Hace unos días Donald Trump mandó sacar de una rueda de prensa a uno de muchos migrantes mexicanos exitosos en Estados Unidos: Jorge Ramos, el principal presentador de noticias en español en aquel país. El candidato le dijo: “Siéntese, usted no ha sido convocado. ¡Regrese a Univisión!” ¿Su delito? Preguntarle cómo piensa implementar su plan migratorio, que incluye arrestos y deportaciones masivas realizadas por el ejército de EU, un enorme muro fronterizo (pagado por México) y otras ideas fuera de toda lógica.
Cuando inició la precampaña del Partido Republicano, el discurso de Trump causó sorpresa, algo de enojo y hasta risa. Muchos lo vieron como un showman que le daría sabor a las aburridas contiendas primarias. Pero los estudios de opinión señalan que el discurso de Trump está tocando una fibra sensible de una parte importante del electorado estadounidense, que lo sigue poniendo a la cabeza de las encuestas: ha crecido a un 26.1 por ciento. El más cercano es Jeb Bush con el 10.3 por ciento. Ni Ben Carson ni Marco Rubio llegan a los 10 puntos.
Cada semana, los analistas políticos profetizan su caída y explican por qué Trump nunca ganará la candidatura, ni mucho menos la presidencia. Pero cada semana sigue subiendo su apoyo, por lo que él ha decidido también subir el volumen y la agresividad de su discurso de racismo y xenofobia.
Esto ya ha tenido consecuencias más allá de lo mediático. Hace unos días, en Boston, dos hombres humillaron de forma indescriptible y golpearon salvajemente con un tubo de metal a una indefensa persona sin hogar de origen mexicano. Al ser arrestados, dijeron a los policías que “Donald Trump tiene razón, hay que deportar a todos estos ilegales”. Y el mismo Jorge Ramos sufrió la agresión iracunda de este hombre “¡Lárgate de mi país!” al ser sacado por los guardias de Trump, cuando él es también un ciudadano de EU.
Estos hechos demuestran que sembrar un discurso de odio e intolerancia siempre es peligroso. Cada declaración, cada insulto, va envenenando poco a poco el ambiente político y social. Trump se puede retractar de sus comentarios racistas o sexistas, los puede matizar, pero una vez dichos, ahí queda el veneno inoculado en la mente de personas que piensan como él. Esta táctica es propia de los instigadores de la violencia y del odio, que saben cómo movilizar los peores sentimientos de la gente.
Por eso creo que tenemos que ir tomando más en serio a Donald Trump. La estrategia de ignorarlo y no hablar de él no está funcionando. Sentarnos a ver cómo ofende a México cada semana y esperar a que “se desinfle”, o a que el pueblo de EU no vote por él, es una estrategia muy riesgosa. Los mexicanos migrantes en EU, sean el periodista más famoso, la madre soltera jefa de familia o el niño que ayuda a sus padres en la pizca de tomate, merecen toda nuestra defensa ante un discurso que los deshumaniza y agrede. Importantes empresas mexicanas han dado muestra de cómo responder ante este personaje que quiere hacer del odio su pasaporte al poder. Por eso creo que, sin nacionalismos ridículos o fanáticos, se tiene que sentir la fuerza del Estado mexicano y el rechazo de la sociedad entera de nuestro país.
Hay una famosa frase atribuida al escritor Edmund Burke que dice: “Lo único que el mal necesita para triunfar, es que la gente buena no haga nada”. Quien tenga dudas sobre ello, quien crea, a estas alturas, que la indiferencia es la mejor respuesta ante Donald Trump, haría bien en darse una vuelta al Museo de Memoria y Tolerancia en la Ciudad de México y comprobar lo que pasa cuando no se detiene a tiempo a los voceros del racismo y del odio.
El riesgo es grande. No tomarlo en serio está dejando solos a miles, millones de migrantes mexicanos y latinos; cierto es que se trata de un millonario excéntrico, pero puede ser presidente de EU que, por cierto, es un país de migrantes. Tomémoslo en serio y hagamos algo.
Abogada