Es notable cómo mucha gente pensante y en puestos de importancia en Estados Unidos, aun no siendo partidarios de Trump, no tardaron más de 48 horas en dar la vuelta a la página de la elección para pensar en otras cosas.

En México, en cambio, la autopsia intelectual de comentaristas y el desgarramiento de vestiduras no termina.

Ya sabemos que hay un riesgo sobre el Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Si bien cualquier cambio al mismo tiene que seguir un protocolo, que éste sea lento no es consuelo. Como en el caso del Brexit, no hay que confundirse: hay un voto popular que exige cuando menos una revisión al tratado.

La revisión es menos mala que el aviso de cancelación unilateral, por eso hay que tener en cuenta que el malestar en EU no es contra las exportaciones mexicanas con alto contenido nacional, sino contra las que con frecuencia se basan en el trasplante de fábricas sólo para ahorrarse un porcentaje del costo laboral.

El TLCAN fue concebido, entre otros, como una vía para que los salarios de México convergieran con los de Estados Unidos y Canadá. Sin embargo, 23 años después de firmado, 63% de los trabajadores ocupados que reportan ingresos, según Inegi, sólo ganan hasta 3 salarios mínimos. Esto es, hasta 10 dólares diarios, cuando en Estados Unidos el salario mínimo rebasa los 12 dólares por hora.

Va a ser difícil argumentar con el equipo de Trump en pro del libre comercio con estas cifras, sobre todo después de 23 años y con la emigración que acumuló México en aquel país. Varios miembros de su equipo recuerdan que hasta hace poco un argumento de México para atraer inversiones fue que el salario en México ya había quedado por debajo del de China.

Esto significa que no hubo integración macroeconómica. La falla no estuvo en el mejor funcionamiento de las industrias manufactureras, sobre todo las de ingeniería, pues el tratado les dio las posibilidades de especialización y economías de escala que florecen en el libre comercio.

La falla estuvo en la macroeconomía, pues la tasa de crecimiento de la economía no aumentó y los salarios tampoco lo hicieron. Nótese que Trump no se ha referido a Canadá en el tema de los salarios, porque Canadá siempre mostró convergencia con Estados Unidos.

Otro tema de preocupación son los enormes desbalances comerciales entre países, mismos que Estados Unidos ha resentido. No sin razón, en varios casos se atribuyen a políticas mercantilistas. Aunque México no ha devaluado su moneda para propósitos mercantilistas, sí se advierte un sesgo por mantener una política macroeconómica restrictiva del crecimiento, el cual limita el crecimiento de las importaciones y así mantiene un bajo déficit en la cuenta corriente externa.

Este mercantilismo en varias economías emergentes surgió después de sus crisis de balanzas de pagos en la década de 1990, las cuales dejaron la lección de siempre contener sus déficits en cuenta corriente externa, aun a costa del crecimiento.

Trump puede ir a extremos proteccionistas o sólo intentar cambiar reglas para tratar de impedir más pérdidas de empleos en su país. Pero no todo es negativo, también tiene un proyecto ambicioso de infraestructura que nos podría beneficiar, si hacemos algo aquí. Igualmente, si baja impuestos, obligará a México a hacer lo mismo, salvo que estemos dispuestos a perder inversiones. Eso obligaría al gobierno a recortarse en serio, en gasto y en tamaño.

La bola está en la cancha de México, pero no la va responder con eficacia con más desgarramiento de vestiduras y mucho menos aferrándose a teorías de comercio.

Analista económico.

rograo@gmail.com

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