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Ayer se celebró el Día del Ejército, una de las instituciones más sólidas por su disciplina, entrega y profesionalismo, y también por el afecto y admiración sinceros que el pueblo siente por sus soldados. Son mujeres y hombres que diariamente se superan para servir a la sociedad. Hablo de quienes arriesgan a diario la vida en labores de seguridad, pero también de médicos, ingenieros, enfermeras, en fin, de todos los que portan el uniforme militar.
He visitado a soldados heridos en cumplimiento del deber y los he visto asumir con entereza su recuperación y anhelar su regreso al servicio. He abrazado a los deudos de los soldados caídos. Y ellos me han transmitido, en medio del dolor, su orgullo por el amor a México que llevó hasta el sacrificio a uno de sus seres queridos. Y lo digo claro, para que nadie se confunda: ni el Ejército ni la Armada están o deben estar por encima de la Constitución o de la ley. Pero insultar a nuestros militares y acusarlos sin pruebas como propaganda política ofende la labor que realizan al servicio de México. Quien piense así no es digno de ser Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas.
Y es que lamentablemente, el debate sobre la seguridad está lleno de mentiras, verdades a medias, consignas falaces y agendas de poder. Quienes nada más critican a las Fuerzas Armadas callan la raíz de nuestros problemas: México sufre no sólo por la violencia de unos criminales contra otros, sino porque crecen las regiones del país donde el secuestro, la extorsión, el cobro de piso y el crimen común afectan a familias inocentes.
Lo más grave es que no pocas veces quienes son responsables de la seguridad de las familias —policías y ministerios públicos, particularmente locales— no están al servicio de los ciudadanos, sino de los delincuentes. Hay en distintas regiones una “captura del Estado” por parte del crimen. Ante ese abandono, afortunadamente el Ejército ha estado ahí para proteger a los ciudadanos, arrojados a las manos de los delincuentes por sus gobernantes.
Para resolver el problema hay que tener una estrategia integral, que implica no sólo enfrentar a los delincuentes —de ahí la importancia de la Fuerzas Armadas— sino también reconstruir las instituciones y fortalecer el tejido social a través de educación, salud y empleo. A quienes proponen que el Ejército regrese a sus cuarteles, y que basta poner más escuelas, yo les pregunto: mientras se forman esas generaciones con buenos mexicanos, ¿quién va a proteger a las familias que están a merced de los delincuentes?
Comparto la idea de que la presencia del Ejército no debe ser permanente. Pero entonces, ¿quién y cómo lo va a sustituir en las labores de seguridad? Quiero que México cuente con instituciones de seguridad y de justicia fuertes. Quiero que haya policías profesionales, honestas y bien equipadas para defender la seguridad de los ciudadanos. Esa es la clave, y en esa materia ha fallado el gobierno: han abandonado las instituciones de policía y de justicia, han relajado los parámetros de control de confianza y han reducido presupuestos para la renovación de policías. Eso ha prolongado la presencia del Ejército en apoyo a la ciudadanía. No hay país que haya logrado contener a la criminalidad sin fiscalías profesionales, sin jueces honestos, sin policías capaces. Sólo así podremos ver a los delincuentes en la cárcel, a los ciudadanos en la calles y a los soldados regresar victoriosos a sus cuarteles. Mi compromiso es con los derechos humanos, la ley y la justicia y por eso estoy convencida de que debemos limpiar las instituciones de la corrupción y la impunidad. También en los hogares y las escuelas, debemos fortalecer a nuestra sociedad con valores, educación y oportunidades para los jóvenes.
Tengo la certeza de que, en unos años más, estaremos celebrando el Día del Ejército en un México que recuperó con enormes esfuerzos la seguridad y la paz. Y esto habrá sido posible gracias a la entrega de los soldados y marinos de México.
Abogada