Más Información
Pocos se acuerdan, pero antes de Trump, nuestra economía comenzó a desacelerarse rápidamente. A pesar de que el inicio del gobierno fue con una tasa de crecimiento alrededor de 4%, a finales de 2013 había gran preocupación porque el crecimiento había bajado a 1.3%. El gobierno no usaba el dinero que tenía. Particularmente lo que se frenó fue el sector de la construcción que es uno de los sectores que más crecimiento genera.
Al frenar las obras públicas, dejaron de pagar a tiempo a las constructoras y con el subejercicio de miles de millones de pesos en el presupuesto cambiaron las políticas de vivienda de un momento a otro. Con eso quebraron a empresas constructoras importantes no sólo para México sino también para América Latina.
Entre decisiones equivocadas y corrupción para asignar obra, para lograr que se pagara lo debido, para todo. Al final, la construcción que había sido motor de la recuperación económica tuvo una caída de -6% en 2013. Peor que en el año de recesión.
Antes de Trump, vino la reforma hacendaria. La economía sufrió los efectos, fue como parar en seco la economía y las consecuencias se dieron: cierre de empresas, caída de la inversión privada, retraso de planes de expansión de plantas y de contratación de nuevo personal, y un largo etcétera. Se privilegió la recaudación sin considerar los efectos negativos sobre el crecimiento y el bienestar. El gobierno aseguraba que ese crecimiento vendría a partir de la aprobación de las reformas, y que por eso no había que preocuparse por el alza de impuestos. El tiempo no les dio la razón y el costo lo pagamos todos.
Uno pensaría que si el gobierno tiene más recursos, puede invertir más en los sectores que necesita fortalecer México para tener una economía más dinámica. Pero no fue así. El gobierno gastó más y gastó mal. Antes de Trump, 8 de cada 10 pesos que ejercía el gobierno ya se iban al gasto corriente; sólo 2 de cada 10 se iban al rubro de “inversión” que es lo que la economía necesita.
Antes de Trump, ya se venía dando la caída más fuerte en el rubro de infraestructura. Cada vez que ha sido necesario recortar el presupuesto, la infraestructura es uno de los rubros más castigados. Es una de las más grandes caídas de la inversión pública en infraestructura en tan solo tres años. Ello significa que no estamos invirtiendo en carreteras, puertos, puentes, hospitales, en lo que nos ayuda a crecer y a traer más bienestar a la gente. No sorprende que el Coneval haya encontrado que de 2012 a 2014, dos millones de mexicanos más cayeron en la pobreza.
Antes de Trump, teníamos un incremento alarmante de la deuda del gobierno. La deuda ya había alcanzado casi 50% del PIB. Y la devaluación también es otra palabra que volvió a las conversaciones cotidianas. Antes de Trump, el peso ya había acumulado una devaluación de 46% en tres años. Y cada vez se nos decía que era por lo que pasaba en Estados Unidos, en China, en Grecia, en Reino Unido. Nunca se habló de cómo las decisiones internas estaban debilitando la confianza en nuestra economía.
Y, desde luego, antes de Trump la corrupción y la impunidad ya eran el principal obstáculo para el crecimiento económico. Standard & Poor’s y otras instituciones financieras habían advertido que las reformas estructurales no tendrían los efectos deseados si no se atendía el problema de la falta de Estado de derecho. Antes de Trump, ya había un muro en el que todos nos estamos estrellando: el de la corrupción que indigna y que irrita por las injusticias que ocasiona.
Antes de Trump ya teníamos gran incertidumbre. Lo que en 2017 ocurra con el gobierno de Estados Unidos viene a agravar problemas previos y también abre nuevos frentes, como las barreras al libre comercio. Es indispensable cambiar de rumbo para que el país adopte nuevas políticas fiscales, quite trabas de burocracia y corrupción para la inversión, fortalezca el mercado interno, haga transparente y eficaz el gasto público, y comience la ardua tarea de construir un Estado de derecho eficaz. Hay que poner la casa en orden, hay que hacerlo cuanto antes.
Abogada