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Maquiavelo describió el papel que asignó en la política a dos animales: el león y la vulpeja (zorra). El primero representa la fuerza, la segunda la sagacidad. Maquiavelo aconsejaba que el político debería ser al mismo tiempo zorra y león. “Hay que ser vulpeja para conocer los lazos y león para espantar a los lobos: bissogna essere volpe o conoscere i lacci e lione a sbigottire i lupi”.
Como la realidad no quiso complacer a Maquiavelo, en Estados Unidos hay un león frente a una vulpeja. La lucha entre Hillary y Trump es la de las dos visiones de Estados Unidos. La gran democracia o un modelo inédito, sustentado en todo lo que ha sido la vergüenza histórica de ese país: aislacionismo, destino manifiesto, segregación, racismo, capitalismo descarnado, el dominio del más fuerte. Proclaman ley y orden, pero es la ley de la selva: el león que se lleva la mejor parte.
Las elecciones en EU serán algo más que la contienda entre Clinton y Trump. Más todavía que la lucha por el poder de los demócratas y republicanos, más aún que la confrontación entre liberales y conservadores. Se trata de algo crucial: la ruta de los principios que ha seguido esa nación. Por una vía: pluralidad, apertura, respeto a las individualidades y a sus derechos, Estado de derecho, relación con el mundo exterior, libertades de creencias, expresión, reunión y preferencias sexuales. Por la otra: el señuelo de regresar a un mundo de dicha, abundancia y grandeza (America great again), algo así como era la caricatura de la vida en los suburbios blancos estadounidenses de los años 50: sin negros a la vista, pues están atendiendo los servicios, sin mexicanos, pues están recogiendo las cosechas, sin homosexuales ni lesbianas pues están en el clóset, sin musulmanes, pues están rezando, sin abortos, sin agenda de derechos humanos, con policías blancos y afables que cuentan con la total confianza ciudadana.
Conforme avance la campaña presidencial, Trump va, así sea titubeante, en paso directo a la presidencia. Cada dislate, cada tontería, cada estupidez lo acerca más a la Casa Blanca. Todos los intentos por detenerlo lo impulsan más, su aceptación crece y su popularidad aumenta. Faltan tres meses y pueden pasar muchas cosas. Solamente que en condiciones normales la expectativa para que la candidatura de Trump se descarrilara no existe. Cada vez que tropieza se levanta con mayor ímpetu ante la algarabía de sus ciegos seguidores. Más que contra viento y marea va contra Obama, los Clinton y el intelectualismo estadounidense.
Hillary y Trump son solamente las cabezas visibles de la división profunda de Estados Unidos. Una confrontación brutal, un odio reprimido, generalizado, de quienes nunca aceptaron tener a un negro tan brillante, diestro, seguro, liberal, apto para gobernar como el presidente Obama. Nunca aceptaron que la Casa Blanca, construida por esclavos, como recordó su extraordinaria esposa Michelle, llegara a tener como inquilinos a descendientes de esos esclavos en cuya defensa se dividió y ensangrentó el país.
En esta elección los demócratas, encabezados por Hillary, representan los mejores valores: la supremacía constitucional, la intelectualidad, los derechos de las mujeres —que “también son derechos humanos”, como dijo Hillary al aceptar la nominación—, los derechos de homosexuales y lesbianas, el cambio climático, la aceptación de migrantes, los salarios remuneradores en condiciones iguales para hombres y mujeres, el respeto a todas las creencias, (incluyendo la de los musulmanes), las relaciones internacionales basadas en principios universales, la regulación de las armas, la legalización de la marihuana, los puentes en lugar del muro. Eso bastaría para que el triunfo de Hillary estuviera desde ahora asegurado.
Solamente que la mayoría de los votantes no son los que fueron a Yale, Harvard o Princeton, ni entienden la propuesta liberal; no saben lo que es el poder, ni sus límites, ni para qué sirve. Se trata de una masa blanca, informe y bíblica que odia lo que Hillary representa. La expectativa de construir el muro los entusiasma hasta el paroxismo. Con el muro se acabarían sus problemas. Aislarse del mundo, idolatrar a su carismático líder: el modelo onírico que representa lo que todos hubieran querido ser.
Decía Hillary que Trump se diera cuenta de que ocupar la presidencia no es un reality show, sino la realidad misma. Sólo que lo que Trump y sus seguidores quieren es vivir un auténtico reality show y no la realidad misma. Me cuesta trabajo escribirlo y nada me daría mayor satisfacción que comerme mis palabras, pero tengo la convicción de que si los comicios fueran hoy, Trump ganaría las elecciones presidenciales.
Investigador nacional SNI.
@DrMarioMelgarA