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Tuve el gusto de asistir a la Convención del Partido Demócrata, en la que Hillary Clinton fue nominada formalmente candidata presidencial. Este es un hecho histórico, que demuestra una vez más que las mujeres ya estamos en todas partes. Hillary se podría sumar a la primera ministra del Reino Unido, Theresa May; a Angela Merkel quien dirige Alemania (y un poco más); a la primera ministra de Escocia, Nicola Sturgeon; a la presidente Michelle Bachelet en Chile, y a muchas más. Eso es una buena noticia porque, como dijo Hillary esa noche: “cuando una barrera cae en cualquier lado, eso le abre el camino a todos”.
Más allá de los extraordinarios discursos. Más allá del hecho histórico de que la primera potencia del mundo postule a una mujer a la presidencia. Más allá de la diferencia en el mensaje de Hillary, que es de inclusión (“Stronger together”), esta elección no es sobre izquierdas y derechas, esta elección es acerca de nosotros, los mexicanos.
Muchos expertos coinciden en que es la elección presidencial que mayor impacto puede tener en nuestro país, porque una de las principales diferencias entre los candidatos es su postura sobre México. Donald Trump tiene un discurso de odio contra los mexicanos y los musulmanes. Mañana quizás podrían ser otros. A fuerza de mentiras, este candidato deshumaniza y humilla: nos dice criminales y violadores; nos culpa del trabajo no obtenido por estadounidenses y por eso amenaza con muros, aranceles y con sacar a Estados Unidos del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN).
Yo no hablo de “intervenir” en un proceso electoral ajeno, ni responder insultos con insultos. Es cuestión de tener un discurso digno y fuerte con un mensaje claro: México y Estados Unidos somos más fuertes aliados que confrontados.
Realmente no hay explicación suficiente para no decir lo que pensamos. Son muchas cosas las que se han dicho de nosotros y por eso hay que dar a conocer lo que somos: un país grande, fuerte, digno e indispensable para las economías de toda América del Norte.
Hay que recordar a quienes dan y a quienes escuchan el discurso de odio que México es el segundo comprador de productos estadounidenses más grande del mundo. De hecho, les compramos más bienes y servicios que China, India, Rusia y Brasil juntos. Y de acuerdo con un estudio del Wilson Center, por cada dólar de productos que Estados Unidos nos compra, hasta 40 centavos son de insumos de aquel país. Además, la frontera Tijuana-San Diego es la más transitada del mundo. El comercio con México da empleo por lo menos a 6 millones de estadounidenses, lo que apoya la economía de 20 millones de personas, equivalentes a la población entera de Florida o del estado de Nueva York. Alrededor de 55 mil empresas estadounidenses dependen de la inversión y el comercio con México. Y las empresas mexicanas tienen inversiones por 17 mil millones de dólares allá. Por si fuera poco, la economía mexicana le da competitividad a la estadounidense y lo podemos ver en el caso de las grandes automotrices como GM, Ford y Chrysler que hubieran desaparecido con la crisis del 2009 de no ser por las plantas que tienen en México. Ahora están en auge a ambos lados de la frontera. Y qué decir de la riqueza de nuestros intercambios turísticos y culturales.
Hay que decirlo y por eso estuve ahí. Porque hay más de 30 millones de origen mexicano que viven en Estados Unidos y que los podemos acompañar diciéndoles que México es ya una fuerza económica y política por derecho propio. Tenemos el tamaño, la relevancia y la dignidad para plantarnos con firmeza frente a quien quiera que resulte electo en Estados Unidos, sea Hillary o Trump. Pero no, no da igual. Las consecuencias son muy distintas en cada escenario. No ganamos nada ignorándolo.
Abogada