Cualquiera que sea el resultado final de las amenazas de Donald Trump contra el país, todas las reflexiones serias sobre una defensa de los intereses nacionales apuntan hacia un viraje drástico en la política de desarrollo interno que fue abandonada por el catastrófico ciclo neoliberal, bajo el pretexto de que “nuestro mercado es el mundo”, aunque seamos comercialmente deficitarios con todas las regiones del planeta.

Las agendas de las campañas electorales que ya se apuntan deberán compendiar y explicitar los cambios indispensables para recuperar un crecimiento sostenido y reafirmar nuestra autonomía en todos aquellos campos vulnerados. Es urgente definir una estrategia coherente sobre la que se articule un programa de gobierno. Las políticas de energía, fiscal, financiera, antimonopólica, industrial, agropecuaria, educativa, científica y tecnológica, de salarios, precios y utilidades, así como de empleo y mercado interno, deberán revisarse rigurosamente tanto como un esquema efectivo y renovado de alianzas con el exterior.

Cada día se levantan más voces que consideran esta coyuntura como una oportunidad insólita para el resurgimiento nacional. Los palos de ciego que está dando el gobierno para paliar los efectos extremos de un modelo fallido sólo exacerban la inconformidad social y revelan tanto la fragilidad del barco en el que nos hundimos, como la torpeza de los timoneles. El efecto más irritante de estos desatinos está encarnado por los “gasolinazos”, que son como sangrías intermitentes que conducen a la anemia de la economía popular. Los pretextos pueriles con los que pretenden justificarlos la clase dirigente y sus voceros, no resisten el menor análisis.

He escuchado con asombro que por fin estamos dejando de subsidiar el petróleo y entrando de lleno al universo de los precios internacionales de la energía. A la vez la eutanasia del Estado benefactor y una suerte de victoria póstuma de la globalización. Nada es más falso. Desde 1938 se había conformado un proyecto soberano y un Estado suficiente que generó un período de cuarenta años de crecimiento, desató el proceso de industrialización y amortiguó el crecimiento demográfico. Hasta 1976 México no exportó ningún barril de petróleo, sino que lo utilizó para fines de desarrollo interno. En otras palabras: el gobierno NO subsidió el petróleo, sino que este subsidió al país.

Al final de ese período se detectaron deformaciones que era necesario corregir, como la carencia de recursos para nuevas exploraciones, la importación creciente de gasolinas (10%) y el estancamiento del proyecto petroquímico, por lo que se decidió financiar la expansión petrolera con precios internos, compensándolos con aumentos salariales que llegaron a ser los más altos de nuestra historia (1976) y aprestándose a construir nuevas refinerías, comenzando por la de Tula en 1975 que inexplicablemente fue la última que se instaló en el país.

El boom de los precios de los hidrocarburos condujo a la precipitada decisión de convertirnos en exportadores de petróleo. El mercado se saturó, los precios cayeron, la tasa de interés se elevó y quedamos atrapados en una crisis de endeudamiento. El crecimiento económico disminuyó de 4.7% a 2.2% y lo que es más grave, se aplazó una insoslayable reforma fiscal que habíamos proyectado desde los años sesentas.

Hoy, 58.8% de las ganancias netas de Pemex cubre el hoyo negro del presupuesto federal, mientras la población paga al fisco 40% de impuesto a las gasolinas. ¿A eso llaman subsidio al consumidor? Según los datos del Inegi y de la OCDE, el fisco federal recauda en total 19% del PIB —a diferencia del 36% promedio de los países de esa organización—. Para colmo 37% del ingreso del sector público proviene del petróleo y sus derivados.

A mayor abundamiento, 68% de las gasolinas que se venden en el país son importadas —en lo que somos el segundo lugar mundial— incluso de países como Corea del Sur y España, que no producen petróleo, pero lo refinan. Este negocio de importación suma 15 mil millones de dólares, parte de cuyo monto queda en manos de traficantes mexicanos y extranjeros.

Dispendios, contubernios e imprevisiones que nos están llevando a precios de combustible muy superiores al promedio mundial de los países petroleros. No es la gallina de los huevos de oro que se acabó, sino la vergüenza de nuestros gallos que se agotó.

Comisionado para la reforma política de la Ciudad de México

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses