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Cuando los gobiernos mexicanos han generado creciente deuda pública y altos déficits fiscales, así como déficits en la cuenta corriente externa, en parte por un peso demasiado fuerte, choques externos pueden darles la oportunidad de hacer un ajuste temprano, a mitad del sexenio, cuando todavía están en control de toda la política pública. Este ajuste, a su vez, genera condiciones para rebotar con una alta tasa de crecimiento en el último año del sexenio.
Así sucedió al gobierno del presidente Zedillo, cuando la crisis asiática le golpeó en 1998, le devaluó el peso y lo obligó a un ajuste fiscal y aumentar las tasas de interés. El ajuste significa un apretón a la demanda, de tal manera que, cuando pasa, lo más probable es que la economía rebote y lo haga con fuerza. Eso explica el alto crecimiento en el año 2000, de 5.3%, en gran parte por la subvaluación del peso.
El choque que México recibió por la llegada de Donald Trump a la Presidencia de Estados Unidos tuvo el mismo poder de interrumpir el ciclo mexicano de expansión de déficits fiscales iniciado en 2012, mismo que continuó con mayor fuerza con el nuevo gobierno del presidente Peña.
Este ciclo incluyó un aumento muy rápido del gasto público, una fuerte devaluación del peso y un alto déficit en la cuenta corriente de la balanza de pagos. En 1998 este último déficit se multiplicó por dos a 16 mil millones de dólares y ameritó una significativa depreciación del peso. Entre 2011 y 2016 también se multiplicó por dos a 28 mil millones. La desconfianza con el déficit fiscal y el externo de cuenta corriente, aunado a las amenazas de Trump, causó salidas de capital e hizo perder reservas al Banco de México.
Y cuando ya no era conveniente seguir perdiendo reservas, el Banco fue obligado a crear un programa de coberturas cambiarias que garantiza al tenedor de las mismas que será reembolsado por la depreciación. Este esquema sólo puede ser exitoso si hay confianza en el peso cuando vencen las coberturas, en algún momento de 2018.
Ya en 2017, con los anuncios de recortes de gastos, aumentos de precios de gasolina, y aumento de tasas de interés, el gobierno dio la señal de que entiende la naturaleza de este ciclo económico y quiere hacer un ajuste macroeconómico en 2017. No necesita decir que esto genera en sí mismo la oportunidad de un rebote de crecimiento en 2018. Pero, de no ocurrir otros choques, en principio el gobierno actual podría cerrar su sexenio con un crecimiento alto.
Esto implica, sin embargo, aceptar el apretón de gasto y la desaceleración económica en 2017, quizás con un crecimiento no mayor a uno por ciento. No es fácil, y por eso no se hizo así en otros periodos presidenciales, como el de López Portillo o el de Salinas. Pero éstos podrían haber evitado los desastres en los que terminaron si lo hubieran intentado a mitad de sexenio.
No sabemos qué decidirá hacer el actual gobierno. Hasta hoy la sacudida de origen externo que recibió la economía, con todo lo negativo que trae consigo, da esta oportunidad, con un peso subvaluado y una reducción del déficit de la cuenta corriente externa. A la vez, ha obligado al gobierno a perseverar reducir el gasto público.
Hay dos indicadores que sugieren que el gobierno podría desaprovechar esta oportunidad y tratar de evitar el ajuste necesario en 2017. Uno es el afán de que el peso se siga fortaleciendo de su actual nivel. El otro es el uso de una transferencia masiva de recursos que le hizo el Banco de México al gobierno, la cual puede servir de argumento para evitar los ajustes necesarios en el gasto público.
Analista económico.
rograo@gmail.com