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Texto: Magalli Delgadillo y Mario Caballero
Fotos actuales: Mario Caballero
Diseño web: Miguel Ángel Garnica
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Hace muchos, pero muchos años (en la Edad Media) las barberías eran también “consultorios dentales” y los más valientes, además de arreglar su bigote o emparejar el cabello, acudían a que les extrajeran muelas.
Ahí, los barberos “afeitaban y cortaban el pelo, abrían los abscesos superficiales, aplicaban ventosas, cauterizaban y curaban las heridas de arma blanca, así como las fracturas, luxaciones” y realizaban sangrías, de acuerdo con el artículo “Historia de la cirugía” del doctor Salvador Martínez Dubois.
¿Sangrías? Una práctica curativa utilizada para echar enfermedades. Los mayas decían, "sacar el mal viento"; los chontales, "expulsar el veneno" o la "sangre mala", y los tzeltales, "eliminar el mal", de acuerdo con la Biblioteca Digital de la Medicina Tradicional Mexicana.
Pero ¿cómo se “sangraba”? Había varios métodos, pero común entre los barberos era el siguiente: las personas apretaban un poste con el o los brazos, ejercían presión, las venas se hinchaban y así el líquido rojo salía de manera natural. Esto producía manchas en el palo y para cubrirlas, pintaban el bastón de color café. Así, “cuando los colgaban junto a la entrada como anuncio, los envolvían en la grasa blanca, que se usaba para vendar los brazos sangrados”, según la revista Algarabía.
Los “fígaros” —o barberos— utilizaban el “caramelo”, como señal de que en ese sitio se realizaban los servicios mencionados. Estos negocios se distinguen, desde esos tiempos, por los postes con colores rojo, blanco (y después se integró el azul) que giran sin parar, de manera hipnótica.
Existen varias versiones sobre el significado de este objeto. René Casasola —italiano residente en México desde hace nueve años, dedicado a la industria estética —, explica que los colores del poste: “blanco por lo vendajes limpios usados en las cirugías; el rojo, por las vendas impregnadas de sangre, los cuales se ponían a secar en los postes de madera y el azul fue agregado después, no hay una idea clara, pero se usó más en Estados Unidos en función de la bandera. Otros dicen que este último color se relaciona con el color de las arterias”.
Por su parte, don Julio López, hombre de 86 años, dice: “El color azul simboliza la belleza, lo estético; el color rojo, la sangre, y el blanco, la higiene”.
EL UNIVERSAL preguntó a usuarios de barberías para saber si conocían algo sobre las cirugías menores: ninguno de los entrevistados conoció un sitio con las características descritas. El señor Luis, un hombre de poco más de 80 años, recuerda cuando su papá los llevaba a la peluquería La barba Sana (en la Ciudad de México). Ahí, a su progenitor le arreglaban la barba, pero no recuerda haber visto que estos locales se convirtieran en “salas de quirófano improvisadas”.
Por su parte, en la Peluquería Raffles, fundada el 17 de abril de 1945, don José Luis Medina ha trabajado durante 47 años. Desde que inició su negocio nunca realizó ninguna práctica parecida. Lo que sabe al respecto, lo ha leído en libros o el periódico.
Una de las razones, por las cuales (por lo menos en la capital) ya no se realizaban estas curaciones es la siguiente: en la década de los 30, “se llevó a cabo la gran revolución de las actividades médicas mexicanas” y abandonaron los métodos prácticos-empíricos, de acuerdo con la Revista ADM (Asociación Dental Mexicana) de 1998.
En la cinta Si yo fuera diputado, Cantinflas encarnó a un barbero, dueño del local El barbero de Sevilla. “También le hago al ondulado, practico con señoras; para pachucos no hay servicio porque me caen gordos; absoluta moralidad y limpieza higiénica; cambio toallas cada tres clientes; hay champú para los greñudos y boinas para los calvos”, reza el anuncio de la ventana de su negocio. La cercanía que el barbero tenía con la comunidad sirvió a Mario Moreno para ejemplificar en la pantalla algunos de los problemas sociales del México de los años cincuenta.
Algo similar ocurre con don Regino Burrón, padre de la familia creada en las historietas de Gabriel Vargas. Don Regino vive feliz con su oficio y lo enseña al Tejocote, su hijo mayor y Foforito, el niño adoptado que funge en la peluquería “El rizo de oro” como el tradicional “chicharito”.
La barbería clásica que sobrevive en la CDMX
Caminar por la calle República de Cuba es como dar un salto en el tiempo: fachadas de edificios históricos, hoteles de paso, estacionamientos, nuevos locales y la imponente estructura del entonces Teatro Lírico —hoy día, abandonado—. En el número 73-D se observan los característicos bastones a la entrada del local, los cuales anuncian a la Peluquería New York.
Don Julio, quien porta una bata corta en color azul índigo, se encuentra en la habitación de espejos de su negocio. Él sostiene entre sus dedos una navaja con mango de plástico. El accesorio es manejado con la excelsa habilidad, como si de un artista con pincel y óleo se tratara.
Trabaja en los últimos detalles para arreglar la barba de un cliente. Retira la capa de plástico y la sacude. Gira la silla de cojines rojos. El hombre se levanta y toca el vello en sus mejillas y mentón recién emparejado. Al parecer quedó satisfecho con el trabajo. Sonríe. Abre su cartera para pagar.
Desde hace 44 años, don Julio se dedica a este oficio antiguo. Comenzó a trabajar en negocios en Chiapas. Después, se mudó a la Ciudad de México, donde continuó su labor por la estética masculina.
Él comenzó tusando a los niños, sus amigos de la vecindad donde él vivía. Los invitaba a cortarse el cabello, aunque su técnica no era la más experimentada. Don Julio se formó empíricamente. “Lo difícil está cuando uno empieza. Hasta uno llora, pues no lo puede hacer bien. Con el tiempo, se va logrando. Es como el que corre carreras, ya le sabe, ya no se le hace difícil”, comenta.
Ya en la urbe, comenzó a trabajar con un hombre conocido por servidores públicos y celebridades. Él cuenta: “Yo rasuraban al señor Fernando Alcaraz (un actor). Se hizo mi cliente para la pura rasurada, nunca le corté el cabello”. Su patrón tuvo cierta amistad con diversas figuras políticas como Joaquín Cisneros, gobernador de Tlaxcala, y el general Miguel Orrico de los Llanos, gobernador de Tabasco.
Los pasos para llegar a la belleza masculina
Navajas, tazas, jabón, alcohol, talco, peines, brocha bledo, cepillos y tijeras son algunos de los instrumentos utilizados por don Julio. El procedimiento puede sonar sencillo, pero no lo haría cualquier persona:
“Se le recorta el vello. Se coloca la toalla bien caliente para ablandar la barba. Así, a la hora de la rasurada se siente menos molestia. Después, se quita el jabón con una toalla limpia. Posteriormente, se frota el alcohol y, finalmente, crema de almendra humectante. Se seca con otra toalla y se pone un poco de talco”.
Para las personas que les agrada tener la barba larga don Julio recomienda lavarla bien para no sufrir con la salida de caspa o ronchas.
Los instrumentos utilizados también cambiaron. Las navajas ya no son hechas con “pasta fina” o madera: “Ahora utilizamos las desechables. Ya nada más guardo un clásica para el recuerdo. Es de una pasta fina. La marca es alemana”. Al instrumento actual “le cambiamos la navaja después de usarla con cada cliente”. El peine antes estaba hecho de hueso: era duradero. “Ahora existen los de plástico y hay de diferentes medidas para un corte ‘suave’ o grueso”.
— ¿Cuál es el instrumento más costoso?
—Caro, caro, no tanto. Las máquinas han de estar en 800 pesos. Las tijeras, depende de su calidad. Existen hasta de cinco mil pesos.
El ambiente en este lugar es tranquilo. Los hombres entran y salen, el dueño de la Peluquería New York comenta: “Por cada 10 hombres, acude una mujer. Antes, era menos, pero como han visto que también se hacen cortes para mujer o peinados…”. Sin embargo, ellas siguen percibiendo a este sitio como varonil, pues las llamadas estéticas son los lugares donde las “chicas” asisten.
Mientras las navajas y máquinas hacen su labor con la ayuda de las manos de los maestros, las pláticas recurrentes son “chimes, chistes, quejas. La gente, a veces, nos cuenta sus tristezas; nosotros les contamos las nuestras. Uno procura platicar. Se hace más llevadero el momento, más rápido y no se sienten los jalones”, comenta entre risas el señor Julio.
Aquí, él ha vivido de todo. “No es anécdota propia, pero… Eso le pasó a otra persona”, comenta. “Llegó un muchacho. Se sentó en el sillón. El peluquero le puso el trapo”. El cliente indicó:
—Mire, maestro, aquí le va a cortar hasta arriba; acá, hacia abajo; en este lado le va a dejar largo y de este corto; acá, redondo y aquí cuadrado.
— ¡Ay, joven! Yo creo que no se lo voy a poder hacer. Está muy difícil.
— ¡Cómo no va a poder, si así me lo dejó el otro día!
Al señor de amable rostro y risa sutil lo que más le gusta de este oficio es la hora del pago. Ríe. “Yo creo que es lo más agradable para uno”, reitera.
Recuerda como en la ciudad había varios de estos negocios: “Había un montón. Eran como 10 o 12 peluquerías, la Marlene, la de don Eduardo, don David… Ya todas se fueron. Tal vez no hallaron trabajo”, platica.
Este oficio en constante evolución, no es nada sencillo. Sin embargo, la característica de un buen barbero implica “que le guste hacerlo y las ganas para realizarlo bien”, menciona don Julio.
Lo que no sabías de los barberos
Así como aprendió don Julio, en el año de 1163 —Francia e Inglaterra— muchos barberos-cirujanos realizaban sus prácticas, de acuerdo con su conocimiento: los cirujanos de bata corta eran los poco experimentados y los de mayor rango eran los de bata larga. Con el tiempo, quienes ejercían este oficio se encargaron de las intervenciones menores y curaciones de heridas, de acuerdo con el libro Historia y evolución de la medicina de Luis Cavazos y José Gerardo Carrillo.
No obstante, la jerarquía de este oficio es España se ubicaba en la tercera posición, después del médico o físico y el cirujano con formación universitaria. En el siglo XVIII, los egresados de las facultades universitarias y los cirujanos romancistas (sin formación académica). No obstante, en ocasiones eran equivalentes, según el texto.
En México, antes de la llegada de los españoles, este oficio era conocido por los aztecas como tecimani, ayudantes de los texoxotlaticitl o cirujanos dedicados a rasurar para realizar operaciones. Después, en la Nueva España aparecieron los barberos-cirujanos. Sin embargo, en esta labor se podía, o no, contar con los conocimientos necesarios, con base en el texto Los flebotomianos y barberos: el oficio dental en México de Victoria Vanessa Rocha.
Había 358 persona ocupadas con este trabajo en la Nueva España y 53% se encontraba en México, menciona el Primer Censo de la Nueva España 1790.
Se dice que… Además de todas las características descritas, estas personas tenían una característica peculiar: el gusto por la música. En el artículo “Tocar a lo barbero. La guitarra, la música popular y el barbero en el siglo XVII” se menciona cómo en el siglo XVI a estos personajes se les asociaba directamente a una guitarra y algunos de los dichos decían: “un médico sin guantes y sortija, un boticario sin ajedrez, un barbero sin guitarra y un molinero sin rabélico”.
Su negocio se convertía de un lugar con momentos dolorosos (cuando tenían que extraer alguna muela) a un espacio artístico, donde los acordes no paraban. Incluso, la frase “toque a lo barbero”, (se cree) fue debido a “un rasgueado del instrumento caracterizado por la rusticidad y la vileza, propio en el flamenco de los acordes cortos”, de acuerdo con el texto.
Por lo menos, a don Julio sí le agrada la música. Toca la guitarra y el teclado. Él no convierte su negocio en un espacio para cantar o bailar, pero sí impregna de alegría con su gusto por su labor.
Las barberías de hoy
Al entrar a La Onda Showroom & Tattoo se percibe un escenario iluminado con pisos de madera. Ahí hay vitrinas llenas de frascos (de su costosa colección) que refieren a la antigüedad; también se encuentran latas, accesorios de madera, botellas de cristal en diferentes colores, fotografías en blanco y negro de autos clásicos, posters alusivos a películas del género de horror.
Las barberías en el Centro Histórico han sido una tradición, por décadas, se podía encontrar una por cuadra. En la década de los 50, don Julio cobraba 30 centavos el arreglo de barba y 40 el corte de cabello.
Hoy día, el precio por el servicio (en algunos lugares) es más costoso y el tiempo estimado es de 30 o 40 minutos. El costo es de 120 pesos por el arreglo en seco y 150 por el servicio con la toalla caliente, aceites, masaje, afinado de bigote… El costo máximo sería de 300.
La Onda, barbería de concepto vintage, fue fundada el 15 de diciembre de 2012. Este concepto surgió como parte de su estilo de vida, pues a René Casasola —dueño del lugar ubicado en la calle 5 de mayo, esquina República de Chile— le agrada lo retro. Él es coleccionista de todo tipo de artículos y cuenta que la decoración de su negocio ha sido gracias a compras de artículos en el extranjero o en el norte del país.
“Para mí la barbería fue una forma de recuperar una tradición que ya se había perdido. Ahorita tiene un regreso bastante fuerte, pero me interesó mucho por lo que es la interacción con las personas” y el ambiente masculino, platica.
En México existen diversos cursos cortos o carreras técnicas para certificarse como “estilista” o acreditar el oficio. En Estados Unidos y algunos lugares de Europa es una carrera universitaria. “Realmente te forman para realizar un negocio. Aquí en México todavía es de manera empírica. Lo toman como negocio y no como pasión. Hay mucho que hacer para llegar a niveles profesionales comparables a otros lugares del mundo”.
Recalca que uno de los principales problemas es la poca atención o interés en hacer de esto una carrera. “Desde la década de los 80, las estéticas imperaron y las barberías desaparecieron. Saben cortar, pero de modo empírico”.
Como dato curioso, en la antigüedad, existían algunas cofradías y gremios. Estos eran asociaciones voluntarias de artesanos, comerciantes y “profesionales que buscaron defender sus intereses frente a la intrusión de extraños y gente no debidamente preparada”, de acuerdo con el artículo “La cofradía-gremio durante la baja edad media y siglos XVI y XVII, el caso de la cofradía de cirujanos, barberos, flebotomianos y médicos en España y La Nueva España” de María Luisa Rodríguez-Sala Gómezgil.
Ahora, “las nuevas generaciones son más propensas a (la búsqueda de) más técnicas, intercambio… Las barberías modernas son muy interesantes porque es un negocio con toda la sabiduría de antaño, pero con los productos (y conocimientos) nuevos…”.
Además, menciona cómo en otros países existen certificaciones de mil 500 o mil 800 horas, en las cuales egresas como aprendiz y te forman para hacer un negocio de forma profesional.
Algunas de las técnicas no empleadas en nuestro país son, por ejemplo: “sanitation, cómo dividir la piel de las partes del cuero cabelludo, cómo separar las partes, las enfermedades de la piel… Son muchos factores. No es tan sencillo como parece. Es mucho más profundo. Realmente se necesita estudiar, prepararse para eso”, menciona René Casasola.
La versión clásica como la moderna retrata la evolución de este oficio. Quizá las barberías no desaparezcan, pues —al igual que las mujeres— a los hombres también les agradan los espacios donde puedan embellecerse.
Fotografías antiguas: Archivo EL UNIVERSAL
Fuentes: Entrevista con el señor Julio López, barbero en Peluquería New York y René Casasola, dueño de la Barbería La Onda. Libro Historia y evolución de la medicina de Luis Cavazos y José Gerardo Carrillo. Artículos: “Historia de la cirugía” del doctor Salvador Martínez Dubois; ”De barberos y sacamuelas”, Algarabía y “Tocar a lo barbero. La guitarra, la música popular y el barbero en el siglo XVII” de Alberto del Campo Tejedor / Rafael Cáceres Feria (Universidad Pablo de Olavide, Sevilla). Tesis: Victoria Vanessa Rocha Garfias. Los flebotomianos y barberos: el oficio dental en México (1768-1866), Universidad Nacional Autónoma de México, Programa de Maestría y Doctorado en Ciencias Médicas, Odontológicas y de la Salud, Tesis para optar el grado de Maestra en Ciencias, 24 de mayo de 2013, p. 26. Portal web: Biblioteca Digital de la Medicina Tradicional Mexicana.