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En este escrito no pretendo extenderme en un documentado panegírico, mi deseo es participar con el mismo uniéndome al pesar de haber perdido a un colorido artista plástico, que sin duda era el último descendiente de aquella línea genealógica apodada: “Los Fridos”; en repetidas ocasiones tuve la oportunidad de conversar con don Arturo.
Hace más de 20 años le hice una entrevista radiofónica transmitida en la ciudad y el estado de Puebla, en donde nos platicó de sus quehaceres artísticos, relatorías y andanzas por el mundo que al decir de Frida Kahlo era: “la pinturreada”, entiéndase por la formación, estilo y realización de las tareas pictóricas; siempre amable, el maestro me saludaba en las reuniones y entregas de premios de la Sociedad Defensora del Tesoro Artístico de México, sin embargo, fue el pasado diciembre cuando tuve la oportunidad de sentarme un largo tiempo a platicar con mi biografiado, las edades de la vida ya pesaban en él, siendo notoria su fineza y buena educación, siempre un caballero: “Mire usted”, comentó afable, “yo nací por Capuchinas, a una calle del Palacio Nacional, allá por el año de 1926, hace ya mucho tiempo”; ¿recuerda la casa, maestro?, le pregunté: “No muy bien, le he pedido a mi hija que me dé una vuelta para reconocer mis antiguos lares; fíjese, hacía mandados en una óptica por las calles de Tacuba, más o menos cuando tenía nueve años; estudié después en una escuela de pintura, cruzando la Alameda, en 1941 era la Nacional y en el 43 en la Escuela de Pintura y Escultura La Esmeralda; dos grandes maestros, recuerdo, forjaron mi vida: don Agustín Lazo y Frida Kahlo ¿Sabe? la maestra Frida nos decía: ‘No vengo a enseñar sino a aprender’. Cultivé técnicas al óleo y ella se interesaba por el fresco y que sus alumnos hiciéramos pintura mural, pasando un tiempo nos dijo: ‘Ya no voy a poder venir, ¿pueden ir ustedes a mi casa?’ y con todo gusto los 10alumnos fuimos, estábamos siempre en el jardín y trabajábamos pintando; intervenimos una pulquería dos veces, se llamaba La Rosita, primero fue el pincel de Arturo Estrada y el de Guillermo Monroy; ya en la segunda participé yo, me quedé pensando mucho ¿Qué realizaría? y retraté a doña María Félix sentada en una nube en la pulquería y el público de cabeza, mi reflexión fue: ‘El mundo de cabeza por su belleza’. Recuerdo con mucho gusto nuestros viajes en la famosa cucaracha o la cucarachita, como le llamaba la maestra Frida al sedán marca Volkswagen, eran muy divertidos, comíamos y trabajábamos siempre en un gran compañerismo, qué tiempos aquellos, en los llamados paseos culturales. Me fui a Guatemala, dejaba el poder Jacobo Arbenz y se funda un taller de grabado.
“También tuve un buen trato con el gran maestro Diego Rivera, en el año de 1949 me casé con mi querida esposa que usted conoce, la maestra Rina Lazo; siempre tengo presente a la maestra Frida muy alegre, sin embargo no se me puede olvidar verla tan atormentada dos días antes de su muerte, cómo sufría, todavía escucho al maestro Diego y veo sus lágrimas en los ojos, cuando me dijo: ‘Ya se murió la niña Fridita’, fue en el año de 1954, en su funeral; en el velatorio, un miembro del partido llevó una bandera del mismo, estaba el Presidente Cárdenas, muchos revolucionarios, entonces me acerque al maestro Rivera preguntándole si le ponía la bandera al féretro de la maestra, ‘que barbaridad...’, cesaron hasta al director de Bellas Artes, después fue incinerada, cantamos coros por la paz y el peligro de la guerra, para mi murió una parte de mi alma”. Maestro de su obra que es tan reflexiva y que exalta en algunos casos la libertad de los pueblos, no sólo hablando de gráfica, sino de grandes formatos, ¿Cual es la que le parece más inmersa en su sentido y fuerza pictórica?
“Me gustó mucho el Mural que realicé en la escalera monumental y en la que está del lado izquierdo del Palacio de Gobierno de Oaxaca, que reflexión, ¡Porque dije: ‘Si queda mal, lo tiro yo!...’ han pasado más de 40 años y está en perfecto estado, usé la técnica de encáustica”.
Así, en un lenguaje amistoso, se realizó esta entrevista conversada con el maestro García Bustos y déjenme relatarles que, en mi concepto, la más bella idea con la que siempre me quedaré y que ahora les comparto como recuerdo de don Arturo, fue que tomó una hoja y me dibujó una pequeña paloma autografiándola con la leyenda: “Para Aldo, con mi amistad”. Al entregármela me dijo: “Piense usted en esto y guárdelo como un buen consejo, no hay nada mejor en el mundo que la paz”. Es cierto maestro, le agradezco su regalo y deseo que usted esté ya gozando en la paz eterna.
Con cariño para Rina y su mamá