Más Información
De la Fuente confía en que habrá buena relación con embajador de Donald Trump; se conducirá mediante reglas diplomáticas
Sheinbaum: INM entrará en etapa de transformación profunda; será “instituto de apoyo a la movilidad humana”, asegura
Texto: Magalli Delgadillo
Fotografías actuales: Xóchitl Salazar
Camarógrafo: Gabriel Pichardo
Diseño web: Miguel Ángel Garnica
Son las 3:30 de la tarde y suena el timbre. Los instrumentos quirúrgicos están listos: bisturí, tijeras, troca, químicos. Diego y Carmen, trabajadores de Estética Post/Mortem, reciben el cuerpo de una mujer. Antes de comenzar su labor, necesitan un acta de defunción y un vale, en el cual los familiares del difunto otorgan el permiso de embalsamar a su ser querido.
En la sala de preparación —disponible las 24 horas del día y donde ingresan cerca de 180 muertos a la semana— el personal llena una bitácora con los datos generales que recibe el nombre de cronotanatodiagnóstico: un documento con el nombre del finado, hora de ingreso, hora de fallecimiento, clasificación de cadáver (íntegro, con necropsia o estudio clínico) y, si las características coinciden con la persona, empiezan con el tratamiento. No sin antes tomar las medidas, pues la caja será a su tamaño.
Diego y Carmen, vestidos con filipina negra y detalles amarillos, se colocan el equipo de seguridad: mandiles y botas de vinil, guantes, cubre bocas y googles. Ellos inician con su trabajo de inmediato, pues las articulaciones del cadáver comenzarán a ponerse rígidas y la piel palidecerá.
Katia, hija de Trinidad —precursor de este negocio—, comenta que en una ocasión estaba trabajando con el cuerpo de un señor. Tenía que abrir el brazo para localizar la arteria y hacer la perfusión en el brazo. Se puso cerca de la extremidad. Como un movimiento normal, la mano del hombre se movió y le tocó el glúteo. La joven lo tomó con humor y dijo: “Bueno, se la perdono. Será la última vez que lo va a hacer”.
“El embalsamamiento es la preparación química y física del cuerpo para retardar la descomposición durante la velación”, define Katia, quien convivió con este oficio desde su niñez, pero comenzó a practicarlo hasta los 16 años, a petición de su padre.
“Al principio, fue por obligación. Salí de vacaciones en la prepa y vine a ayudar a mi papá en cuestiones administrativas. Ya estando aquí —al tener una gran carga de trabajo— me dijo: `Katy, ayúdame porque no hay nadie. ¡Ayúdame! ´”, dice Katia.
La vida se escapa por la carótida
Ella relata el procedimiento que se sabe de memoria: “Es un proceso de mucho respeto. Los desnudamos, quitamos algodones, cubrimos genitales con un trozo de tela y hacemos una desinfección primaria con un químico especial para agregar en las áreas con mucosa —donde se crean los focos de infección—. A continuación, se realiza una incisión en el cuello, a la altura del músculo esternocleidomastoideo —el cual cubre la arteria carótida primitiva—”, donde introduce un compuesto de químicos para conservar los tejidos.
Katia prefiere hacer la filtración a través de la carótida, pues es una vena que conecta directamente al corazón y, desde ahí, es más fácil la distribución a todo el cuerpo; sin embargo, los fluidos también pueden “inyectarse” por el brazo, en la arteria humeral, femoral (pierna) o cubital.
La familia Castillo no embalsama como lo hacían los egipcios hace más de 3 mil años. Los antepasados extraían el cerebro por la nariz y los órganos abdominales con un gancho de hierro. “Luego, bañaban las cavidades con vino de palma y las rellenaban con hierbas aromáticas como mirra y cassia”, de acuerdo con el artículo “Historia de la preservación de cadáveres humanos” de Jaime Alfonso Beltrán Guerra.
Después, los restos eran cubiertos con natrón —carbonato sódico, parecido a la sal— durante 70 días. Al finalizar este periodo, (el cadáver) era limpiado y envuelto con vendas de lino pegadas con goma. Ahora, este método puede durar de una hora (dependiendo de cada caso) a hora y media para una persona de complexión media sin lesiones expuestas.
Por ejemplo, si una persona falleció por heridas provocadas por armas punzocortantes, se hará un tratamiento distinto porque quizá la arteria se haya cortado y la distribución de formol no llegará a todos los tejidos; un cadáver con estudio clínico, no tiene dentro sus órganos, pues han sido extraídos con fines de estudio y se omitirán algunos pasos como la desinfección de vísceras.
Y la sangre se convirtió en químicos
El “sobrante” de vida sale por la vena yugular interna. Se lleva a cabo el drenado, es decir, la sustitución de la sangre por químicos. Para esto, se debe estimular el corazón. ¡Empieza el trabajo!
A través de la arteria, se inserta una cánula —un tubo conectado a una bomba con capacidad para ocho litros utilizado para evacuar fluidos—. En la vena, de paredes delgadas, Katia acostumbra a hacer una incisión. Posteriormente, realiza presión arterial. Así, por la arteria entra el formol y por la vena, sale la sangre. De este modo, estimula el sistema circulatorio, al mismo tiempo que filtra el químico y comienza a masajear los pies, piernas, nalgas, espalda… hasta llegar a la cabeza para que la sangre salga por completo.
“El embalsamamiento entre menos tiempo tenga de muerto, mejor resultado. Por lo contrario, la sangre se impregna más en el tejido, la descomposición está en un cuadro de putrefacción avanzado y el proceso será más complicado”, explica Katia. Además, menciona la importancia de realizar este procedimiento para estar en un ambiente salubre el día de la velación y evitar formar un foco de infección.
Servicios funerarios: un negocio familiar
Don Trinidad Castillo se convirtió en padre de Katia a los 16 años y debía hacerse responsable de los gastos de su familia. Ingresó como personal de intendencia en un cementerio, valet parking, gerente de la sucursal… En ese sector funerario conoció a los Franco, una familia dedicada a crear la ilusión de que morir es como estar dormido: el embalsamamiento.
Katia cuenta: “A él le llamaba la atención, entonces, se iba a meter y le decían: ‘No, no, no salte, chamaco. Tú no puedes estar aquí’. Lo corrían. Mi papá es un hombre muy constante y (no descansó) hasta que lo dejaron. Poco a poco, fue de los primeros en realizar una capacitación en el Colegio Nacional de Educación Profesional Técnica (CONALEP) para embalsamadores. Ya hay otras escuelas de sector privado, la cuales quieren profesionalizar esto”.
Actualmente, la Universidad Veracruzana prepara a los alumnos, quienes se gradúan con el título de Técnico Superior Universitario Histotecnólogo y Embalsamador. Esta carrera tiene la duración de dos años, aproximadamente; sin embargo, la práctica es algo esencial. La experiencia de casi toda una vida de Trinidad y su familia, han logrado consolidarlos como profesionales de esta industria de salubridad y estética de la muerte.
—¿Cuál es el costo?
El monto es dividido entre la funeraria y el servicio de embalsamamiento: “Una funeraria te cobra desde mil, dos mil 300, cinco mil. Depende del lugar, pagas otras cosas como calidad, atención y que se garantice un trabajo correcto. Muchas veces, lo barato sale caro, pero hay un parámetro”.
—¿Cuál es la causa más común de muerte entre las personas que ingresan?
—Diabetes, cáncer e infartos —responde Adán Ornelas Torres. Él es empleado de la Embalsamadora Doctores y cuenta con 14 años de experiencia. No tiene horario, cubre las 24 horas y su descanso no tiene un día definido. El hombre con pijama azul atiende de cinco a seis cuerpos al día. Por cada uno cobra entre mil 500 y dos mil pesos, pero eso no es su ganancia. Él tiene un sueldo fijo.
Adán ya está acostumbrado a los olores del formol y a su trabajo. Dice que lo agradable es dejar a la persona presentable y lo más difícil es aprender a manejar los sentimientos.
Daniel Palafox también se dedica a este oficio, pero en la funeraria Grossman. Él tiene siete años trabajando, pero su familia tiene más tiempo en el ámbito funerario. Antes y durante su preparación como embalsamador, tomó algunos cursos de técnicas de conservación. El trabajo diario le ha proporcionado habilidad y destreza para tratar los casos particulares.
En 24 horas pueden llegar hasta 36 cuerpos. Daniel labora jornadas de ocho horas diarias, durante las cuales recibe entre cinco y 10 fallecidos. Por cada servicio se cobra entre 650 y 800 pesos (dependiendo del tratamiento), menciona mientras observa a su compañero Ernesto Padilla, quien viste a un hombre de aproximadamente 50 años.
Ellos continúan el proceso. Arreglan los detalles. Se esmeran en el acomodo de la corbata, la camisa y el saco. Meten al señor en la caja, lo cubren con una manta blanca y corrugada. Ernesto comienza a espolvorear el rostro con un poco de maquillaje. Toma el rímel y peina las cejas. Cierran el ataúd.
Para Daniel ser embalsamador es una actividad “bonita, que no cualquiera hace y muy necesaria porque nosotros tenemos que darle al cuerpo una despedida digna para que el ser querido se vaya bien”.
Una despedida digna
La mezcla de componentes empezará a hacer efecto en poco tiempo: dejará los tejidos rígidos y la piel de la persona como si hubiera sido encerada. Antes de que ocurra, se realiza un masaje facial para arreglar la expresión de las personas: cerrar los ojos; estirar la piel para disimular algunas arrugas; si no tienen dientes, se les coloca una base (algodón o soporte bucal) y así, no se hundirán los labios y en caso de que tengan la mandíbula caída, se realizan suturas internas para subirla. Posteriormente, se les inyecta hasta ocho litros de químico mezclado con agua para hidratar el cuerpo. El líquido es rojizo para darle un poco de color a la piel.
Para este momento, las vísceras están hinchadas por la cantidad de fluidos transmitidos. El exceso, se tira con la troca —tubo gigante que succiona—. Katia perfora órganos huecos del área torácica, abdominal y pélvica (intestinos, vesícula, vejiga) en los que se almacena la acuosidad. “Es algo así como se baja la distención abdominal”, explica Katia Castillo.
Si la persona falleció por una enfermedad intestinal o cáncer, por ejemplo, se filtra químico para las vísceras abdominales y, así, prevenir que los intestinos vuelvan a inflamarse por la existencia de bacterias.
El proceso está por culminar. Se suturan las incisiones en el abdomen (una abierta de 1 o 2 cm) y a las lesiones externas (si las hay) se le da un tratamiento diferente para aminorarlas. El cuerpo vuelve a ser bañado y desinfectado. Se extrae la mucosidad y se taponan las cavidades (boca y fosas nasales).
Después comienza la etapa de estética, en la cual Katia y su equipo secan el cabello, visten y maquillan dependiendo de las peticiones de la familia: “Si pidieron que las sombras combinen con la ropa, el peinado, arreglar el bigote. Y ese es el cierre de mi trabajo. ¿Cómo voy a culminar? Con un buen arreglo estético”.
Algunas veces le han pedido gustos excéntricos como vestir al difunto como payaso porque ese fue su trabajo en vida. También alguna vez le pidieron que caracterizara a la persona como el “Chavo del ocho”.
En este ámbito se viven algunas situaciones difíciles y se necesita carácter para afrontarlo. “García López, Casas Funerarias tienen la concesión federal. Cuando ocurrió lo del ‘michoacanazo’, murieron 13 o 15 federales. Todos llegaron a la sala. Son cuestiones muy fuertes. También trabajamos con algunos muertos de la explosión de la explosión de Petróleos Mexicanos (PEMEX)”, narra Katia.
Hace dos años, Katia y sus trabajadores tuvieron la encomienda de embalsamar a Gabriel García Márquez. Aquel 17 de abril de 2014, cuando estaban en la sala de preparación, los hijos del Premio Nobel le pidieron trabajar con mucho respeto el cuerpo de su padre, que se olvidaran de la persona que era. Los Castillo realizaron su trabajo como de costumbre: con mucho profesionalismo. El cuerpo del escritor tuvo un tratamiento para que se conservara tres meses porque creían que se lo llevarían a Colombia; sin embargo, a las dos horas fue cremado. Sus cenizas llegaron a Bellas Artes para un homenaje el lunes 21 de abril.
En la habitación con paredes blancas las dos camas de metal vuelven a estar vacías. Todo está listo para preparar y comenzar el proceso a la llegada de otra persona. La labor de los Castillo y su equipo es convertirse en “creadores de ilusiones y fantasías. Creamos la ilusión de que las personas están descansando y de manera digna”.
Fotos antiguas: Archivo fotográfico de EL UNIVERSAL.
Fuentes: Entrevista con los embalsamadores Katia Castillo, Daniel Palafox y “Una tradición embalsamadora”, Lucía Quiroga, consultado en http://archivo.eluniversal.com.mx/ciudad/47505.html. Artículo “Historia de la preservación de cadáveres humanos”, Jaime Alfonso Beltrán Guerra, consultado en http://www.bdigital.unal.edu.co/16059/1/10855-22091-1-PB.pdf.