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“Del Yes We Can al arte de lo posible” fue el título del primer texto que este diario me hizo el honor de publicar. Era 2010. Obama tenía apenas un año en funciones, y ya desde entonces, muchos nos percatábamos de la brecha que se abría entre sus siempre impactantes, emocionantes e inspiradores discursos, y las posibilidades reales de cumplir con las expectativas que esos discursos generaban. Sería injusto, sin embargo, no hacer balances adecuados en todos los rubros de su gestión, tarea que es, por supuesto, imposible de efectuar en un texto periodístico como este. Mucho menos a un día de concluido su mandato. Así que más que un balance, intento simplemente mirar, a vuelo de pájaro, algunos de los temas de política exterior que quedan y quedarán ahí para ser estudiados y revisados por los historiadores en el futuro.
Un primer elemento es que el presidente de la máxima potencia está muy lejos, en el siglo XXI, de ser “todopoderoso”. Las circunstancias políticas, económicas y sociales de Estados Unidos son muy distintas hoy que durante el siglo pasado. Obama hereda una crisis económica de proporciones difíciles de describir, las arcas operando en déficit y una deuda descomunal que en sus primeros meses iba a tener que crecer, justamente para intentar salvar esa crisis. No había dinero, había un déficit fuera de control, y, eso impone restricciones. Adicionalmente, las intervenciones en Irak y Afganistán lanzadas por Bush no solo eran altamente impopulares entre la población estadounidense, sino que habían resultado en fracasos estratégicos en términos de lo que inicialmente se habían propuesto. En contextos económicos, políticos y geopolíticos como esos, resultaba difícil –no para Obama, sino para para cualquier mandatario estadounidense- influir en eventos internacionales bajo los esquemas tradicionales. En la valoración de Obama, era necesario intentar un repliegue o retiro (relativo, no absoluto) de cuestiones y regiones no prioritarias, y sustituir la presencia estadounidense mediante la intervención de actores locales aliados de Washington, además de emplear la vía diplomática para negociar cuando fuese posible. Como resultado, en muchos casos se fue generando la percepción de que la superpotencia estaba dejando un vacío que otros iban a intentar llenar.
La crisis del 2008 no solo golpeó a EU, sino a casi todo el planeta. Entre otras regiones, en Medio Oriente y Norte de África su impacto funcionó como uno de los factores que contribuyeron a la llamada Primavera Árabe, la cual generó una brutal inestabilidad diversos países. Así, en ocasiones, Obama se veía obligado a moverse a través del muy estrecho margen que existía entre su discurso favorable a las libertades y los derechos de los manifestantes, y los intereses estratégicos de la potencia que dirigía. Esto, frecuentemente llegó a ocasionar políticas erráticas y titubeos, los cuales, sumados al repliegue arriba mencionado, terminaron por invitar a otros actores, locales y globales, a ocupar espacios que en su percepción quedaban abiertos. Claramente, las guerras en Siria, Yemen o Libia están alimentadas de incontables factores políticos, económicos, sociales y religiosos, en lo interno y en lo internacional. Pero algunos de esos factores se relacionan justamente con ese vacío percibido por parte no solo de actores estatales, sino de actores no-estatales que se aprovecharon de las circunstancias.
El vacío percibido tuvo también su impacto en relación con dos superpotencias globales: Rusia y China. Rusia decidió actuar firmemente en sus zonas de influencia, intervino de manera determinante en Ucrania, primero tomando y anexándose Crimea, posteriormente respaldando una insurrección armada en ese país que Putin sentía se le salía de las manos. Adicionalmente, Moscú se ha encargado de desplegar y exhibir su fuerza mediante el incremento en la dimensión y frecuencia de ejercicios militares masivos que simulan combates con la OTAN. Luego, el Kremlin desplegó su músculo en Siria, escalando su intervención desde lo político, financiero y armamentista, hasta una incursión militar directa, no empleando la fuerza necesaria, sino mucho más. China, por su parte, encontró espacios para expandirse en su región, posicionándose en mares, islas, islotes y rocas en disputa, no únicamente explotando la pesca y recursos de esos territorios, sino construyendo instalaciones militares que desafían a aliados de Washington en una zona del mundo estratégicamente crucial para EU.
Así, lo de Obama fueron los claroscuros. De un lado, Osama Bin Laden fue eliminado y las amenazas por parte de Al Qaeda desde su base central en Pakistán fueron altamente mermadas. Pero del otro lado, en el mundo del 2016 hay 3.5 veces más muertes por terrorismo que en 2009 cuando él asumió la presidencia (además de que el terrorismo cometido dentro de EU también ha aumentado significativamente). Al Qaeda sigue viva y con amplias capacidades de atacar. Una de las filiales de Al Qaeda mutó hacia lo que hoy conocemos como ISIS. Y sí, tras los ataques liderados por Washington en Irak y Siria, y tras la asistencia estadounidense al gobierno iraquí, el autodeclarado “Estado Islámico” ha sido fuertemente vulnerado y hoy cuenta con menos de la mitad del territorio que dominaba en 2014. Sin embargo, ISIS supo pelear la otra guerra, la psicológica, la mediática, la de las redes sociales e Internet, cautivó a miles y extendió su atractivo. De ese modo, algunas de sus filiales o células operan en 28 países diferentes, además de que cuenta con miles de seguidores dispuestos a atacar en su nombre.
Por otra parte, se consigue un histórico acuerdo con Irán para limitar su actividad nuclear y garantizar que, al menos durante 10-15 años, ese país no desarrolle una bomba atómica. Con ello, Obama no solo consigue uno de los objetivos que se había trazado, sino que establece puentes de diálogo con un país con el que las tensiones podían haber escalado incontrolablemente. Sin embargo, se subestiman y se dejan de atender algunas de las consecuencias regionales que el reposicionamiento y fortalecimiento de Irán iban a acarrear, como lo es la aprehensión que se generó entre aliados tradicionales de Washington como Israel, Arabia Saudita o Turquía. Esos países se han distanciado de Washington como hacía mucho no se veía (no solo a causa del acuerdo nuclear, pero sí en parte), y hoy, a la salida de Obama, están tomando decisiones importantes sin coordinación con, o incluso sin informar a la Casa Blanca. A ello hay que añadir que Teherán también aprovecha sus nuevas circunstancias para seguir ejerciendo su influencia política y material sobre actores y conflictos regionales, los cuales chocan no solo con los intereses de las potencias de la región, sino también con los intereses de Washington misma.
Esta es solo una pequeña y muy incompleta mirada al mundo que deja Obama. Un mundo en el que sus inspiradoras propuestas discursivas se toparon una y otra vez con una realidad tirana, con actores internos y externos que no le perdonaron sus titubeos y vaivenes, y un mundo en el que el hoy exmandatario no siempre supo o pudo moverse a través de las espinas que el puesto para el que fue electo, de manera natural, impone. Y claro, como siempre se dice, la historia juzgará sus logros y sus fracasos, pero la verdad es que, con todos sus defectos y virtudes, en un día como hoy debo confesar que creo que aún no hemos dimensionado todo lo que se le va a extrañar.
Twitter: @maurimm