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La semana pasada tuve la oportunidad de participar en el Sexto Foro de la Democracia Latinoamericana, organizado por el INE, la OEA, la UNAM, el PNUD, entre otras instituciones. Sin duda, uno de los principales desafíos es la desigualdad. ¿Es viable la democracia en esos contextos? De eso hablé en aquel foro y aquí comparto algunas ideas.
Uno puede preguntarse si la relación entre democracia y desigualdad es unidireccional, es decir si es una “avenida” que va en un solo sentido. Para algunos, si el pueblo elige a sus gobiernos, éstos deben ver por el pueblo y mejorar sus condiciones de vida y por lo tanto, primero habría que trabajar sólo por la democracia.
Para otros, el sentido de la “avenida” es a la inversa: primero tiene que haber mayor igualdad para que la democracia realmente funcione. De lo contrario, se corre el riesgo de la captura y la perversión de la democracia por parte de los grupos con mayor poder económico y político. ¿Y quién será el que considere que hay la igualdad suficiente?... bajo ese pretexto muchos dictadores se han sostenido.
Estoy convencida de que la “avenida” de la democracia y la igualdad es de dos sentidos. Más democracia debería traer más igualdad. Y se necesita más igualdad para dotar de mayor fuerza y contenido a la democracia. La clave está en el “agente” que regula y da orden al tránsito en esa avenida de dos sentidos: el Estado. El problema en América Latina es que ese “agente” no tiene la suficiente capacidad para regular el tránsito de manera eficiente. El resultado es un embotellamiento terrible, que nos tiene metidos en la parálisis y el descontento.
Las encuestas nos señalan que un gran número de latinoamericanos se sienten insatisfechos con la democracia. Una de las principales razones es que la posibilidad de elegir a nuestros gobernantes en elecciones libres no se ha traducido en gobiernos más eficaces que generen bienes y servicios públicos de calidad y que promuevan las oportunidades de progreso para las mayorías.
La democracia está fallando en su promesa de construir un mejor futuro para todos. Las brechas de desigualdad abren las puertas al descontento, a la ruptura del tejido social y a la inestabilidad, con todas sus repercusiones. Por eso, para darle viabilidad a la democracia en un contexto de desigualdad, hay que fortalecer la capacidad del Estado latinoamericano para lograr un Estado eficaz. Este fortalecimiento pasa por tres temas:
1.— El Estado de derecho. Sin el cimiento de la legalidad, el edificio democrático seguirá teniendo una endeble legitimidad. Con un Estado de derecho sólido podremos garantizar que se proteja al débil y se castigue a quien abusa de su poder político o económico y podremos asegurar que los gobernantes rindan cuentas. Con un Estado de derecho sólido defenderemos a la democracia. No sólo de los embates del caudillismo, la demagogia y el autoritarismo, sino también de la corrupción y la impunidad que tanto daño le hacen.
2.— La relación entre gobernantes y gobernados, a partir de la responsabilidad mutua, está rota y la tenemos que construir. Ni todos los ciudadanos sostienen al gobierno, ni todos los gobiernos usan el dinero público con honradez y eficacia para promover el bien común. Esto debilita a la democracia y fortalece a la desigualdad.
3.— Construir más y mejor ciudadanía. Estoy convencida de que en la ciudadanía está la fuerza que se necesita para cambiar el estado de cosas. Ante el pasmo de la clase política, tenemos que construir liderazgos éticos desde lo ciudadano: en la academia, en las asociaciones civiles, en los medios de comunicación, en la filantropía, en las empresas, en las familias, en las organizaciones de mujeres y jóvenes.
Es en la fuerza de los ciudadanos donde está la posibilidad de regresarle la dignidad a la política y devolverle su verdadero sentido de servicio. Con más y mejor ciudadanía tendremos sociedades más iguales y más demócratas.
Abogada