Cuando se está tambaleando el tratado con nuestro cliente a quien vendemos 82% de la exportación, en el gobierno piensan que la agenda debe ser firmar más tratados con más países, aunque con ellos comerciemos muy poco.

El TLCAN no está aún muerto y por eso la atención debería más bien ponerse en cómo reconciliar el régimen de libre comercio que se considere ideal con las restricciones reales que el gobierno estadounidense está fijando.

Y para eso deberíamos tener un sentido más autocrítico y realista. La atracción de plantas a base de regalos de terrenos y exenciones fiscales, como se acostumbra en México, probablemente ya no será aceptable si es para exportar a Estados Unidos.

Cuando funcionarios de ese país mencionan la regla de origen como un posible tema de la renegociación, a lo que se refieren es a que el libre comercio sólo es benéfico para ambas partes cuando lo que se comercia son productos genuinamente de origen de las dos naciones en un porcentaje significativo.

Algo que ayuda es que muchos productos mexicanos con poca elaboración aparte del trabajo contienen, sin embargo, muchos insumos estadounidenses. Pero esto ya no sería un blindaje total, si para el ensamble final del producto allá se cierran una planta y empleos para abrirlos simultáneamente aquí.

A quien esto sorprenda es porque erróneamente piensa en el concepto teórico de libre comercio, cuando en la realidad vivimos en un mundo de comercio libre-administrado. Los casos abundan en Estados Unidos, Japón, Europa y desde luego China.

La pura agregación de trabajo a base de bajos salarios es muy probable que sea cuestionada bajo los nuevos criterios estadounidenses que buscan evitar el cierre de más plantas. No es que se deba prohibir esta exportación, sino de que puede no ser vista como merecedora de libre comercio.

Ahora bien, si esto se renegocia en el TLCAN y crea una presión sobre México, también abre una oportunidad para que nos dediquemos a buscar cómo profundizar el grado de elaboración de lo que ahora sólo se ensambla. Si logramos elaborar más, aunque sólo sea en una parte de estos procesos, habrá una vía para elevar la inversión y el nivel de vida de trabajadores.

Pero, si en lugar de enfocarnos en esto, por algún error de visión, queremos seguir firmando más tratados de libre comercio, cuando ya los tenemos con 45 países, entonces no vamos a poder dar la correcta prioridad a lo esencial. Esto es, adaptarnos lo mejor posible a la realidad de cuatro quintas partes de nuestra exportación.

Un pre-requisito es tener el diagnóstico correcto y este es que el proteccionismo de hoy es parte de un proceso global que cobró fuerza después de la Gran Recesión de 2008, y que va a durar. A partir de ahí, un mercado con capacidad de compra y el empleo manufacturero son lo más escaso y por lo tanto lo más preciado para los países.

Como el mercado global es de muy bajo crecimiento y el empleo escasea, las balanzas comerciales de los países cobran notoriedad. Aunque no hay que exagerar su significado, tampoco se puede negar que, si un país pierde empleo y a la vez tiene déficit comercial con sus socios, eventualmente se va a inconformar.

Este fenómeno es tan real y vigente, que en 1944 John Maynard Keynes propuso un sistema para corregir los desbalances comerciales de países individuales antes de que se acumularan. El plan no se adoptó, en parte porque el mundo, al salir de la guerra, entraría en un ciclo de fuerte crecimiento de la demanda. Hoy, por el contrario, no hay demanda global suficiente y por lo tanto hay sobrante de oferta y necesidad de proteger el empleo.

Analista económico.

rograo@gmail.com

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