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Varios eventos internacionales sugieren que la globalización está siendo rescatada de la amenaza de una regresión que se inició con el Brexit, en junio de 2016 y continuó con la elección de Donald Trump. Los movimientos en sentido contrario han sido menos importantes, pero significativos. La elección de Emmanuel Macron en Francia, un presidente pro-Unión Europea (UE), el discurso del presidente de China, Xi Jinping en el Foro Económico Mundial de Davos, y el insuficiente mandato al gobierno conservador británico para la negociación de salida de la UE sugieren que el desapego de la globalización pudo haber sido sólo un mal sueño.
En realidad, se trata de reacciones defensivas a la amenaza de la ruptura global, más no suficientes para resolver las contradicciones internas, ni en la UE ni en el comercio mundial. Por una parte, el presidente Macron tiene una agenda cuando menos más estatista que sus antecesores. Su propuesta en favor de la “Ley Compre Europeo”, ya causó reacciones en la UE. Igualmente, su propuesta de crear un Presupuesto Común para la UE y un ministro de Finanzas común ya fue criticada, cuando Francia tiene pendiente la tarea de reducir su déficit fiscal.
De ahí que la respuesta de varios de sus socios, sobre todo los de Alemania, sea que esas propuestas no son hoy la prioridad, sino que hay que hacer primero lo que los gobiernos tienen pendiente para poner sus finanzas públicas en orden. Y, si después de eso, las cosas no funcionan, entonces se podrían considerar cambios al tratado y otras iniciativas.
Infortunadamente el eje más importante del programa de Macron, cambiar la UE, no es viable como inicio de su gestión. Más aun, su postura de revitalizar la economía francesa lo enfrentará próximamente con el cambio a la legislación laboral gala para reducir prestaciones sociales y costos laborales.
Por otra parte, el presidente chino, Xi Jinping levantó las expectativa en el Foro Económico Mundial de Davos, al sugerir que China puede reemplazar la ausencia de Estados Unidos como pivote de las grandes iniciativas multilaterales y la globalización. Esto fue un bálsamo para su audiencia, después del baño de agua fría que había sido el retiro de Estados Unidos del Acuerdo Sobre Clima de París.
Pero, al igual que en el caso de Macron, esta posibilidad se puede descartar como inviable. China no tiene aún la capacidad de ser el importador de última instancia del mundo, si es que alguna vez quiere jugar este papel; ni de dar a su moneda el apoyo que requiere para ser una moneda de reserva.
Es claro, sin embargo, que el presidente Xi busca fortalecer la influencia de China en el mundo, pues no le convendría ningún revés a la globalización. Gracias a ella aumentó sus exportaciones de 212 mil millones de dólares en 2001, cuando se hizo miembro de la Organización Mundial de Comercio, a 2.9 billones de dólares en 2016. Pero, a diferencia de Estados Unidos, quien tiene déficits comerciales con la mayoría de sus principales socios, China tiene un superávit comercial con todas las regiones, excepto Oceanía.
Los objetivos de China no podrían ser más que del tipo “China primero”. Su plan “Hecho en China 2025” se propone elevar el contenido nacional de importantes componentes y materiales usados en la manufactura a 40% en 2020 y 70% en 2025. También mantiene cerrado el sector financiero para bancos extranjeros, tiene controles al movimiento de capitales, y restringe el uso de internet, siendo el que más usuarios de este medio tiene en el mundo, y está enfrentando un serio problema de sobre-endeudamiento de 260% del PIB, con altas carteras vencidas.
Analista económico
rograo@gmail.com