Más allá de los retorcidos antecedentes de Omar Mateen, el criminal de Orlando, está claro que el origen de la masacre es el odio. Tan largamente incubado como el que ahora alardea la Iglesia católica mexicana.

Tan sólo en los días recientes dos de sus posturas homofóbicas se parecen más a las consignas rabiosas del Estado Islámico o a las peroratas estúpidas de Trump, que a los principios fundacionales de la Iglesia y los propios postulados del papa Francisco: primero, la descalificación ipso facto de la iniciativa que el presidente Peña Nieto envió al Congreso para elevar a rango constitucional el derecho humano a que los mexicanos puedan contraer matrimonio sin discriminación alguna, es decir entre personas del mismo sexo; en respuesta, la jerarquía católica pontifica que “la ideología de género es destructiva, perversa y deforma los valores de la familia y la sociedad mexicana; añade que lo único que hace es expresar sus convicciones y preocupaciones en relación con la convivencia humana y con la ética y moralidad de nuestras instituciones y sus leyes”.

Asombra que obispos y arzobispos apelen a principios éticos, morales y legales cuando son ellos los primeros en pecar contra su sexto mandamiento —“No cometerás actos impuros”— al haber violado y abusado de miles de niños y luego haber encubierto la horripilante pederastia de sus sacerdotes, sustrayéndolos del castigo legal que hubieran merecido. ¿No se parece esto al quinto mandamiento que establece a secas: “No matarás”? ¿Acaso no es un crimen el marcar para siempre a un inocente con una brutal violación?

Hace apenas unos días, la jerarquía católica volvió al ataque con dos ingredientes adicionales: la mentira y la burla. Primero, porque sin argumento alguno, aseguró que las derrotas del PRI el pasado 5 de junio se debían a la iniciativa presidencial en favor de la comunidad LGBTTTI, pecando esta vez contra el octavo mandamiento: No mentirás. Por lo que hace al amor al prójimo, el obispo de Culiacán, Jonás Guerrero Corona, no le tuvo ni tantito a Peña Nieto con su pésimo, burlón, ofensivo y provocador chiste sobre la masculinidad del Presidente. Por cierto, Guerrero está acusado, junto con el cardenal Norberto Rivera Carrera, de encubrimiento de curas pederastas.

Lo que jamás ha hecho algún dignatario católico es indignarse por los crímenes de odio contra la comunidad homosexual de México. Ninguna de sus voces se alzó para lamentar y menos condenar, por ejemplo, el reciente crimen múltiple que dejó 4 muertos y 13 heridos en un bar gay de Xalapa, donde tres sujetos desconocidos y con armas largas abrieron fuego sobre los asistentes y huyeron del lugar. Sin comparar los números, tan indignante como la masacre de Orlando.

Imposible soslayar que México es el vergonzante segundo lugar mundial en crímenes de odio según la Organización Mundial de la Salud. Más aún, en la Encuesta Nacional sobre Discriminación en México, 7 de cada diez mexicanos homosexuales consideran que en este país no se respetan sus derechos. Añádase que el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación ha establecido que “el miedo o la fobia irracional hacia los homosexuales se expresa en rechazo, discriminación, ridiculización y otras formas de violencia”.

Un dogma de odio, cuyo fuego inquisitorio la Iglesia está avivando.

Periodista

ddn_rocha@hotmail.com

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