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Este 15 de septiembre el gobierno de la ciudad conmemoró nuestra gesta libertaria. Recordé que es un acto de salud republicana reflexionar en el aniversario de la patria sobre los logros, desventuras y esperanzas de la comunidad nacional. Ocasión para refrendar el compromiso de los mexicanos con los propósitos de independencia, igualdad social y democracia constitucional que determinaron nuestro proyecto de país desde su origen.
Para los capitalinos es también el recuerdo de sus propias luchas, que comenzaron en el Ayuntamiento de la Ciudad cuando en 1808 el síndico Primo de Verdad reivindicó el derecho de la soberanía para los pueblos. Esta idea fundacional se esparció por la Nueva España y fue a detonar en Dolores, donde Miguel Hidalgo comenzó la hazaña de nuestra liberación.
Ese proyecto de país se encuentra hoy severamente amenazado. La infamante pobreza, los abismos sociales, la violencia sistémica, la abrasiva corrupción y la supeditación del país a intereses foráneos son una ofensa para nuestros próceres y una violación inaceptable a los valores y principios que sustentan la cohesión entre nuestros compatriotas.
Después de tres decenios de predominio de las finanzas y de la tecnocracia, está pronto a cerrarse un ciclo histórico. El contraste entre la afrentosa concentración de la riqueza y la expansión lacerante de la miseria vulnera gravemente la dignidad humana, provoca éxodos incontenibles, paraliza el crecimiento de las economías y destruye implacablemente la naturaleza.
Las ciudades concentran en nuestros días la compleja trama de los problemas humanos. De su vitalidad, autonomía y espíritu de vanguardia depende en gran medida la solución de los dramas contemporáneos. Esta ciudad ha sido el epicentro de cambios profundos ocurridos en el país. En años recientes aquí se gestó una activa dimensión de la ciudadanía y se inició la inconclusa transición democrática. Hoy conmemoramos el treinta aniversario del sismo de 1985. Ante la atonía de los responsables políticos de la ciudad, la población encaró el desastre y se lanzó heroicamente al rescate de las víctimas y al mantenimiento del orden en la capital.
En 1988 la ciudadanía derrotó electoralmente al sistema hegemónico, ganando en 1997 el derecho elemental de elegir a sus gobernantes. Hace 18 años que las fuerzas y partidos progresistas son mayoría política en esta ciudad, cada vez con mayor pluralismo y con mayor ambición. Sería prolijo el recuento de los avances alcanzados. Hemos bregado por construir una capital social. Primero, porque nuestro carácter de capital de la República no disminuya ni atente contra los derechos de la sociedad: la conversión de súbditos en ciudadanos. Segundo, porque el mayor capital de este inmenso conglomerado resida en los talentos, capacidades y voluntad de progreso de sus habitantes; en particular los jóvenes: de ahí que la tarea de gobernar sea, ante todo, una obra de educación y cultura.
Los poderes públicos y las organizaciones sociales de la ciudad han promovido incesantemente su cabal autodeterminación: en 2001, 2010 y 2013 hemos propuesto la reforma al artículo 122 de la Constitución federal para que esta capital y sus pobladores gocen de los mismos derechos que los otros estados de la Federación y para que puedan determinar por sí mismos su orden político interior. No seremos más un distrito de la Federación, sino que nos llamaremos por nuestro propio nombre: Ciudad de México.
Tendremos una carta de derechos que asegure su ejercicio pleno, exigible y justiciable. Convendremos un estatuto de capitalidad que establezca las relaciones entre las autoridades federales y locales; las demarcaciones territoriales sustituirán a las actuales delegaciones y serán gobernadas por alcaldías con consejos electivos. Se establecerá un Consejo de Desarrollo Metropolitano a efecto de resolver conjuntamente los actuales y futuros problemas de nuestra gran conurbación.
Estamos ciertos de que esta conquista de la ciudad redundará también en un renacimiento del federalismo mexicano y en un poderoso impulso para la descentralización territorial de la nación. A semejanza de lo que sucedió en los albores de la Independencia, la Carta Magna de la capital está destinada a ser la semilla germinal de la próxima Constitución de la República.