En un discurso reciente, el presidente Enrique Peña Nieto dijo: “Este tema que tanto lacera, el tema de la corrupción, lo está en todos los órdenes de la sociedad y en todos los ámbitos. No hay alguien que pueda atreverse a arrojar la primera piedra. Todos han sido parte de un modelo que hoy estamos desterrando y queriendo cambiar.”

Me uno a las declaraciones de quienes estuvieron en desacuerdo, como la del propio rector de la UNAM, Enrique Graue, el cual señaló que no toda la sociedad mexicana es corrupta. No estoy de acuerdo con la afirmación del Presidente, porque es un mensaje que nos ubica a todos los mexicanos como parte del problema, no como parte de la solución, y que nos deja a todos como cómplices de quienes abusan de la confianza de la sociedad. Es un mensaje que genera desaliento, porque si toda la sociedad estuviera plagada de corrupción, entonces, ¿qué podríamos hacer? Sólo bajar los brazos y resignarnos a vivir sumidos en la incertidumbre y la indignación.

No, no todos somos iguales. La corrupción no es genética, no es cultural, no es algo de lo que todos formemos parte, ni mucho menos es el destino de México. Lo sé porque conozco a México, lo he palpado y sentido. Y sé que, a pesar de nuestros problemas, es mucho más grande y fuerte el México honesto y limpio; el del padre de familia que abre temprano su negocio, del joven que trabaja para pagarse sus estudios, el enfermero que con paciencia cuida a otros, de la doctora que hace guardia asistiendo a sus pacientes, del profesionista que trabaja duro y cumple con sus impuestos. Es mucho más fuerte el México honesto y limpio de los atletas olímpicos y paralímpicos que lo dejaron todo en Río 2016, el México de todos nuestros artistas, como Elisa Carrillo, Alondra de la Parra, Alejandro González Iñárritu y muchos más que triunfan con su esfuerzo en todo el mundo y ponen en alto el nombre de nuestra patria.

Sé también que es mucho más fuerte el México honesto y limpio de “Las Patronas”, esas nobles mujeres que salen al paso del tren a regalarle comida a los migrantes; el México de la Cruz Roja; y de tantas y tantas organizaciones que por todo el país suman los esfuerzos de miles de personas para ayudar a los demás. Es más grande y más fuerte el México de nuestros jóvenes, que me preguntan qué pueden hacer para cambiar las cosas, porque quieren ser parte de la lucha a favor de una sociedad más justa, próspera e incluyente.

Sí, la corrupción es el principal problema de México. Es un problema grave, que debemos combatir entre todos, porque no podemos permitir que siga frenando nuestra economía, cortando la iniciativa emprendedora y pisoteando los derechos, la seguridad y la dignidad de nuestra gente. No somos un país condenado al abuso, a la impunidad, a la trampa y la transa. Podemos construir un México donde el estudio, el trabajo y el mérito sean lo que permita a nuestros niños y jóvenes triunfar. Un México donde ser honesto no sea un acto heroico, sino una conducta normal. Lo vamos a lograr transformando la indignación en acción que construye, que propone, y que suma a todos. Ese es el mensaje que he recogido de parte de los mexicanos y esa es la lucha que estamos dando a diario quienes creemos que el México honesto y limpio va a ganar.

Más de 100 millones de mexicanos se levantan todos los días a vivir honestamente, trabajan a través de sus oficios, profesiones, creaciones, escritos, en fin, más de 100 millones de mexicanos no son corruptos, los mexicanos somos honestos, el Gobierno dice que no lo es, pero la corrupción se combate, no se reparte, como se dijo en el discurso del Presidente. En materia de corrupción, son millones los que pueden aventar la primera, la segunda, la tercera piedra. Montones de piedras. Pero no se trata de tirar piedras.

Abogada

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