Donald Trump es el virtual candidato a la presidencia de Estados Unidos por el Partido Republicano. Para serlo, su candidatura pasó por varias etapas. Empezó con la intrascendencia: el magnate inmobiliario decía, de nueva cuenta, que quería ser candidato. Parecía necedad y disparate. Siguió la etapa de la ocurrencia altisonante. Desde el día que se presentó como aspirante no fue uno más, pues recurrió a una fórmula que seguiría dándole dividendos: acusó a los mexicanos de traficantes y violadores. El escándalo lo puso en la mira de los medios. Después vino la etapa del payaso: decía lo políticamente incorrecto y lo hacía en tono de divertida audacia. Del payaso fallidamente chistoso pasó a ser el payaso grosero, de humor irritante.
Algunas encuestas decían que adelantaba en las preferencias a los otros aspirantes republicanos. Pero pronto resbalaría, se auguraba. Al iniciarse las elecciones primarias, los resultados confirmaron las encuestas: Trump estaba ganando delegados. Pero la hipótesis de la caída permanecía. Había ofendido a las mujeres, a los mexicanos, a los musulmanes, a los judíos (aunque en este caso rectificó), a los chinos, a los medios de comunicación, a los empresarios, incluso a sus propios seguidores y a los votantes en general: “Podría pararme en medio de la Quinta Avenida y disparar a alguien y no perdería ningún votante”, dijo. Y seguía avanzando. Repentinamente, lo que empezaba a parecer cuestión de tiempo ya no era su caída, sino su viabilidad como candidato.
Su discurso polarizador ha sembrado odio entre sus seguidores El daño está hecho pues gracias a la pólvora de su retórica provocadora y racista, algunos de sus actos de campaña se han teñido de violencia. El presidente Barack Obama hizo algunas bromas respecto de Trump. Su experiencia en política exterior consistía en haberse reunido con Miss Suecia, Miss Argentina… Pero unos días más tarde, despejado el camino para el ex presentador de reality shows, el presidente estadounidense cambió el tono: con Donald Trump en la presidencia, habría amenaza de guerra. El propio Obama había sido obligado a transitar de la broma a la alerta.
De ocurrente a grosero y de grosero a xenófobo, Trump pasó a ser un belicoso que debe ser tomado en serio. Y ello especialmente porque fue advirtiéndose que había quienes coincidían en lo que decía y se entusiasmaban. Hay que romper lo que sea y refundar a Estados Unidos. Regresarán los días de gloria perdidos. Estados Unidos debe comandar al mundo. En su momento, Hitler culpó a los judíos de todos los males. Trump ha señalado no sólo a uno, sino a varios grupos que, por sospechosos, deben ser perseguidos: fuera musulmanes, mexicanos, chinos, empresarios que invierten en otros países y los que mi palabra diga.
En las campañas políticas suele ocurrir que las propuestas y soluciones sólo son replicadas por el equipo del candidato, sus seguidores y medios afines. Pero las diatribas son replicadas por todos: los que coinciden con ellas para expandirlas y los que están contra ellas y al combatirlas las divulgan. Adicionalmente, los medios encontraron que era más atractivo reproducir los dichos escandalosos y agresivos de Trump, que los normales y por lo tanto anodinos, de manera que para ganar receptores, para divulgar lo que decía o para contenerlo, todos repetían y repetían las frases del republicano. También en internet las “antologías” discursivas de Donald Trump tienen mucho más espacio que las de cualquier otro político. Trump empezó siendo entretenimiento y ha terminado por ser amenaza. Y virtual candidato.
Más grave aún que el hecho de que alguien se pronuncie por el encono, la calumnia o el rechazo a los demás, es que haya cientos de miles que lo sigan y que, dentro de las reglas de la democracia, hagan de su locura una opción. En la historia reciente hay muchos ejemplos del crecimiento de tendencias excluyentes que no fueron tomadas en serio y que se constituyeron en poderosas fuerzas dictatoriales y persecutorias. Es el caso de Trump quien, de llegar a la presidencia, puede incluso poner en riesgo el orden institucional de Estados Unidos. Una opción de los votantes, incluso de los que votarán por él, es elegir un congreso de mayoría demócrata para conservar los equilibrios indispensables, a fin de que Donald Trump no se constituya en un dictador de facto. El voto hispano es una gran fuerza que puede ayudar a detener este equívoco. Suena paradójico, pero ante tantos nativistas que siguen a Trump, pueden ser los latinos quienes salven a Estados Unidos.
Secretario general de la Cámara de Diputados y especialista en derechos humanos