¿Y si en vez que el sol se mueva, salga y se ponga cada día, es la tierra la que gira? ¿Será “lo natural”, lo que no puede variar, que la mujer obedezca al hombre, o es una forma cultural de ordenar las cosas, un modo de relación social establecido en un periodo histórico y, por ello, mutable? Anticipo una disculpa por el enunciado quizá muy impreciso de las líneas anteriores en materia de astronomía y estudios de género, pero su finalidad aquí es mostrar lo que produce sospechar que es falso lo que está establecido como verdadero e indudable. Cuando alguien se atreve a recelar de lo sabido, de lo evidente (¿no ves, no te das cuenta?), el paso es grande.
Saber preguntar es una de las actividades intelectuales más importantes en el desarrollo del conocimiento humano. Aunque parezca extraño, se prospera en la comprensión de un proceso cuando cambia la pregunta. No es la acumulación de respuestas la que empuja al saber fundado, sino otra manera de inquirir, de cuestionar lo sabido. La pregunta es hija de la duda, y como se ha dicho bien: “aprender a dudar es aprender a pensar”.
A lo largo de los años, en el espacio educativo se ha consolidado, como verdad absoluta, que la prueba reina del que sabe consiste en responder, y hacerlo bien: como dice El Libro, sea cual sea el mamotreto al que se refiera. Sabe el que contesta. Como en el dominó, para salir bien librado de la escuela hay que repetir, repetir y repetir. Hemos construido, socialmente, el consenso que “saberse” las capitales de todos los países es signo de inteligencia, y que no hacerlo, pero tener curiosidad, interés, en saber por qué hay países y tienen capitales es prueba clara de ignorancia e impertinencia. ¿Capital de Francia? París. Bien. ¿Por qué hay ciudades que se llaman capitales, profesor? No des lata: a otro tema.
Una propuesta de rumbo para el proyecto educativo que México necesita es darle la vuelta a la cuestión, y acordar que el sistema educativo nacional valdrá la pena cuando produzca, en cada nivel de estudios, personas que sepan preguntar, y preguntar bien. ¿Por qué preguntar bien? Porque no es sencillo hacerlo. Hay que practicar, y mucho. Se necesita estudiar, saber qué es lo que se sabe, conocer en qué se funda lo dado por sabido y cierto. Para ello leer y entender, no descifrar palabras, es indispensable, y no puede ocurrir sin la consolidación de estructuras lógicas que se construyen paso a paso, en la actividad a la que empuja la curiosidad, y son la base de las matemáticas, del cálculo. Hay que trabajar duro. Necesitamos que alguien nos acompañe en el proceso de hacernos preguntones contumaces: esa es la labor de las y los profesores que requerimos. Y es resultado, también, de compañeros que no se burlen de quien pregunta, sino se asocien, cómplices, con las suyas.
Un proyecto educativo orientado a la generación de la capacidad de preguntar con fundamento implica: modificar el plan de estudios; la manera en que se forman las y los profesores; el esfuerzo por cambiar los ya añosos, sí, pero entusiastas aún, que no somos pocos; imaginar materiales escolares que contribuyan a saber y luego saber dudar, con solvencia, de lo aprendido.
¿Se imagina usted? El examen es hacer una o dos preguntas sobre el tema. Tienen una hora. No, señor: el examen consiste en responder, del mismo modo que es el sol el que se mueve. Es, ha sido y será así porque ha de serlo. Dios, el Estado, la SEP o cualquier ogro omnipotente lo han decretado. ¿Por qué? No pregunte más. ¿Por qué? Porque necesito saber si sabe: responda. No: preguntar es de ciudadanos, y repetir de creyentes. Cuestionar es la raíz de la crítica.
A una escuela que tenga, como objetivo, regresarnos (cultos y con hábitos fuertes de estudio y trabajo) a la temprana edad de los “porqués”, a esas aulas, cuando sea grande, quiero ir.
Profesor del Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México