Nos encontramos en la víspera de la instalación de la primera Asamblea Constituyente de la Ciudad de México. El proceso histórico ha sido largo y nutrido de reivindicaciones humanas y populares. En los días aciagos que vive el país este suceso es contemplado como una oportunidad inescapable para demostrar que las organizaciones políticas, con el apoyo de la ciudadanía, son capaces de convenir un pacto social para la ciudad que podría replicarse para todo el país. Una tabla de salvamento para la República.

El hartazgo generalizado respecto al ejercicio errático e irresponsable del poder ha desencadenado el debate sobre la necesidad de una profunda transformación política. En el río revuelto de la indignación surgen voces de quienes reducen el problema a la permanencia del Ejecutivo en su cargo, así como otras que sugieren la formación de un gobierno de conciliación nacional, con independencia de las condiciones institucionales y la voluntad política necesaria para tales cambios. Sin reflexionar en que la operación podría desembocar en un golpe de fuerza de las corrientes más conservadoras.

La cuestión es profunda: carecemos de una visión compatible sobre la naturaleza de nuestros problemas y las vías para resolverlo. La mayoría de los mexicanos desconfía de nuestra capacidad de regeneración y muchos de ellos prefieren optar por el abandono cívico como reflejo de la impotencia social. Nos encontramos, de toda evidencia, en la fase terminal de un ciclo histórico. El pasado se resiste a morir y esta emponzoñando el futuro. Es indispensable despertar la esperanza ciudadana y concentrar nuestras energías en la búsqueda de un consenso en torno a propuestas asequibles de cambio.

El proceso en que está inmersa la Ciudad de México es una ocasión invaluable para rescatar el papel de la política y restaurar nuestros valores democráticos. Estamos llamados a una empresa liberadora que transfiera el poder hacia la comunidad, sus organizaciones y las personas específicas que la componen, a fin de desterrar la corrupción mediante un orden que asegure la transparencia y el control de los actos de gobierno. No hay mejor defensa de la entidad, del país y de los ciudadanos que la ruptura de los vínculos ancestrales de subordinación y la devolución efectiva de la soberanía a sus depositarios originales.

La ruta que guió la elaboración del proyecto de Constitución revela que los acuerdos son factibles y que es posible armonizar demandas y posiciones diversas cuando los actores se conducen con responsabilidad, buena fe y decisión genuina de apropiarse del futuro. El desarrollo de este trabajo implicó centenares de encuentros con organizaciones civiles, movimientos sociales, personalidades económicas y académicas, especialistas en diversas disciplinas y ciudadanos comprometidos. El ejercicio desembocó en una notable coincidencia sobre cuestiones fundamentales, sostenida en el respeto a las posiciones y visiones legítimas de cada uno de los participantes.

El día 15 de septiembre el jefe de Gobierno entregará el proyecto definitivo como lo manda el decreto constitucional. Estamos ciertos de que el proceso de debate y aprobación será acompañado por quienes defienden sus derechos y el derecho de todos a la Ciudad desde sus propias perspectivas. Habrá que desplegar una efectiva garantía de audiencia, así como el seguimiento puntual por parte de los observatorios ciudadanos. El carácter abierto de la Asamblea Constituyente podría convertirla en un acontecimiento democrático sin precedentes y facilitar que la población haga suyos los contenidos de este esfuerzo fundador del constitucionalismo mexicano del siglo XXI.

En tiempos de intensa polarización política y de disputa por posiciones ideológicas y mediáticas de cara a las próximas elecciones, corremos también el riesgo de que el espacio para el debate republicano sea enturbiado por la animadversión y el encono partidistas. No es superfluo formular un llamado respetuoso a todos los constituyentes para que ejerzan su libertad inalienable con un alto sentido de responsabilidad.

El ejercicio que vamos a emprender será el espejo en que se mire la nación y sus resultados la vara de medir con que la posteridad juzgue a los mexicanos de esta generación. La República distingue al honor sobre la mezquindad. Al primero lo exalta, la otra merece desprecio y olvido. Cumplamos con fervor y honestidad la parte que nos corresponde en esta hazaña popular a fin de recuperar la congruencia que hemos extraviado.

Comisionado para la reforma
política de la Ciudad de México

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