos Casasola tomando fotografías en “el lugar de los hechos”.
“Las postales de la Revolución que llevan la firma ‘H. J. Gutiérrez’, son en su mayoría de mi abuelo”, dice Arturo mientras nos platica que un día encontró una caja que contenía una gran cantidad de negativos. Se llevó una sorpresa al darse cuenta que había fotografías panorámicas de diferentes sitios de la capital, entre los más emblemáticos era el Zócalo.
Arturo explica a EL UNIVERSAL que la cámara que utilizaba su abuelo era giratoria, y si calculabas el tiempo entre toma y toma el fotógrafo podría salir dos veces en la captura y que sin duda su abuelo fue un pionero en este género fotográfico, manejándola casi exclusivamente.
Pasó el tiempo y Arturo decidió estudiar Artes Plásticas, ahora es escultor. Teniendo este perfil se dedicó a dar a conocer el trabajo de su abuelo y la única forma en la que pudo lograrlo fue siguiendo el rastro de quién fuera H. J. Gutiérrez. Se acercó a acervos fotográficos nacionales con la intención de donar el material que tenía su familia con la única condición de que se le reconociera la autoría a su abuelo.
Las autoridades del Archivo General de la Nación (AGN) aceptaron el trato, solicitándole que él fuera el encargado de elaborar la biografía de su abuelo. Comenta entre risas que fue un proceso largo y engorroso, porque las fuentes familiares no podían ser corroboradas en fuentes escritas, entonces era como si todo lo que él sabía de Aurelio no existiera.
“Me costó mucho trabajo comprobar las historias familiares y al paso de muchos años pude ir armando una historia, sus relaciones y la calidad de su trabajo, mi familia no tenía idea de lo que él hacía porque mi abuela era muy reservada para su trabajo. Un día mi mamá me dijo que nunca lo conocí personalmente, pero que lo conocía más que nadie en la familia”, comentó Arturo.
En un momento Arturo sintió que nunca encontraría información documentada sobre su abuelo, pero de pronto salió a la luz un libro editado en Carolina del Sur, Estados Unidos, en el que existía trabajo de su abuelo, quien trabajó en el vecino país del norte por 11 años. Ese hallazgo fue su motivación, “ese libro se convirtió en un farito y poquito a poquito surgieron más datos, aunado a las digitalizaciones de archivos. La tecnología permitió que yo hiciera mi investigación”.
Para 2010 Arturo logró hacer la donación de 4 mil 369 piezas panorámicas de 360 grados al Archivo General de la Nación, que desde ese entonces quedó bautizado como “Archivo Fotográfico Aurelio Escobar Castellanos” y para 2012 se editó el primer libro, compuesto de 70 imágenes en blanco y negro.
Nuestra compañera Abida Ventura cubrió el lanzamiento del libro y en su nota citó al historiador Xavier Guzmán, quien explicó que “la singularidad de las tomas panorámicas de Escobar radica en que con el buen uso del montaje y una excelente composición estética, pudo capturar el poder de la industria simbolizando en sus instalaciones y directivos, la fuerza de los obreros en sus mítines y la esperanza testimoniada en jóvenes recién graduados o deportivos”.
Para Arturo, la tarea de compartir la historia de su abuelo le dejó como enseñanza el no ser egoísta, porque “para ser justo con mi abuelo tenía que ser justo con otras personas, en la investigación me encontré con otros personajes que nutrieron la vida personal y profesional de mi abuelo. Intenté, entonces, que todos tuvieran el pedacito del pastel”.
Al preguntarle el motivo de la donación, explicó que en las exposiciones que se han llevado a cabo en el AGN se ha dado cuenta que otras personas encuentran a seres queridos en ellas y que si las tuviera guardadas en casa estaría privando a alguien de apasionarse con la historia de un miembro de la familia y quizás de adentrarse a su mundo y comprenderlo. Quiso darle a alguien más una oportunidad como la que él tuvo con su abuelo.
A manera de moraleja, esta historia nos invita a ser inquietos y curiosos, porque cada rincón de la Ciudad de México tiene historias donde algo nació, donde algo fue “el primero de su especie”.
Asimismo, nos exhorta a preguntarnos los secretos que encierran las construcciones que nos rodean porque siempre hubo algo antes de eso que ahora vemos, donde gente trabajó, vivió y obtuvo grandes experiencias de vida, como lo fue el Edificio Gore y la Fotografía Marst para la familia de Aurelio Escobar Castellanos.
Fotografía antigua: Colección Villasana–Torres. Fuentes: Arturo Guevara Escobar. “Escobar, el fotógrafo desconocido de la Revolución”, de Abida Ventura.