Hasta la crisis financiera global de 2008, para los países emergentes recibir capital extranjero fue motivo de orgullo, en especial para sus gobiernos. La razón es que estos capitales eran vistos como una confirmación de la confianza que tienen los extranjeros en la economía. Hoy, por cambios en la economía mundial, es menos claro que todos los capitales sean en beneficio de la economía.

Si el capital se invierte en planta y equipo tangibles y crea empleos, el interés o dividendos que se le pagan provienen de la utilidad de los proyectos, después de crear empleos. Pero, si el capital no se invierte en planta y equipo, es menos fácil determinar el beneficio.

Por ejemplo, si el dinero se invierte en bonos del gobierno y éste no lo utiliza para generar más riqueza, el interés que se le paga tiene que provenir de otros ingresos del gobierno. Por eso no siempre resulta conveniente que haya un exceso de capital extranjero dedicado a la compra de bonos gubernamentales.

México es una de los países emergentes que más dinero externo recibió en los años posteriores a la crisis de 2008. En 2001 apenas recibimos 858 millones de dólares de este dinero, conocido como capitales de corto plazo, pues se pueden salir en cualquier momento. Después de la crisis, en 2010, sin embargo, recibió 23 mil millones de dólares, más del doble de lo que entró como inversión extranjera directa, es decir para planta y equipo.

También fue más de lo que México necesitaba para cubrir la diferencia entre las importaciones de bienes y servicios y las exportaciones por el mismo concepto. Esta necesidad fue en 2010 tan sólo 5 mil 200 millones de dólares.

Las entradas de capital extranjero a bonos en moneda local fueron en aumento hasta llegar a 46 mil millones de dólares en 2012, un claro exceso sobre las necesidades de importación neta de bienes y servicios (16 mil 600 millones).

La explicación de flujos tan grandes fue que la Reserva Federal estadounidense (Fed) estaba en ese tiempo creando mucho dinero para mantener bajas sus tasas de interés y así apoyar su recuperación económica después de la crisis de 2008. Mucho de ese dinero fluyó a los países emergentes en busca de una mayor tasa de interés.

Pero, una vez que esta autoridad indicó que ya no crearía más dinero y, luego, que subiría la tasa de interés, las entradas comenzaron a bajar y en 2015 prácticamente se extinguieron, llegando a mil 300 millones de dólares. Este cambio causó la depreciación del peso que hasta ahora ha sido de 42% desde julio de 2013.

Así, los capitales invertidos en bonos en moneda local están lejos de ser una panacea y tienen costos, además del interés que se les paga. Cuando entran en grandes cantidades causan una apreciación del peso contra el dólar, haciendo perder competitividad a los productores locales de bienes y servicios. Y cuando dejan de entrar o se retiran causan depreciaciones y llevan al banco central a aumentar la tasa de interés para defender el tipo de cambio.

A nivel global, estos capitales ya no son vistos como una gran ventaja y por eso es que varios países se quejaron de una guerra de divisas cuando la Fed estaba imprimiendo demasiado dinero y causando con ello la apreciación de muchas otras monedas.

El peso se ha depreciado por el cambio de señales que dan estos capitales y el Banco de México ya tuvo que subir la tasa de interés para defenderlo. Por ahora la tormenta devaluatoria de enero y febrero se calmó, pero fue más que nada porque la Fed decidió esperar antes de hacer un segundo aumento de tasa de interés. Falta aún mucho por ver, pues el ajuste global sigue pendiente.

Analista económico

rograo@gmail.com

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