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Hoy se leerá el mensaje político del Tercer Informe de Gobierno del presidente Peña Nieto. Esto significa que este artículo está predestinado a volverse obsoleto en el transcurso de unas horas. No obstante, dado que la especulación sobre los contenidos del Informe forma parte de nuestras rutinas y tomando en cuenta la magia persistente de nuestro régimen político, me atrevo a frotar la lámpara para pedirle a ese texto tres deseos —aun a sabiendas de que sus probabilidades de cumplirse son escasas—.
El primero tiene que ver con la desigualdad. Hace apenas unos días, el Instituto de Estudios para la Transición Democrática (IETD) publicó un texto titulado: Retrato de un país desfigurado. Con el respaldo de los datos del Inegi y del Coneval, los autores de ese texto —coordinado por Ricardo Becerra— subrayan que “cada día se agregaron 2 mil 470 personas al mundo de la pobreza en los primeros dos años de este sexenio; dos millones de pobres adicionales a cambio de 87 mil pobres extremos menos”.
La propaganda previa del Informe ha querido contradecir la potencia de esos datos oficiales que nos hablan del estancamiento de México en materia de igualdad social. Cito nuevamente: “hace 23 años (cuando se empezó a medir la pobreza) 53.1 por ciento del total de la población tenía ingresos por debajo de la línea de bienestar; en el año 2014, la proporción seguía igual, con 53.2 por ciento. Literalmente, en diferentes estratos y con distintas intensidades, este es un país que no llega a la quincena”.
De aquí mi primer deseo: que el Informe no vuelva a machacar sobre el lugar común del “vamos bien, pero nos falta mucho por hacer”, sino que convoque a la modificación de la política económica y social de México —como pide el documento ya citado— en aras de la equidad social. El comienzo de la segunda parte del sexenio, el cambio de mandos en el gabinete y el ensayo del Presupuesto Base Cero serían magníficos pretextos para rectificar, ahora, las decisiones de política pública que han probado sobradamente sus errores.
Mi segundo deseo ya fue formulado en una entrega previa: que el Presidente no se limite a celebrar las mudanzas constitucionales en materia de transparencia y combate a la corrupción, sino que convoque —en su calidad de jefe del Estado— a integrar una mesa de redacción plural y abierta sobre la legislación secundaria que, obligadamente, tendrá que completarse hacia mediados del siguiente año. Se trata de temas delicados y complejos, que no podrán resolverse de manera fragmentaria. Y nadie más que el propio Presidente podría garantizar que el resultado no sea un pastiche de ocurrencias inconexas, sino una verdadera obra colectiva de largo aliento.
Mi tercer deseo es más simple y, quizás por ello, más difícil de cumplir: que el Presidente reconozca la debilidad estructural de los aparatos de seguridad del Estado mexicano —incluyendo la rocambolesca fuga del Chapo Guzmán— y se decida, por fin, a convocar y organizar la colaboración activa de la sociedad mexicana en esa política largamente fracasada, más allá de la falsa mecánica de la representación social en los consejos de seguridad, las delaciones protegidas y las recompensas millonarias. En esa materia nos va la vida a todos. Y hace al menos tres lustros que estamos esperando una ventana de oportunidad para modificarla y hacer de ella un esfuerzo de veras incluyente.
No le pido más a este Tercer Informe, porque estoy consciente de que ya estoy pidiendo demasiado. Durante las próximas horas sabremos si las ofertas principales del presidente Peña Nieto habrán de concluir en medio de expectativas y promesas medio cumplidas o si todavía cabe seguir frotando la lámpara mágica de este sexenio, con alguna esperanza de no tener que esperar hasta el 2018 para volver a soñar que México puede ser distinto.
Investigador del CIDE