No podemos vivir con ellas, pero tampoco sin ellas. Así podríamos definir la relación que en los últimos años hemos construido los medios de comunicación con las redes sociales. Algunos nos señalan incluso como los principales damnificados por un fenómeno al que han llegado a imbuir de unos insensatos tintes apocalípticos y que tiene más de mito que de realidad.
La primera agencia de noticias del mundo en español con 77 años de vida, la Agencia EFE, a la que represento en México, cumple este 2016 medio siglo de presencia en el país. Para conmemorar esta efeméride hemos editado un libro que refleja, entre otras muchas cosas, nuestra incombustible capacidad de adaptación a las nuevas tecnologías. Una faceta que caracteriza también a EL UNIVERSAL, El Gran Diario de México, al que felicitamos igualmente por el centenario de existencia que conmemora este sábado 1 de octubre.
De los viejos teletipos a las comunicaciones satelitales, de los albores de internet a la hiperconectividad de los dispositivos móviles. Nada ha representado ni debería representar nunca una barrera infranqueable para asegurar nuestra vigencia. Pero una cosa es la evolución de los métodos de transmisión de información y otra el cambio de paradigma creado por las redes sociales, que han revolucionado el reparto de papeles en el famoso triángulo emisor-mensaje-receptor hasta lograr una comunicación más horizontal en la que los medios de comunicación tenemos mucho menos control sobre la opinión pública.
En este escenario de aparente plenitud democrática —aparente porque, como toda arma poderosa, las redes sociales corren el riesgo de ser monopolizadas por oscuros centros de poder económico, político e ideológico—, cobra más trascendencia que nunca el debate sobre la lógica de los medios de comunicación como servicio público y filtro obligado entre el poder y el ciudadano. Frente a la actual avalancha de información que conllevan esos colectivos cibernéticos masivos, los periodistas estamos obligados más que nunca a dotar a la sociedad de la seguridad de estar bien informada y sobre los temas que le interesan.
Al igual que sucedió con la aparición de internet, en este caso deberíamos aplicar el proverbio “si no puedes con tu enemigo, únete a él”. No solo únete, adáptate a su realidad o aprovecha al menos sus ventajas, como la de tener más datos que nunca sobre el perfil y los gustos de tus audiencias finales. Además, es indispensable volver a los orígenes de la noticia bien manufacturada, esa que ha convertido a la Agencia EFE en un proveedor de confianza para diarios, emisoras de radio, cadenas de televisión, portales de internet, instituciones y empresas de todo el planeta. La inmediatez, la contextualización, el contraste de las fuentes, el uso pertinente del lenguaje y, sobre todo, la fiabilidad son nuestra principal fortaleza. En la era de lo efímero, nunca como hoy un error cuesta tan caro.
A la par que las redes sociales ha surgido el periodismo ciudadano, una fantástica forma de evitar que sucesos inabarcables para los medios de comunicación tradicionales tengan su eco en la sociedad, pero también una amenaza a las normas de privacidad más básicas de un colectivo y una fuente constante de distorsión de la realidad, magnificada por la dudosa habilidad de un sujeto anónimo de acumular “amigos” tan anónimos como él —y por ello, igual de opacos— en esos multitudinarios círculos virtuales.
Visualizo un futuro en el que los individuos, hastiados del tsunami de datos que les llegan por diferentes dispositivos y plataformas, a cual más absorbente, pisen el pedal de freno para mirar con calma al horizonte en busca de un emisor confiable al que dirigir sus ansias de informarse. En ese contexto, los grandes medios de comunicación debemos luchar por seguir siendo una marca de referencia, desarrollando una vez más nuestras habilidades camaleónicas, sin perder nuestra esencia y respetando nuestra historia. Cómo se explica sino que hayamos desarrollado con éxito nuestros propios perfiles en las redes sociales y nuestras aplicaciones para tabletas y smartphones. Sencillamente, porque ese universo es ya una nueva forma de hacer periodismo.
Una vez dado el paso, al igual que el emisor anónimo de una red social, nuestra meta debe ser llegar a la audiencia más amplia posible, pero sin caer en la tentación de obnubilarnos ante la volátil recompensa económica que proporciona la acumulación de descargas de noticias huecas de contenido que proliferan en el universo digital, como ese gato que es capaz de dar vueltas sin parar sobre sí mismo o la youtuber que da clases exprés de maquillaje. No debemos permanecer anclados irremediablemente a las llamadas coberturas periodísticas duras pero tampoco olvidar jamás nuestro trascendental papel frente a la sociedad que más opciones ha tenido en toda la historia de estar bien informada. Con las redes sociales, nuestra voz es todavía más relevante.
Director de la Agencia EFE en México