Más Información
De colores y distintos tamaños, Comisión del INE aprueba boletas para elección judicial; falta voto del Consejo General
Comisión del INE aprueba recorte para organizar elección judical con 6 mil mdp; ajustan actividades de bajo impacto
Llega Navidad para choferes y repartidores; publican en el DOF decreto para derecho a seguro médico, indemnización y utilidades
El discurso y los tuits de Trump tienden a ser “sobre-analizados” y/o mal interpretados escribe Van Jackson en Foreign Affairs. Si se revisa con cuidado lo que Trump tuitea o expresa, sigue Jackson, se podrá detectar la coherencia e incluso su racionalidad, pero eso solo aparece si Trump es leído con la cabeza fría. Muchos analistas y medios, indica el autor, tienden a asumir implicaciones que él nunca dijo o señaló. Puede que Jackson tenga razón, al menos en parte, pero la verdad es que Trump presenta una psicología muy difícil de descifrar, además de un discurso que –a veces literal, a veces implícitamente- sí exhibe amplias inconsistencias y contradicciones que generan efectos varios. Por lo tanto, sus tuits, sus declaraciones, su lenguaje e incluso sus directrices políticas deben ser leídas e interpretadas incluso de manera más compleja que lo que señala Jackson, incorporando elementos para los que no necesariamente estamos preparados, pero a los cuales nos vamos a tener que ir acostumbrando. Como ejemplo, rescato tres de esos elementos: (1) Reacciones desde su estómago que no siempre miden las consecuencias, (2) Correcciones a sus posiciones, cuando no bandazos o golpes de timón, y (3) Un lenguaje vago, que tiende a las generalizaciones y a la carencia de detalles cuando le son exigidos. El problema es que ese tipo de conducta y discurso pueden ir constantemente lanzando dardos o carnadas fáciles de comprar, lo cual impacta en emociones colectivas y, por lo tanto, en asuntos de política y/o en decisiones.
Por ejemplo, tras conocerse las filtraciones al respecto de la posible existencia de un expediente en Rusia sobre Trump, el cual supuestamente exhibía, entre otras cosas, detalles acerca de cómo él había colaborado con el Kremlin para ganar la presidencia, el entonces presidente electo reaccionó con un tuit que acusaba a las agencias de inteligencia estadounidenses de esa filtración y de que le estaban propinando “un golpe más”, además de comparar el ambiente que se vive en EU al de la Alemania nazi. Ya antes de eso, había dicho que era imposible creer en dichas agencias de inteligencia puesto que “esta gente es la misma que nos dijo que en Irak había armas de destrucción masiva”. En su primer discurso ante la CIA tuvo que recular, diciendo que les respaldaba al 1000% y que la susodicha disputa entre él y la CIA había sido un invento de los medios. Así, podemos ubicar desde expresiones sobre asuntos internos –como primero afirmar la pertinencia de que en un salón de clases haya armas, para luego decir que se opone a esa política-, hasta posturas en asuntos internacionales –como declaraciones de que sus aliados como Japón o Corea del Sur deberían armarse nuclearmente, para luego afirmar que él busca el desarme nuclear. En cuanto a su lenguaje vago, falto de cómos y detalles, qué mejor ejemplo que su compromiso de “eliminar al terrorismo de la faz de la Tierra”, cuando hasta ahora sus estrategias solo incluyen medidas como “bombardear a ISIS hasta el infierno” –siendo que ISIS opera en 28 países, incluidos varios europeos que no podrían ser bombardeados- o prohibir la entrada a refugiados de países como Siria, siendo que ataques como los de Boston, San Bernardino u Orlando fueron cometidos por ciudadanos estadounidenses.
Y claro, se puede optar por lo que sugiere Jackson, no sobreinterpretar sus tuits, y no agregar suposiciones no explícitas. Pero el problema es que el discurso cuenta, no solo lo que se dice, también lo que no se dice y lo que se implica. A las palabras, o al menos a las enunciadas en tiempos del Twitter, no se las lleva el viento. Las cosas que se expresan (interpretadas, sobreinterpretadas, o leídas de manera literal) tienen consecuencias, generan reacciones en los mercados, retumban en redes sociales, y activan espirales emocionales muy difíciles de detener.
El caso más claro que junta varios de los aspectos mencionados es el del muro en nuestra frontera. Es verdad que en ese sentido hay una línea claramente establecida desde la campaña. Pero la realidad es que para cuando se emite la orden ejecutiva, hacen falta decenas de detalles y respuestas a preguntas como: ¿Qué clase de muro? ¿Estamos hablando de una extensión y reforzamiento de la cerca existente? ¿O de un muro de ladrillos, de acero, de concreto? ¿Cuál es el costo? Trump afirma que lo va a pagar México. Bien, pero ¿cómo exactamente? Mediante cierto formato de “reembolso” que ya “iremos definiendo”, dice. Luego, la Casa Blanca afirma que se va a imponer un arancel de 20% a los productos mexicanos, una medida proteccionista que además de violar legislación existente, deberá pasar por un Congreso que no necesariamente coincide con ese arancel. Luego, la Casa Blanca mejor corrige e indica que esa era solo “una idea” bajo consideración. Pero bueno, asumiendo que así fuera, mientras México paga, ¿cómo se va a fondear la construcción que se ha llegado a estimar en varios miles de millones de dólares? ¿Cómo se va a procesar esa solicitud de financiamiento ante los muchos legisladores que no ven la medida favorablemente, sobre todo en medio de otras decenas de solicitudes de dinero para infinidad de cuestiones en la agenda de Trump que implicarán volver a crecer el déficit e incrementar la ya monumental deuda de EU? ¿Cómo se van a resolver las disputas por la construcción del muro en ciertos terrenos que hoy son propiedad privada?
Sin embargo, mientras esas preguntas son respondidas, ya en México, una ciudadanía que se siente ofendida y vulnerable, tiende a considerar lo del muro un hecho consumado. Y quizás al final del camino el muro, o parte de él, sí se construya tal y como ha sido prometido. Pero por lo pronto, viable o inviable, la orden ejecutiva tenía ya incontables efectos psicológicos, simbólicos y políticos en nuestro país y en nuestras relaciones con Washington.
Este tipo de situaciones, me parece, se van a repetir incansablemente, en toda clase de temas. Así que vamos a tener que desarrollar todas nuestras capacidades de resiliencia, adaptabilidad y recuperación para absorber el shock y cambiar de canal hacia la elaboración de un diagnóstico más acertado que el que hasta ahora hemos efectuado, y hacia el desarrollo de estrategias de acción y comunicación. Plantear planes alternativos hacia el corto, el mediano y el largo plazo. Sumar fuerzas en México, en el interior del propio Estados Unidos, además de en otros países. Interpretar mejor, analizar y desmenuzar el detalle de las propuestas, posicionamientos y directrices de Trump, entender su viabilidad real y su impacto material real, y, además de todo ello, pensar en cómo comunicar todo eso para amortizar, en la medida de lo posible, los efectos psicológicos y políticos de sus palabras y tuitazos cotidianos. Pido demasiado. Lo sé. Pero ese es el tamaño del reto. Y yo no puedo dejar de escribirlo.
Twitter: @maurimm