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“Brexit” se ha llamado a la eventualidad de que Gran Bretaña decida salir de la Unión Europea (UE) en el referéndum del 23 de junio. Sin pretender dar consejos sobre lo que les conviene o no y sin subestimar lo problemático de una salida, intentemos una primera valoración económica.
La UE ha enfrentado crisis tras crisis desde la Gran Recesión de 2008. Si otros países, como Estados Unidos o China, tienen dificultades para recuperarse plenamente de esta crisis, para la UE es aún más difícil.
Esto, porque es el grupo económico que más bien estructurado estaba para operar con las reglas que se aplicaban antes de esa crisis: creciente endeudamiento de las economías periféricas y altos déficits externos. La crisis sacudió esas reglas y hoy no es posible crecer en el modelo europeo si éste no cambia.
Por lo mismo su estructura institucional probó ser demasiado rígida para los problemas que surgieron en 2008 y la secuela de un estancamiento que ya es secular.
Al sólo poder aplicar soluciones convencionales a la crisis, sus países miembros tuvieron que rescatar a los bancos con cargo a la deuda soberana. Al sobrepasar ésta el 100% del producto, la regla fue desendeudarse con austeridad y esto parece no tener fin ocho años después de la crisis. Tampoco fue flexible para permitir variaciones en el tipo de cambio entre los países miembros del euro, para facilitar el ajuste de sus déficits externos.
Gran Bretaña aplicó políticas diferentes, sólo gracias a que no pertenece a la zona euro. Y sólo por eso está hoy creciendo 2.2% en promedio desde 2012 más que la UE (0.8%) y que la zona euro (0.3%). Su desempleo es hoy de 5% contra 10% en la zona euro y 20% en España y 24% en Grecia.
No es coincidencia que el sentimiento positivo sobre la UE haya caído y hoy sea mayor a 50%, según Eurobarometer, sólo en Polonia y en Irlanda. Y desde 2005 sólo aumentó en Polonia.
En Irlanda cayó de 70% a 54%. En Italia de 56% a 38%. En España de 55% a 33%, países que tienen enorme deuda pública y aplicaron la austeridad al máximo. Pero también ha caído en Dinamarca de 43% a 33% y aún en Alemania, de 40% a 33%.
La falta de flexibilidad está en el corazón mismo de la UE. No sólo causa la ineficacia de la política monetaria del Banco Central Europeo. Tampoco pudo manejar la gran crisis de inmigración. Su falta de aptitud alimenta la desconfianza en los países miembros y en otros círculos. Un ejemplo es la negativa del FMI a participar en otro rescate más a Grecia, a menos que haya una quita de deuda.
El Reino Unido sigue un modelo siempre sujeto a flexibilizarse. Le ayuda mucho no ser miembro del euro, pero aun así, resiente la creciente inmigración del este de Europa que está obligado a recibir y a subsidiar con alto costo fiscal. Su población y parlamento también resienten que sus leyes no sean más las de ellos mismos, sino las redactadas por burócratas en Bruselas.
El impacto comercial de una salida de la UE no sería necesariamente desfavorable. Hoy tiene un déficit comercial de 130 mil millones de dólares con la UE, al comprarles más de lo que les vende. La UE en este sentido necesita más a Gran Bretaña que al revés.
Más importante aún que su balanza comercial externa es que el ciclo económico de Gran Bretaña casi nunca coincide con el de la zona euro, a su vez la mayor parte de la UE. Esta zona sigue hoy aplicando políticas que restringen su demanda, en tanto que el Reino Unido está creciendo. Por otra parte, la tendencia en la UE es cada vez integrarse más bajo un modelo europeo continental que privilegia la regulación, muy distinto del modelo de Gran Bretaña.
Analista económico
rograo@gmail.com