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Precisamente fue el 31 de agosto de 2015 cuando publiqué en este diario un ar-tículo en el que denunciaba el discurso de odio de Donald Trump. Señalaba que sin fanatismos se tenía que sentir la fuerza del Estado mexicano y el rechazo de la sociedad mexicana a este discurso de odio que estaba envenenando al país vecino. En este año 2016 me referí en tres artículos una vez más al discurso de Trump. El 1º de agosto expliqué que asistí a la Convención Nacional Demócrata porque la elección del país vecino no se trataba de agendas ni de izquierdas o derechas, sino de nosotros los mexicanos. Y que no, no daba igual entre Hillary Clinton y Donald Trump porque éste último había hecho del eje rector de su campaña el odio a los mexicanos. Frente al discurso de odio de un personaje político se necesita dignidad y reflexión.
Durante todo este año, se pronunciaron en contra del discurso de Trump personalidades de distintos ámbitos: jefes de Estado, artistas, intelectuales de la altura de Enrique Krauze o Soledad Alvear. Hace apenas unas semanas el empresario Juan Pablo del Valle señalaba la cantidad de beneficios que se recibían del intercambio comercial con México y de la inversión que se hacía en Estados Unidos por mexicanos.
Por eso y más, millones de mexicanos no dimos crédito a la noticia de que Trump había sido invitado y sería recibido por el Presidente de México. Nada se podía ganar de ese encuentro que sin duda le daba oxígeno a una campaña que estaba ya en los puntos más bajos. Las redes estallaron con indignación, Trump era invitado por el país cuyo pueblo había sido, durante más de un año, insultado, humillado, recriminado y despreciado.
Lo que siguió fue un desastre, en tiempo y hasta en forma. La recepción fue similar a la de un jefe de Estado, se le permitió todo. Presentó sus cinco puntos señalando claramente que no cambiaría su posición en materia de migración. En nuestra cara nos habló del muro, no ofreció disculpa alguna y ni siquiera un mínimo acuerdo de no agresión y de respeto a un pueblo que es digno, trabajador, orgulloso de sus tradiciones y que está dispuesto a sacrificarse para la superación de sus hijos en otro país. Nos empezó a entrar una especie de humillación colectiva.
Y en Arizona remató con el mismo discurso. Todos escuchamos que los mexicanos no lo sabíamos pero que pagaríamos el muro, y fue más allá, expuso los 10 puntos de su política migratoria cargados de odio y de intolerancia, además de avisar que terminaría con las ciudades santuario (aquellas amigables con los migrantes) y con los acuerdos ejecutivos que beneficiaron a familias de migrantes. Terminó el evento “inyectando miedo” a través de testimonios de víctimas de inmigrantes.
Fue doloroso y humillante para millones de mexicanos. Supongo que especialmente para quienes viven en EU. Veía la imagen que tenía de fondo el Escudo Nacional y me preguntaba: qué estarían sintiendo miles de familias mexicanas que viven allá frente a la imagen de un jefe de Estado con el candidato que más había insultado a los mexicanos; qué estarían pensando Pablo, Esteban, Lupita, José, Bryan, Jesús y miles de inmigrantes y dreamers; qué estarían pensando miles de estadounidenses y mexicanos que trabajan a favor de los inmigrantes de América Latina. Qué sentimientos llegaban al corazón de un joven mexicano que se iba a beneficiar con el DACA o a los hijos de quienes sabían que el DAPA beneficiaría a sus padres. En fin, habrá que hacer mucho más esfuerzo para no dejar solos a estos millones de mexicanos que enfrentan en EU el discurso de odio.
Más allá de la indignación con la que quedamos muchos, será mejor que se construya un discurso digno a través de liderazgos sociales, culturales y económicos de nuestro México.
POR CIERTO. En estos momentos es muy importante que la comunidad México-americana se organice para que los mexicanos que son también ciudadanos americanos se registren para votar en noviembre.
Abogada